Bye bye OTAN

por Rafael L. Bardají, 1 de junio de 2022

Para toda la comunidad estratégica occidental, esa que sigue apegada a las imágenes y conceptos de la Guerra Fría, la invasión rusa de Ucrania ha traído buenas nuevas para la OTAN, una organización defensiva que languidecía por la dejadez de sus miembros, el desinterés de su miembro principal, los Estados Unidos, así como por asalto de los infatigables defensores de una autonomía europea en materia de seguridad y defensa (esencialmente los franceses y los socialistas españoles).

 

La prueba de ese chute de ilusión estratégica sería la petición de acceso a la Alianza por parte de dos países occidentales en su naturaleza, pero hasta ahora neutrales por su idiosincrasia estratégica: Suecia y Finlandia.  Pero ¿por qué esta nueva ola de ampliación de la OTAN es más importante que las anteriores? Recordemos que la Alianza se abrió a los centroeuropeos con la adhesión de Polonia, Hungría y la entonces Checoeslovaquia en 1999; siguió en 2004 con los tres países bálticos y se aceptó a Eslovenia, Eslovaquia, Bulgaria y Rumanía; en 2009, Albania y Croacia; y, finalmente, en 2017 y 2020, Montenegro y Macedonia respectivamente. 

 

La diferencia esencial entre todas esas adhesiones y las de ahora, se dice, es que las anteriores en realidad lo que perseguían eras una normalización institucional. Llegaban a la OTAN no motivados por una sensación de amenaza de la que defenderse colectivamente, sino como un paso más hacia su objetivo último, el acceso a la Unión Europea, mucho más relevante para su desarrollo económico. Ahora por contra estos dos países nórdicos cambian de postura y llegan a la OTAN por una razón estratégica clave. Se sienten amenazados por Rusia y creen que dentro de la organización sus intereses defensivos estarán mejor protegidos que fuera de ella.

 

Lo que no dicen los defensores a ultranza de una organización a la que consideraban obsoleta personajes tan dispares como Trump y Macron, es que si Suecia y Finlandia entran en la Alianza es porque confían más en las garantías militares de América que la que sus socios europeos podrían brindarles.  De hecho, no piden que la UE se dote de un ejército al que contribuir. En realidad, entran por el espejismo levantado por los errores de Joe Biden respecto a Ucrania, pues con su agresiva retórica en apoyo de Kiev, la ayuda militar, y las críticas abiertas a Putin, les han llevado a creer que Estados Unidos vuelve a poner su foco en Europa. Pero se equivocan. Ucrania es una distracción pasajera y el Oriente lejano (China y parte del Pacífico) seguirá determinando la orientación defensiva norteamericana. En un par de años Suecia y Finlandia sabrán del coste de estar en la OTAN y el poco valor que sacarán de la organización.

 

Salvo -y es un salvo nada desdeñable- logren reorientar a toda la OTAN hacia el norte, las fronteras con Rusia y, sobre todo, el mar ártico, su zona de preocupación estratégica.  Y no es imposible que lo consigan dado que la OTAN ha dado sobradas muestras de que fue creada para combatir una posible expansión soviética y que sólo frente a Rusia es capaz de movilizarse adecuadamente. Cualquier otro experimento que ha intentado, desde Afganistán a Libia, pasando por Irak ha sido un patético fracaso.

 

A finales de este mes de junio, la OTAN celebrará una de sus rimbombantes cumbres al más alto nivel.  Estoy seguro de que nuestro flamante presidente no perderá ocasión de publicitarse en todos los medios, le reciba o no quien de verdad manda, Biden. A Sánchez sólo le interesa su propia imagen y poco le importa que se pueda consagrar en Madrid el giro estratégico aliado que prime el norte en detrimento del sur, donde nosotros estamos y nos jugamos el futuro.

 

Es verdad que, por primera vez desde el final de la Guerra Fría, esta nueva ampliación será de países que pueden aportar más capacidades militares frente a las anteriores donde la OTAN aceptaba a consumidores netos de seguridad. Pero precisamente por eso veremos cómo se llevan paulatinamente el gato a sus aguas. Al final, los españoles acabaremos pagando parte de la factura de su defensa, como ya hacemos con los Bálticos. Al tiempo. Es lo que cuesta la foto de la cumbre y la sonrisa de Sánchez.