Casado: El Ultracentro

por Óscar Elía Mañú y Rafael L. Bardají, 6 de mayo de 2019

Puede que él no lo recuerde, dado que por aquellos días era un tierno infante, pero la derecha española que salía del Congreso de Sevilla y que se ponía en manos de un líder regional, como era entonces José María Aznar, con el doble objetivo de enterrar a Fraga y su Alianza Popular y el de llegar al poder bajo las nuevas siglas de PP, arrancó su periplo bajo la autodefinición de “centro reformista”.

 

Como era lógico, la noción de centro enseguida suscitó voces críticas, puesto que el centro no es una posición específica, sino relativa a los extremos. El centro no es nada salvo en comparación a lo que tiene a su izquierda y a su derecha. Por eso, uno de los ideólogos del nuevo PP de Aznar, Eugenio Nasarre, pasó a defender la definición de “centro reformista” no por su posición ideológica sino como una actitud a la hora de encarar y hacer política. Frente a los exabruptos de Don Manuel, había llegado la hora del moderantismo, el diálogo y el pragmatismo.

 

En realidad ese giro al centro escondía un profundo complejo de la derecha española. A saber, creer que la sociedad española salida de 1978 era claramente de izquierdas y que, por lo tanto, para ganar el apoyo de los españoles había que desprenderse de todo tufillo a conservador, franquismo, catolicismo, e ideología. En lugar de moral y valores comunes, había que pasar a defender el individualismo y el materialismo más descarnado, la prosperidad y la riqueza. De ahí que los líderes del PP sin excepción se presentaran como los grandes gestores de la economía y abandonaran a la izquierda los asuntos de la cultura y, aún más grave, de la educación de nuestros niños y jóvenes.

 

Casado entra en política de la mano de Esperanza Aguirre, el símbolo del liberalismo dentro de la gran tienda en la que se había convertido el PP con Aznar. Luego pasó por la escuela de formación de servir directamente al ex-presidente como su asistente personal. Etapa en la que mamó el “aznarismo” de primera mano. No se puede olvidar que eso que se llama “aznarismo” no se corresponde con ninguna ideología mientras el PP estuvo en el gobierno desde 1996 a 2004, sino con una visión que se genera en reacción a la oposición blanda y carente de referencias ideológicas y valores que ejerce Mariano Rajoy desde 2008 en adelante y que se agudiza en sus aspectos críticos una vez que el PP de Rajoy llega al poder.

 

Si no hubiera sido por una gran ambición política personal, habría resultado sorprendente que un joven como Pablo Casado se integrase en la ejecutiva e incluso llegase a servir de vicesecretario de comunicación del PP de Rajoy. Un PP que veía en el ex-jefe de Casado su enemigo número uno.

 

Hemos de creer que por amor al partido al que pertenecía, Pablo Casado calló buena parte de sus creencias política y sirvió con eficacia y sin rechistar durante la debacle de Rajoy y Soraya, cuando el PP prometía una cosa y hacía la contraria (impuestos); continuaba la línea ZP en materia antiterrorista; se olvidaba de todos quienes habían salido a las calles de España en defensa de la vida y una educación libre, en manos de los padres y no de la ideología del Estado. Esto es, traicionaba no ya a su ideología, sino a su base electoral. Cuando Vox no era nada, el PP de Rajoy (con Casado) perdía ya un 30% de sus votantes y obtenía el peor resultado de su historia reciente, cayendo a 137 diputados en las lecciones de 2016.

 

No obstante, a Pablo Casado se le abre una oportunidad histórica: con la auto-dimisión de Mariano Rajoy tras la moción de censura y el proceso de primarias, Casado encuentra la posibilidad de ser él mismo, si creemos en sus palabras. Está convencido de que el fracaso de Rajoy se debe a haber abandonado los principios del PP “de siempre”, esto es, de la etapa de Aznar en el gobierno, y que la única forma de recuperar apoyos es volver a ocupar el espacio del centro-derecha. Pero él llega a la cúspide del PP en una situación muy distinta a la de sus mayores: mientras que Aznar se encuentra con partidos pequeños y en fase de extinción (como el liberal de Segurado), Casado tiene que hacer frente a la realidad de Ciudadanos, un partido en ascenso, y Vox, una incógnita prometedora.

 

Casado parece estar convencido de que Vox es un partido hijo pródigo, cuyo destino es integrarse en el redil del nuevo PP al que avanza. En parte por eso y en parte por razones tácticas, Casado se abre a Vox, primero con un ofrecimiento para concurrir juntos electoralmente, al menos en el Senado, con continuos llamamientos a sus votantes, diciendo que les ofrece lo mismo y considerando públicamente incluso que Vox entre en su futuro gobierno tras las elecciones.

 

Pero llega el superbatacazo del 28A. Lejos de dar frutos su giro al PP de siempre y los guiños a los simpatizantes de Vox, su renovado PP ahonda más en su propia crisis política e institucional al caer significativamente por debajo de lo que el propio Casado consideraba una gran derrota de Rajoy: pierde la mitad de sus votantes y se queda en apenas 66 diputados. Cerca de un millón y medio de antiguos votantes del PP de Rajoy se pasan a apoyar a Ciudadanos; otros tantos a Vox. 

 

La reacción no se hace esperar. Medio PP que el pasado mes de julio, estuvo del lado de Soraya Sainz de Santamaría y esa forma de entender la acción política basada en la nadería, se vuelve más ardiente y vocal tras las elecciones; parte del equipo de Casado culpa a la fragmentación de la derecha a su fracaso. Vox pasa a ser el chivo expiatorio ideal porque representa eso que Casado había puesto en marcha, su giro a la derecha. 

 

Pablo Casado podía haber dimitido la noche electoral. No lo hizo, seguramente por sentido de la responsabilidad y no dejar huérfano del nuevo padre a un PP que se tiene que volver a medir electoralmente en unas pocas semanas. También podía haber defendido su visión en la reunión de la cúpula del partido el pasado martes, pero no lo hizo. Ha preferido enterrar su aznarismo, negarse a si mismo y abrazar todo cuanto había criticado en los últimos meses de la etapa de Rajoy. Su renovación ha consistido en un giro de 360 grados.

 

Casado, espoleado por los elementos maria sitas de su partido, pasa a lanzarse a combatir a la “ultraderecha”, como si la estrategia de meter miedo a los votantes de Vox fuera a hacer que girasen hacia su “renovado nuevo partido de siempre”. No habla de centro reformista porque tal vez desconozca la expresión, sino de partido hegemónico en el centro derecha, situando a Ciudadanos en la socialdemocracia y, como hemos dicho, a Vox en la extrema derecha.

 

No sabemos cuán lejos llegará en esta nueva estrategia. Ni si será exitosa de cara a las municipales, autonómicas y Europeas. Pero si tenemos una cosa clara: ha nacido el “casadismo”. Una filosofía política que podríamos definir como “el ultracentro”, cuya columna vertebral es despegarse como sea de sus extremos, sean éstos los que sean, pero que a diferencia del “centro reformista” y su actitud moderada, en lugar de intentar seducir a las otras fuerzas y sus votantes, recurre al insulto y a la descalificación.  

 

No sabemos si producto de la desesperación que parece haberse instalado en un PP que se ve abocado a un colapso como el de UCD, o por puras contradicciones internas de un dirigente más próximos en sus formas al Aznar en su retiro que al Rajoy en el gobierno, el nuevo “ultracentro” sale a matar (y posiblemente también a morir) al nuevo ruedo de ese centro-derecha fragmentado. Lo que no se entiende es que si Casado está tan convencido de que Rivera es socialdemócrata y Abascal de extrema derecha,  esto es, que representaban dos espacios en los que no tiene interés un partido de centro como el que ahora quiere abanderar, esté tan preocupados con ellos y pretenda con sus ataques, incluso personas les, robarles votos. ¿Será que en nuevo, nuevo PP cabe todo? 

 

El “ultracentro” muestra una actitud agresiva, pero desde una situación de crisis y degeneración que recuerda a  una ballena en sus estertores. Casado ha elegido suicidarse matando. Si de verdad esta vez cree que su particular agresividad contra sus hasta ayer aliados, va evitar la hemorragia que sufre su partido, olvidándose del Frente Popular como enemigo verdadero, habrá perdido la poca credibilidad que le queda. Demasiados giros en tan poco tiempo. El “casadismo”, como el “ultracentro” que promueve, son solo una pose, sin contenido y sinsentido.