Afganistán: muchas tareas antes de marcharse

por Carlos Echeverría Jesús, 30 de diciembre de 2011

 fotografía: http://www.usatoday.com

La Loya Jirga celebrada en Kabul y la Conferencia Internacional celebrada en Bonn, iniciadas respectivamente el 17 de noviembre y el 5 de diciembre, han permitido elaborar, desde las perspectivas interna e internacional, un estado de la cuestión completo sobre la situación de Afganistán hoy y sobre el horizonte previsible en los años inmediatos para este atribulado país de 30 millones de habitantes. La primera era la asamblea tribal de 2.000 líderes que pesa mucho más que el Parlamento afgano establecido a raíz de la celebración de elecciones generales desde 2004. La Conferencia de Bonn reunió a ochenta y cinco delegaciones de Estados y a dieciséis de organizaciones internacionales comprometidas con el futuro del país. El momento en el que se han celebrado ambas es especialmente sensible pues la retirada de las tropas de la Coalición – iniciada de hecho este año, en el verano – va a dejar al régimen de Hamid Karzai supuestamente preparado para valerse por sí solo, pero hay muchas sombras que permiten dudar de que esto pueda ser así, al menos en los calendarios hoy previstos y confirmados tanto en Kabul como en Bonn por una comunidad internacional que está deseando cerrar, y que por ello puede precipitarse al hacerlo, el dossier afgano.


 

El estado de la cuestión


 

Que la situación tanto político-diplomática como militar no es la deseable en la fase en la que nos encontramos lo ponía en evidencia la ausencia de Pakistán de la susodicha Conferencia de Bonn, conocida como Bonn II para diferenciarla de la Conferencia de Bonn I que en diciembre de 2001 permitió diseñar el nuevo Afganistán tras el derrocamiento de los Talibán. Las autoridades de Islamabad mostraban con ello su indignación con los EEUU por la muerte de 25 de sus soldados el 26 de noviembre, en el marco de una operación transfronteriza ejecutada por dos helicópteros artillados estadounidenses que respondían a ataques lanzados desde el lado paquistaní.
 

El solapamiento de la Operación Libertad Duradera y de la misión de estabilización liderada por la OTAN, la ISAF, para hacer frente, con decenas de miles de efectivos extranjeros que apoyan hoy a 300.000 policías y soldados afganos, a una amenaza decidida que según estimaciones estaría constituída por entre 5.000 y 8.000 efectivos en las filas de los Talibán, no ha permitido hasta ahora, ni previsiblemente va a permitir en el futuro inmediato, vencer al enemigo y ganar en consecuencia la guerra. El conocimiento del terreno, el aprovechamiento de las tácticas de la guerra irregular, la división de las fuerzas de la Coalición por sus condicionamientos nacionales y por la limitación de efectivos humanos y materiales, la existencia de una economía de la droga floreciente y difícil también de combatir de la que se aprovechan los Talibán, o la existencia del santuario paquistaní, son, entre otras, ventajas que estos saben utilizar muy bien para debilitarnos. Si dichas “ventajas” de que disfrutan los Talibán y Al Qaida – y que se suman al efecto desestabilizador de Irán o al efecto estimulador para oponerse a Karzai y a sus valedores que supone la corrupción política, entre otros - no son neutralizadas, de bien poco valdrá que el número de militares y policías que engrosan las filas del Ejército Nacional Afgano y de la Policía Nacional Afgana crezcan según lo previsto: hasta los 350.000 efectivos en un año, a fines de 2012, con 195.000 militares y 155.000 policías. Según Transparency International, Afganistán es el Estado más corrupto del mundo, y no hay visos en el corto plazo de que dicho ‘statu quo’ vaya a cambiar.
 

En lo que a las relaciones intercomunitarias respecta, la situación tampoco es nada halagüeña. Los atentados casi simultáneos producidos en Kabul y Mazar-i-Sharif el 6 de diciembre, y que provocaron en el momento 59 muertos, iban dirigidos contra la comunidad shií, fueron ejecutados además en el décimo día del mes de Muharram, el más sagrado del shiísmo y en el que se celebra el fin la Ashura conmemorando la muerte del imam Husein, nieto del Profeta Mahoma, y trataban de reproducir aquí escenarios tan dantescos como los que se han vivido, y en algunos casos se siguen viviendo, en Líbano, Irak o Pakistán. El atentado producido en la capital era el más luctuoso, con 55 muertos y 160 heridos al atacar un suicida una concentración de fieles shiíes congregados en el morabito de Abu Fazl. En Mazar-i-Sharif morían cuatro fieles shiíes que se dirigían al ‘Noble Santuario’, donde se venera una reliquia de Alí, yerno del Profeta. El que quienes se han adjudicado la autoría de tales crímenes sean un grupo que tradicionalmente se oculta en Pakistán, y al que incluso se le suponen vínculos con los servicios de inteligencia de dicho país, el ISI (Inter Services Intelligence), dice mucho de las dificultades existentes en el escenario tratado. Los shiíes constituyen el 10% de la población afgana, perteneciendo al mayoría de ellos a los ‘hazara’, descendientes de Gengis Khan y de los mongoles y que constituyen la tercera etnia del país tras los ‘pastún’ y los ‘tayikos’, siendo la más marginada precisamente por sus creencias “desviadas” según los ortodoxos suníes, algunos de los cuales – y por supuesto Al Qaida lo hace, y si no recordemos las diatribas de Ayman Al Zawahiri contra el Partido de Dios libanés (Hizbollah) - llegan a calificarlos de infieles. Que esto puede ser el comienzo de una estrategia de agresión contra los shiíes en aras a generar inestabilidad lo ilustra el hecho de que el atentado de Kabul es el segundo en importancia en términos letales tras el producido en julio de 2008 contra la Embajada de la India, en el que un suicida provocó 60 muertos. Los ataques contra shiíes o contra intereses indios en suelo afgano son atentados de manual, tanto para los Talibán como para Al Qaida y otros grupos radicales islamistas, pero coinciden también con los grupos apoyados por o con los intereses de Pakistán, por lo que muchos abundan en la idea de que el ISI, o sectores del mismo, hayan podido estar implicados en cualquiera de ellos.

La propia utilización pública de tal tesis da una idea de en qué momento están las relaciones entre afganos, paquistaníes e indios, y de los riesgos de desestabilización regional que se derivan del deterioro de la seguridad en Afganistán. El principal grupo terrorista paquistaní, el Tehrik-e-Taliban (TTP), es decir, los Talibán paquistaníes que dirigiera Baitullah Mehsud hasta su eliminación el 5 de agosto de 2009, siendo sustituido por Hakimullah Mehsud, no sólo planeó el afortunadamente fallido atentado suicida contra el metro de Barcelona, sino que en la zona que nos ocupa alimenta el terrorismo a ambos lados de la ‘Línea Durand’, en Pakistán y Afganistán, y además es uno de los principales eslabones en el producción de opio afgano, su transformación en heroína y su tráfico hacia los mercados internacionales. El intento de provocar choques sectarios puede venir también de aquellos sectores que no deseen que las negociaciones entre estadounidenses y algunos sectores de los Talibán tengan éxito, pero se comulgue con dicha iniciativa negociadora o no, es importante crear un frente común contra el susodicho intento de generar choques intercomunitarios. Si estos estallaran ello no haría sino agudizar aún más el conflicto afgano haciéndolo mucho más complejo de lo que ya es.

Los calendarios de retirada caminan en paralelo a la consolidación de un proceso político que tiene como uno de sus pilares fundamentales el asentamiento de la impunidad. Los señores de la guerra han mutado su papel en el último lustro: ahora, aparte de seguir siendo tales, aunque en reserva, lidian con cargos de responsabilidad en la política. Los ejemplos sobran, pero los más visibles son los de los dos Vicepresidentes de Karzai, Mohamed Qasim Fahim y Karim Jalili, o el Ministro de Energía y Aguas, Ismail Jan, un viejo conocido de los españoles por ejercer en la primera mitad de la pasada década como ‘señor de la guerra’ en la zona noroccidental del país a nosotros asignada. Priorizar la estabilidad en aras a consolidar a Karzai y poder marcharse cuanto antes – a más tardar en el sacralizado horizonte de 2014 – deja sin resolver como decimos muchos crímenes, y la experiencia nos demuestra que tal actitud se acaba pagando. La frustración crece entre muchos afganos, tanto por la impunidad con la que actúan los Talibán como por el sombrío escenario de futuro que se presenta: es significativo que la delegación en Afganistán del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) haya recibido entre enero y junio de este año hasta 15.300 solicitudes de asilo por parte de ciudadanos afganos, un 20% más que en el mismo período del año anterior. Es verdad que en la Conferencia de Bonn II hubo 34 miembros de la sociedad civil afgana, pero había entre ellos más hombres de negocios que representantes de ONGs críticas con el proceso de negociación entre los EEUU y los Talibán iniciado a comienzos de 2011 y que para muchos ciudadanos de este atribulado país es suicida, aparte de consagrar la impunidad: a dichas voces críticas se les hace el vacío, sobre todo cuando hay valedores de este proceso de claudicación tan relevantes como Afganistán y Pakistán, en la región, o Alemania, los EEUU y Qatar desde fuera de ella.
 

Los EEUU tienen actualmente 101.000 efectivos sobre el terreno y ya han comenzado a reducirlos este verano (4.000) estando previsto que antes de fines de este año hayan abandonado el país 10.000 militares. La retirada militar estadounidense y de otros orígenes coincide con los avances en términos de estabilización del país, al menos sobre el papel. El 17 de julio se transferían las competencias en materia de seguridad a las autoridades afganas en 3 de las 34 provincias y en cuatro municipalidades. Antes de terminar 2011 dicha transferencia se hará efectiva en otras 17 provincias. Todo muy organizado, muy cartesiano, cumpliendo objetivos y plazos subrayando lo cuantitativo y ocultando lo cualitativo. A estas alturas y con lo que ha caído y está cayendo es normal querer irse cuanto antes, e insistir como hace el Presidente Barack Hussein Obama con que si el objetivo inicial – descabezar a Al Qaida – está cumplido con la muerte de Osama Bin Laden, el pasado 2 de mayo, y su red casi sin protagonismo en el país es el momento de irse. Pero nada nos garantiza que dicha retirada, o derrota según la percepción de los Talibán en particular y de los islamistas radicales en general, no servirá para dinamizar otra vez el proceso de radicalización. El endeble régimen de Karzai podría ser derrocado rápidamente sin una sólida protección extranjera, y sus herramientas nacionales ‘hacen aguas’ de forma evidente: el 80% de los aspirantes a soldados y policías son analfabetos y el 30% deserta tras recibir la instrucción. El régimen de Kabul no sólo tendría que blindar a su desmesurado aparato de seguridad sino también dotarlo de materiales - cuando la cobertura extranjera de hoy desaparezca – y financiar, difícilmente, todo ello. Como al final habrá que financiarlo desde fuera, será impensable cumplir con la exigencia afgana de que no haya alguna injerencia en cuanto a su funcionamiento. Afganistán, a diferencia de Irak, no tiene petróleo que ofrecer como pago, y su boyante economía de la droga – que a diferencia de hace unos pocos años no incluye sólo la producción de opio sino ya también su transformación en heroína - tiene que ser sustituida pero nadie sabe por qué. Ello es aún más difícil si tenemos en cuenta realidades como que, en Afganistán, el 36% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza o que el 60% de la población se dedica a la agricultura. Además, y en términos macroeconómicos, en el Presupuesto afgano de 2010 los ingresos del Estado no superaron los 1.500 millones de euros, una cantidad irrisoria para un país que tiene tanto trabajo por delante. Más del 90% del Presupuesto de Afganistán procede hoy de las ayudas internacionales. La corrupción y el cáncer social y político que la droga representa afecta, además de al propio Afganistán, también a los países limítrofes, haciendo de este un problema transfronterizo de alcance regional y, por ello, aún más difícil de resolver: Uzbekistán, Turkmenistán, Tayikistán o Kirguizistán, entre las repúblicas centroasiáticas, y Pakistán, Irán o la propia Rusia, todos ellos como países de tránsito y de consumo, se ven afectados también no sólo por la corrupción sino por el impacto de la droga en términos de salud pública.
 

En la Loya Jirga de Kabul el Presidente Karzai lograba que la mayoría de los dos millares de delegados tribales aceptaran su propuesta de compromiso estratégico con los EEUU durante una década a partir de la evacuación del país por las fuerzas estadounidenses. Lanzando un mensaje tranquilizador a iraníes y a paquistaníes, y recibiendo el esperable ‘mensaje’ de los Talibán – que dispararon varios cohetes contra el lugar donde se celebraba la reunión sin provocar víctimas – Karzai logró que la mayoría de los líderes tribales aprobaran el compromiso del Gobierno afgano con el estadounidense para garantizar el apoyo de las tropas de los EEUU, mientras estén desplegadas en suelo afgano, en la futura política de seguridad y de defensa afgana, poniendo eso sí límites a la forma en las que aquellas pueden utilizar la fuerza, estando supeditadas a la dirección política de las autoridades de Kabul. En cuanto al futuro más allá de 2014 la colaboración afgano-estadounidense tendrá que ser especialmente cuidadosa: en la Conferencia de Bonn, el Ministro de Asuntos Exteriores iraní, Alí Akbar Salehi, no pudo hablar más claro cuando insistió en que no habrá posibilidad alguna de paz en Afganistán si tras 2014 permanecen fuerzas militares extranjeras en su suelo.
 

 

La visión española del conflicto y nuestro papel presente y futuro


 

El que las potencias implicadas estén pensando en la retirada y el día después no quita que tengamos que seguir rotando los contingentes – el próximo previsto es el de la Brigada Paracaidista (BRIPAC) – y que nuestros efectivos, 1.552 en noviembre de 2011, además del personal civil de la Agencia Española de Cooperación Internacional y Desarrollo (AECID), tengan ante sí importantes amenazas. Tienen que afrontarlas tanto en la base aérea de Herat como en Qala-i-Naw, la capital de la provincia de Badghis que está bajo nuestra responsabilidad. Precisamente a partir del verano de 2012 nuestros efectivos en Badghis comenzarán a reducirse. Las amenazas nos acechan también en Kabul, donde aparte de atentados como el susodicho dirigido contra los shiíes, se producen otros muchos contra personal militar o civil, nacional y extranjero.


 

El inventario de emboscadas y de atentados con artefactos explosivos improvisados (IDE, en sus siglas en inglés) que se producen cotidianamente contra efectivos afganos e internacionales es mucho mayor de lo que los medios de comunicación nos transmiten, y los materiales explosivos que se utilizan son cada vez más potentes. Este tipo de ataques se centra preferentemente en acciones muy visibles, como los susodichos producidos de forma simultánea contra miembros de la minoría shií afgana. Dicha voluntad de los Talibán y de Al Qaida por preparar el terreno para el regreso al Emirato Islámico de Afganistán, unida a las crecientes dificultades con vecinos tan importantes como son Pakistán e Irán, no auguran nada bueno para la presencia española en los próximos meses. Además, nuestro despliegue en el noroeste del país nos acerca no sólo a Irán, sino también a la ruta de salida de la droga hacia Turkmenistán que históricamente controla el Movimiento Islámico de Uzbekistán (MIU), un grupo terrorista surgido hace más de una década para combatir al régimen de Islam Karimov y que hoy ha añadido a tan limitado objetivo el de irradiar el Yihad guerrero mundial y, de paso, controlar parte de las rutas de salida de la heroína afgana por las repúblicas centroasiáticas. Por otro lado, hacia el norte sale también el cannabis procesado en Afganistán, asumiendo que este país está convirtiéndose en el primer productor mundial de hachís superando al tradicional, Marruecos. En términos de cultivos de adormidera, Herat es una de las provincias afganas en las que es previsible que el cultivo aumente en 2011 y 2012, en paralelo al proceso de reducción que se viene dando en el sur, en Kandahar y sobre todo en Helmand, que tradicionalmente era la región más productora además de feudo tradicional de los Talibán.
 

Frente a visión tan caústica, el régimen de Hamid Karzai insiste en que gestiona bien la situación, y ello aunque en Bonn pidió que la Coalición permanezca una década más en su país. El Presidente tiene que justificar su gestión, y así lo hacía en la Loya Jirga, celebrada en Kabul a mediados de noviembre y a la que, como señalábamos anteriormente, los Talibán saludaron con una salva de misiles, insistiendo en ello a principios de diciembre en la Conferencia de Bonn sobre Afganistán, ante representantes de 85 Estados y 16 organizaciones internacionales. Karzai abandonaba precipitadamente dicha Conferencia ante la magnitud de los ataques anti-shiíes mientras las delegaciones debatían sobre calendarios futuros. La Secretaria de Estado estadounidense Hillary R. Clinton mostraba su apoyo a Karzai desbloqueando 700 millones de dólares y trataba de estimular a los demás participantes. Preparando el terreno, Karzai había concedido una entrevista al diario alemán Der Spiegel justo antes de que se inaugurara la Conferencia, y en ella cifraba en 5.000 millones de dólares anuales hasta 2024 las necesidades financieras y su Ministro de Finanzas, Omar Zakhilwal, indicó durante la conferencia, en un buen ejemplo de manipulación destinada a ingenuos, que la ayuda que se pide a partir de 2014 y que su Presidente acababa de cifrar “no es nada comparada con el gasto actual de la ISAF, de unos 100.000 millones de dólares anuales”: la vieja propuesta de sustituir cañones por mantequilla, traída a colación de nuevo.
 

El Gobierno entrante de España va a recibir renovadas propuestas de los EEUU y de otros aliados para que contribuyamos al entrenamiento de las fuerzas afganas, con especial atención a una Guardia Civil que ya ha sufrido bajas sobre el terreno en dicha misión. Por otro lado, el ambicioso objetivo de pasar de los entre 300.000 y 350.000 efectivos afganos formados actuales, a 500.000 en el horizonte de 2014, va a exigir un arduo esfuerzo en un contexto muy peligroso. En la Conferencia de Bonn la Unión Europea (UE) como tal se ha comprometido a una financiación de 1.000 millones de euros anuales y a mantener la Misión de Entrenamiento Policial EUPOL-Afganistán que ya ha formado a 3.000 agentes. El problema es que el escenario que se abre – que algunos medios comienzan a definir en términos de “pre-guerra civil” – en Afganistán, donde se barrunta incluso la posibilidad de propiciar una reforma de la Constitución que permita un tercer mandato para Karzai; con la inhibición de Pakistán, que puede combinarse con acciones encubiertas que puedan apoyar, o seguir apoyando, a sectores “insurgentes” que le son próximos; con un vecino, Irán, con el que las relaciones no van a hacer sino deteriorarse en los próximos meses y años, fundamentalmente por su programa nuclear pero también por otros motivos (creciente apoyo a los radicalismos islamistas por doquier); y, finalmente, con una Federación Rusa que hoy por hoy permite el apoyo logístico a los aliados por las rutas septentrionales, a través del ‘Northern Distribution Network’, pero que podría dejar de hacerlo o dificultarlo en parelelo al incremento de sus tensiones con Occidente (escudo antimisiles), no es especialmente esperanzador. A todo ello se suma, por supuesto, la dinamización de la mal llamada “insurgencia” (los Talibán, otras facciones islamistas radicales y la nunca del todo desaparecida, se diga lo que se diga, Al Qaida), crecida ante su próxima victoria y tratando día a día de dinamitar el proceso de reforzamiento del régimen de Karzai. El que a pesar de todo, habiendo asumido los escasos resultados que han dado largos meses de desgaste negociando con sectores de los Talibán, y tras haber renunciado incluso – aunque parece que sólo en apariencia – el propio Karzai a mantener las negociaciones con aquellos, se siga insistiendo en la apertura de una oficina de representación de los Talibán en Doha de la mano de los EEUU, Alemania y Qatar, dice mucho sobre cuán débiles el enemigo nos debe de percibir. Qatar vuelve a aparecer de nuevo, como lo ha hecho en Libia o lo hace en Siria, y Alemania despunta porque es el país europeo con más afganos en su territorio, porque está comprometido en el proceso afgano (región septentrional de Kunduz) y en algunos países centroasiáticos (particularmente en Uzbekistán) y, finalmente, porque es un escenario que el permite reforzar liderazgo.
 

Es por todo ello que hay que ser muy cautos ante los esfuerzos que se nos pidan: en términos financieros nada hemos comprometido de más en la Conferencia de Bonn, pero queda la posibilidad de comprometer efectivos, y de ahí la llamada de atención. Indudablemente, si el esfuerzo que se nos pida va a ir encaminado a sostener el decepcionante ‘statu quo’ reinante, sin atisbos de mejora en los objetivos a alcanzar, deberíamos de pensárnoslo dos veces antes de aceptar.