Cospedal se rinde

por Rafael L. Bardají, 17 de noviembre de 2017

Publicado originalmente en La Gaceta jueves 16 de noviembre 2017

 

Hace unos años, cuando desempeñaba mi cargo de asesor ejecutivo de un ministro de defensa español, recibí una llamada del jefe de gabinete del presidente de gobierno. La legislatura acababa prácticamente de arrancar y lo primero que me soltó fue: “tu ministro, ¿ya le han secuestrado?”, queriendo decir si ya se había convertido en el más alto exponente del lobby militar.

Yo no creo mucho en eso del lobby militar, habida cuenta de que, al menos, no hay uno, sino varios. Tantos como ramas armadas más el Jemad, pero es indudable que sí hay intereses industriales de defensa. Y todo conforma un gasesoso conglomerado revestido de una fuerte mitología que los políticos tienden a comprar si más.

También le ha pasado a María Dolores de Cospedal, cuyas batallas decisivas las deja para su carrera política y en Defensa se contenta con dejar que las cosas sigan haciéndose como siempre. El último episodio, de momento, ha sido el lanzamiento a bombo y platillo de un nuevo conjunto de siglas sobre la defensa europea, la llamada PESCO o cooperación estructurada permanente en materia de defensa.

Siempre me ha llamado la atención que cuando la UE habla de cuestiones militares nunca habla de defensa, sino de asuntos “en materia de defensa”. Y la explicación a ello es bien sencilla, por mucho que le cueste admitirlo a la ministra española del ramo: la defensa europea ni es defensa, ni es europea. No es defensa por una sencilla cuestión, porque sólo responde a los intereses industriales de las empresas del sector y porque sus estructuras y fines sólo tienen que ver con el desarrollo industrial en materia de armamento. Europa es, en términos estratégicos, un liliputiense en el mejor de los casos. Y no únicamente porque no disponga de las capacidades para proyectar sus ejércitos (curiosamente, la UE en esto, es mucho menos que algunas de sus partes), sino, sobre todo, porque carece de una visión estratégica común. De hecho, las diferencias de percepción e intereses estratégicos son hoy más grandes que nunca entre los estados miembros de la UE.

La PESCO no viene a salvaguardar la seguridad y defensa de Europa, viene a proteger el futuro de alguno de sus grupos industriales. Puede que alguna empresa española o italiana se vea favorecida, pero serán los grandes conglomerados alemanes y franceses los verdaderos beneficiarios de esta iniciativa así como del fondo de la UE para investigación y desarrollo “en materia de defensa”, aprobado a comienzos de este verano.

Por mucho que se diga, con tan sólo cuatro países cumpliendo con el compromiso OTAN de gastar un 2% del PIB en defensa (Grecia, Estonia, Polonia y el Reino Unido), y con un desequilibrio interno de los presupuestos de defensa, que en el caso español dedica más del 70% a cubrir los gastos de personal, cualquier iniciativa que se tome pasará, ineluctablemente, por la puesta en común y la especialización. Esto es, en la pérdida real de ciertas capacidades que se ven como insostenible a nivel nacional y que se dejan en manos de otros en la confianza de que se podrán emplear llegado el caso.

Es decir, que para evitar que los ejércitos se jibaricen, que se encojan o hagan más pequeños dada la falta de los recursos que los gobiernos destinan a ellos, se les amputará algunas partes para salvar al resto.

Problema: ¿Qué pasará cuando una nación decida que debe emplear sus fuerzas armadas para defender sus intereses nacionales y el resto no la apoyen? No será la primera vez que ocurre. Sin ir más lejos, cabe recordar cómo España negó el derecho de sobrevuelo a los F-111 americanos que partieron de sus bases inglesas para bombardear a Gadafi en 1986; o más recientemente, cuando con motivo de la guerra del Golfo, Bélgica no autorizó la compra de munición ligera para los fusiles de asalto que empleaban los británicos en Irak.

El asunto al que Cospedal se ha rendido, en realidad el más grave, es la concepción de que la defensa nacional, la defensa de España, pasa necesariamente por su colectivización en estructuras multinacionales siempre superiores, llámense OTAN o ahora PESCO. Pero tanto la Alianza Atlántica como la UE no pasan hoy por su mejor momento y las dudas sobre su solidaridad y capacidad de respuesta están en entredicho.

Hace años, en España se hablaba de amenazas compartidas (con el resto de aliados) y no compartidas. Cospedal, carente del más mínimo análisis y visión estratégica, parece apostar sólo por las primeras, justo en un momento en el que, quizá, las segundas sean mucho más significativas. Pero eso es lo que se viene haciendo desde hace años porquees lo que contenta a todos, oficiales que encuentran mejores puestos, empleos y sueldos en cuarteles generales fuera de España, soldados que cuadruplican su salario por ofrecer sus servicios en terceros países, planificadores que encuentran el dinero con el que cubrir parte de sus necesidades en partidas extraordinarias para operaciones en el exterior, políticos que se hacen bonitas fotos rodeados de sus colegas envueltos en banderas multinacionales… Cualquier cosa vale para no hablar de la nación española y sus requerimientos de seguridad. No es que la casa se quiera construir desde el tejado, es que sólo se presta atención a las flores del jardín.

La ministra cree que la actividad es suficiente prueba de lo bien que se hacen las cosas. Porque la actividad, aunque no tenga sentido, es lo que mantiene vivos a nuestros militares. Mírese, por ejemplo, el orgullo que se muestra sobre la participación de nuestras tropas en la misión en el sur del Líbano, la UNIFIL II, cuyo mandato original, según la resolución de la ONU 1701, era desarmar a los militantes de Hizbollah, la organización terrorista chiita creada por Irán para extender su influencia en el levante. Pues bien, lejos de cumplir su mandato, UNIFIL II se ha adaptado a convivir con Hizbollah que no ha hecho sino rearmarse hasta los dientes bajo su mitrada. Hace años que nuestro soldados no encuentran un depósito de armas ni requisan armamento alguno.

Un segundo y trágico ejemplo más: el orgullo que se exhibe de nuestra participación en la misión de entrenamiento del ejército iraquí. Ejército que responde a los intereses no sólo de Bagdad sino de Teherán y que, de hecho, está luchando por extender la influencia iraní en el país y en la zona. No sólo contra enemigos como el Estado Islámico, sino con socios como los kurdos o aliados en Siria, como el FSA.

Es decir, ¿tiene sentido estratégico lo que hacen nuestras fuerzas armadas? Claramente no. Hay otras razones, que van desde puros intereses personales a participar junto a nuestros vecinos. Y en medio toda una panoplia de causas más o menos explicables.

Cuando fracasó la iniciativa de crear un ejército europeo a mediados de los 50, los americanos propusieron crear una flota estratégica conjunta y De Gaulle lo rechazó con una contundente frase: “el almirante sería norteamericano; el comandante británico; y el cocinero francés”. Tenga mucho cuidado la ministra Cospedal de que los españoles no pasemos a ser los camareros de esta PESCO y de cualquier otra iniciativa europea “en materia de defensa”. La experiencia debería hacerla desconfiar, porque si algo han logrado los programas de defensa europeos, ha sido acabar con lo más importante de la industria militar española, por tierra mar y aire. Y ni los astilleros franceses, ni los fabricantes de carros alemanes se preocupan de nuestros intereses particulares.

El padre del actual conservadurismo americano, William Buckley una ves dijo que preferiría ser gobernado por los cien primeros nombres del listín telefónico, que por los cien graduados más notables de Harvard. Tal vez haya llegado el momento de aplicar su máxima a defensa y pedir que el destino de la defensa europea la gobiernen los 25 primeros del listín telefónico y no los 25 ministros del ramo. Otro día lo aplicaremos a España.