El año de la marmota

por Rafael L. Bardají, 28 de enero de 2021

Suele atribuirse a Einstein la frase “la locura es hacer lo mismo una y ora vez esperando obtener resultados diferentes”, pero ahora da igual el autor. Lo relevante es que, en España y buena parte del mundo, nuestros dirigentes parecen estar poseídos por la necesidad de hacer una y otra vez lo mismo para vencer a un virus que se está carcajeando de ellos. Y hagan lo que hagan, repitan lo que repitan, los resultados son los mismos: una curva ascendente de muertos, que sube drásticamente cada cierto tiempo y que, igual que viene, se retira. Como el mar, a la espera de una nueva ola.

Ahora que todos los responsables corren a pedir nuevos y más estrictos confinamientos, conviene recordar que sus decisiones no están basadas en sólidos argumentos ni en obviedades científicas. Al contrario. Sánchez corrió ufano a salir en la tele para anunciar la victoria de una guerra que había declarado unilateralmente al coronavirus.  Corría el mes de junio. Pero tuvo que tragarse la segunda ola en septiembre y una tercera en la actualidad, aunque ahora ande desaparecido salvo para la campaña de Illa. Porque, no podemos olvidarlo, el actual Gobierno actuó irresponsablemente hace un año, negando la gravedad de la epidemia para poder festejar las marchas del 8M; como ahora incluso está dispuesto a jugar con la salud de todos permitiendo que los infectados puedan ir a votar, rompiendo toda lógica de confinamiento, con tal de obtener una supuesta ventaja en las elecciones catalanas. En ese sentido, nada ha cambiado: la salud de los españoles sigue hoy como hace un año, supeditada a los intereses políticos de los partidos políticos, empezando por el PSOE.

Hace un año, porque no se sabía que hacer, el Gobierno de Sánchez e Iglesias cerró España con unos de los confinamientos, según sus propias palabras, “más duros del mundo”. Cada día fallecían por el virus chino cerca de mil españoles y no se sabía cuántos contagiados había porque el Gobierno que había declarado en Bruselas que contábamos con los medios para hacer frente a la pandemia, ni sabía lo que eran las PCR ni podía dar más que bolsas de plásticos a muchos de los sanitarios que estaban en primera línea en la lucha contra la enfermedad. Ya sabemos, por desgracia, cuál ha sido el resultado: somos el país con el mayor número de fallecidos en términos relativos y en el que más personal sanitario ha acabado infectado. Algo de lo que el exministro de sanidad, Illa, acaba de decir, camino de Cataluña, que no se arrepentía.

El Gobierno salió reforzado a pesar de su pésima gestión, a la que, con sus chanchullos, mentiras e inquina política, podría tildarse de criminal, en parte porque consiguió que los medios de comunicación, en especial el duopolio televisivo, le hicieran el discurso del miedo. El famoso quinto poder, supuesto pilar de la libertad y la democracia con su control de los poderes publico, aceptó convertirse en verdaderos medios de temor masivo. No ha habido telediario que no anuncie “el peor de los días”, “el colapso sanitario”, “los peores datos”, “la irresponsabilidad de la gente”. Yo no se si se debe a todos esos cientos de millones con los que el Gobierno ha regado a las cadenas con publicidad institucional o porque si no vende el apocalipsis no llegan a la audiencia que les asegura una buena tajada de publicidad frente a sus competidores, pero el hecho es que en vez de controlar al Gobierno, han machacado a las personas, les han infundido un miedo innecesario y han paralizado cualquier brote de sentido común entre los españoles.

Nos hemos instalado en la irracionalidad: medidas absurdas que varían de lugar a lugar por el capricho de quien está instalado en la cúpula de las autonomías. No hay estrategia nacional porque el Gobierno no quiere ser criticado. Los epidemiólogos nos avisan, está en sus genes, de que lo peor está aún por llegar; los médicos no cesan de quejarse de que se les llenan los hospitales y todos apuntan al comportamiento supuestamente insolidario de los ciudadanos.  Se cierran bares y restaurantes, pero ante un metro y autobuses atestados no se puede decir nada, por ejemplo. ¿Cómo entender que a los enfermos detectados de Covid se les diga que se queden en casa durante 10 días y que luego vuelvan a su vida normal sin volverles a hacer un test? Sabemos de que hay muchos enfermos que siguen siendo positivos y con alta carga viral después de esos días arbitrarios de autocuarentena. O la sanidad española, la mejor del mundo se decía, no quiere gastarse lo que cuesta una PCR en los españoles enfermos, o, simplemente, sigue sin tener el número suficiente para poder administrarlas. Igual que hace un año.

Cuando se analizan las estadísticas de contagiados, detectados, enfermos, hospitalizados y fallecimientos en todo el mundo, sólo cabe concluir que la incidencia en la mortalidad entre quienes han impuesto confinamientos estrictos, laxos o ninguno, es, prácticamente, la misma. Con pequeñas variaciones. El virus mata, sí, pero caer en recetas medievales para salvarnos de él no parece estar surtiendo efecto. Cierto, uno puede creer que la solución está en la vacuna, pero con 90 mil vacunados en un mes frente a los más de 300 mil nuevos casos en el mismo periodo de tiempo solo cabe concluir que es el virus, no Sánchez ni los españoles, quien está ganando. Aunque lográramos la proeza de vacunar, como hace Estados Unidos, un millón de personas al mes, necesitaríamos dos años para llegar a cubrir la mitad de la población. Y eso si no seguimos regalando vacunas a terceros, como ha sido el caso del envío a Andorra.

Hace un año los españoles se encontraron abandonados a su suerte por parte de los responsables políticos. Hoy el Gobierno sigue dejándoles abandonados a su suerte. La tan cacareada España abandonada no es la de los pueblos vacíos, que también, sino la de una nación y su pueblo a la que el Gobierno no les presta la más mínima atención. No sabemos, aunque sospechemos, que Sánchez, Iglesias y demás ministros han corrido a vacunarse los primeros. Todo gobierno honesto y responsable debería hacerlo. Pero no éste, que sigue jugando con nuestra salud por sus caprichos políticos. El Gobierno en lugar de una ayuda ha sido y sigue siendo un impedimento para que salgamos de esta crisis y solo por eso no se merece ningún trato de favor institucional. Un Gobierno que por un lado sólo parece estar preocupado de enriquecer a los suyos y, por el otro, de empobrecer a los demás; un Gobierno instalado en la mentira perpetua y en hacer trampas en el juego institucional democrático no puede ser ejemplo de rectitud.

Muchos españoles hemos salido a la calle con palas y rastrillos para limpiar las calles de la nieve y hielo que nos dejó Filomena. Debería hacer lo mismo para deshacernos del vertedero en el que nos ha convertido este Gobierno.