Diario de Irak

por Florentino Portero, 20 de diciembre de 2003

(Del libro Diario de Irak de Mario Vargas Llosa. Madrid. Aguilar, 2003. 171 págs. Publicado en el Blanco y Negro Cultural, 20 de diciembre de 2003)
 
Aquellos que nos dedicamos al estudio de la política internacional no estamos acostumbrados al lujo de la prosa clara, limpia, precisa y hermosa de Mario Vargas Llosa referida a un conflicto de Oriente Medio. Tampoco al ejercicio de autocrítica sobre sus propias posiciones, que convierten el libro en un esfuerzo moral de búsqueda de la opción más acertada. Vargas Llosa no es un especialista en la materia, pero representa como pocos el esfuerzo cívico por comprender la realidad.
 
Diario de Irak recoge los artículos que Vargas Llosa publicó en distintos medios escritos desde el inicio de la crisis iraquí, incluyendo aquéllos resultado de su viaje a esas tierras y de sus conversaciones con árabes sunitas, chiítas y kurdos, así como con representantes de Naciones Unidas y de la Administración norteamericana.
 
La posición de Vargas no sorprenderá al lector de estas páginas, donde se han reseñado obras que defienden posiciones semejantes. Para el autor el argumento de que Iraq suponía una amenaza o el relativo a la existencia de armas de destrucción masiva prohibidas no eran razón suficiente para invadir Iraq ni para eliminar el régimen de Sadam Hussein. Sin embargo, tras su visita al país llegó al convencimiento de que la guerra era necesaria para liberar a los iraquíes de una dictadura terrible, responsable de enormes atrocidades. Estamos, como en Kosovo, ante el nuevo y revolucionario principio de injerencia humanitaria, que justifica la intervención en los asuntos internos de un estado soberano cuando su gobierno comete actos de sistemática violación de los derechos humanos de los ciudadanos. A diferencia del canadiense Michael Ignatieff o del indo-norteamericano Fareed Zakaria, Vargas Llosa no siente la necesidad de ir más allá y teorizar sobre la necesidad de que Estados Unidos imponga un imperialismo liberal.
 
A cambio, entra de lleno en el debate intelectual europeo, el terreno en el que se encuentra más cómodo, para denunciar el comportamiento de la diplomacia francesa, que ha utilizado la crisis iraquí para tratar de arrastrar a los europeos en un ridículo ejercicio de contrapoder de Estados Unidos, ignorando a los iraquíes. Califica de racismo el desprecio con el que muchos en el Viejo Continente se refieren a estas gentes, supuestamente incapaces de vivir en libertad y, por lo tanto, condenados a sufrir a déspotas de cualquier calaña. No hay escrúpulos para condenar a todo un pueblo a la injusticia con tal de negar a Estados Unidos la razón.
 
En Kosovo Occidente cruzó el Rubicón del intervencionismo por razones humanitarias y ahora nos encontramos ante el dilema de decidir cuándo sí y cuándo no. Todo ello envuelto en el viejo antinorteamericanismo y en una cultura política que rechaza tanto la inacción ante el desastre como la acción cuando implica el uso de la fuerza.
 
Vargas Llosa, una vez más, nos invita a un viaje por nuestra propia conciencia. Evita los argumentos complejos o técnicos y se concentra en lo esencial, en los principios que rigen nuestras sociedades y en los valores que informan nuestro comportamiento. Un viaje que no olvidaremos y cuyo recuerdo seguirá presente en nuestra memoria, removiendo nuestra perezosa conciencia.