Cohetes palestinos

por Rafael L. Bardají, 14 de noviembre de 2018

(Publicado en La Gaceta, 15 de noviembre de 2018)

 

Para bien o para mal, lo primero que tiene que hacer un viajero en Israel es descargarse dos aplicaciones en su móvil: Waze y Red Alert. Ambas son un desarrollo israelí y están pensadas, la primera, para hacerte la vida más fácil, ofreciendo información en tiempo real de los constantes atascos y aconsejando rutas alternativas; la segunda, para salvarte la vida en caso de sufrir un ataque con misiles, avisando con el tiempo justo para poder correr hacia un refugio seguro. Ciertamente, no son infalibles. Y en el caso de Red Alert, la distancia con la frontera, bien en el Norte, bien en el Sur. De hecho, a una distancia no superior a los 14 kilómetros, sólo se tiene 30 segundos como mucho para guarecerse de una explosión, lo que no siempre es viable.

 

Esta semana lo hemos vuelto a ver. Como consecuencia de una fallida operación de inteligencia por parte de un comando israelí, sorprendido en plena operación tras las líneas enemigas y que concluyó con un soldado israelí muerto y con un mando de Hamas también muerto en el cruce de disparos, los dirigentes de la Franja de Gaza decidieron escalar la crisis, primero lanzando un misil antitanque contra un autobús que transportaba soldados, inmediatamente después con un nutrido fuego de mortero sobre los paramédicos que acudieron en su auxilio para pasar, acto seguido, lanzar una lluvia de cohetes y misiles de manera indiscriminada y sobre los centros de población israelíes en torno a Gaza. Un total de 500 cohetes fueron lanzados por los palestinos.

 

Ningún gobernante de cualquier país puede quedarse inerme frente al ataque de sus ciudadanos y el gobierno de Jerusalén no tiene por qué ser distinto. Una operación aérea de castigo fue autorizada con el objetivo de destruir algunas de las instalaciones de Hamas, lanzando el doble mensaje de que cualquier ataque desde la Franja sería contestado, pero de manera controlada a fin de evitar una escalada del conflicto que nadie debiera querer. Hamas aceptó un alto el fuego, violado en las horas posteriores, pero que, finalmente, se convirtió en un acuerdo para el cese de los ataques. En efecto desde el martes por la tarde. 

 

Cuento todo esto porque yo aterricé en Israel el lunes por la tarde como parte de una delegación del High Level Military Group, un grupo de generales y almirantes de los principales países, de Colombia a Australia, pasando por Estados Unidos y Europa, que visitaba Israel con el propósito de saber más sobre la situación en Gaza. Dada las operaciones en curso y la imposibilidad de moverse por la zona, nuestra misión se tuvo que retrasar hasta el miércoles. Suerte o no, fuimos el primer grupo no combatiente en poder acercarnos a los puntos más calientes de esta crisis y poder entrevistar a algunos de los soldados y mandos israelíes que participaron activamente en esta operación. Nuestro informe tardará unos días en completarse, en la medida en que aún seguimos trabajando en Israel, con entrevistas al máximo nivel, pero sí puedo ofrecer algunas impresiones y juicios preliminares.

 

Como ocurre con cada estallido en Gaza, lo que está en juego aquí no es el deseo de venganza o de castigo. De lo que se trata de es afianzar unas nuevas reglas del juego y un nuevo nivel del mismo. Por eso es relevante cómo acaba este capítulo. Para muchos en Israel, incluido el ministró de defensa, quien ha dimitido por la forma de aceptar el alto el fuego, la clave de una relativa tranquilidad en la zona pasa por demostrar a Hamas que haga lo que haga, Israel contestará con una fuerza superior, capaz de infligir mucho más daño. Dicho en otras palabras, Israel debe buscar una victoria clara a fin de apuntalar su capacidad de disuasión durante unos cuantos años. El Primer Ministro ha optado por una respuesta más moderada, porque aunque el ejército israelí podría decapitar la cúpula de Hamas, hay serias dudas de que lo que vinieses después no fuera peor. Nadie en Israel quiere volver a ocupar Gaza.

 

Conscientes de la inclinación a una respuesta limitada y que no pone en peligro su poder en Gaza, los militantes de Hamas se han lanzado a la calle a celebrar lo que consideran una victoria sobre Israel, aunque no lo sea. En Israel se celebra que ya no llueven más cohetes y que la vida puede seguir con normalidad hasta la próxima. Porque de eso todo el mundo está de acuerdo: habrá una próxima. Por una sencilla razón, el objetivo de Hamas no es construir un estado palestino. Eso ya lo tienen en Gaza. No, el objetivo es construir el estado palestino sobre el actual estado de Israel. Pueden vivir sin un estado palestino, lo que no pueden aceptar es un Estado judío.

A favor de Hamas juega la visión que del conflicto tiene la mal llamada comunidad internacional, sobre todo la Unión Europea. Muchos denuncian desde estas instituciones el “asedio” a Gaza, olvidando, por ejemplo, que Egipto mantiene cerrado el único puesto fronterizo por donde comerciar con el sur y que únicamente Israel se encarga de alimentar a su enemigo, con comida, ayuda humanitaria, materiales de construcción (aunque acaben en forma de túneles desde donde atacar), gasolina y electricidad. es Israel quien evita una catástrofe humanitaria, no quien la crea.

 

En sus operaciones, las fuerzas israelíes han mostrado siempre un comportamiento ejemplar que si tuvieran que cumplir nuestros ejércitos, no podríamos desplegarlos en ninguna parte. No puede decirse lo mismo de Hamas y otros grupos quienes usan a los civiles como escudos y, desde hace meses, también como arietes en cargas contra la verja de seguridad, quienes almacenan sus cohetes y explosivos en hospitales y escuelas y quienes se esconden en instalaciones de la ONU. Pero, como bien sabemos, las fuerzas irregulares, rara vez cumplen con las normal del derecho de la guerra que los occidentales sí respetamos.

 

Ayer por la tarde tuve la posibilidad de visitar uno de los barrios de la ciudad de Ascalón donde habían impactado algunos de los más de 60 cohetes disparados desde Gaza directamente contra las casas de su población. Poco importa que poner a civiles como diana esté prohibido en la guerra. Su guerra es, precisamente, la contraria. Y no sólo pude ver con mis propios ojos la destrucción causada, sino el impacto que tiene sobre los vecinos, sus familiares y niños.

 

Si de verdad la comunidad internacional quiere poner fin a este conflicto, debe empezar por admitir que no se puede poner en el mismo nivel a un grupo terrorista con un estado, guste o no, se esté de acuerdo o no con muchas de sus políticas, democrático, liberal y occidental como es Israel; no se puede permanecer ciegos al hecho de que Irán intenta ejercer una presión sobre Israel en todas sus fronteras, incluida ahora Siria; y no se puede permanecer impasible cuando la vanguardia de nuestra civilización en Oriente Medio se ve continuamente atacada.

 

El gobierno español quiere reconocer al estado palestino. Ya se lo digo yo: ese estado ya existe y se llama Gaza o Hamastán. Con la bajeza moral que le caracteriza no me sorprendería que eso le importase lo más mínimo.