El año que vivimos contradictoriamente

por Rafael L. Bardají, 3 de enero de 2021

Hace justo doce meses, un año, en las navidades del 2019, mientras las autoridades chinas hacían todo lo posible por ocultar el brote de coronavirus que empezaba a infectar a la población de Wuhan, los responsables de la sanidad española se empeñaban en avisarnos de que correríamos un grave peligro si, como de costumbre, chupábamos las cabezas de langostinos en las cenorras de navidad. También, con el entusiasmo de los medios por amplificar el alarmismo oficial, se declaraba la guerra a los plásticos que parecían inundarlo venenosamente todo, a la vez que, no lo olvidemos, el recién estrenado gobierno de Sánchez/Iglesias adoptaba en el Consejo de Ministros del 21 de enero el estado de “alarma climática”.

 

Doce meses más tarde, finales de 2020, no hay estadística alguna sobre los fallecidos por ingerir los sesos de langostino; si no hubiera habido bolsas de basura de plástico, no sé que habrían hecho nuestros sanitarios cuando la desidia e ineficacia del gobierno les privó de los materiales básicos para protegerse del coronavirus cuando más virulenta era la pandemia; y el cambio climático sigue causando daños muy por debajo no sólo de lo que avisan sus predicadores, sino irrelevantes en comparación por los infligidos por el virus chino. ¿Pero qué se puede esperar de unos gobernantes que decían que esputaras en tu codo y al mismo tiempo que lo usaras para saludar a tus relaciones? ¿O que las mascarillas no eran necesarias más que para los sanitarios, porque, en realidad, no habían comprado para el resto de los mortales? ¿O que nos quedáramos encerrados en casa pero que abriéramos puertas y ventanas porque lo peor es el aire de los interiores que no circula?

 

Se puede explicar la ignorancia de buena parte de la comunidad científica, pero la irresponsabilidad de nuestros gobernantes es inexcusable, inolvidable e imperdonable. Les ha importado un comino la ciencia, escudándose en un supuesto comité de expertos que nunca existió; quisieron  hacerse los serios llevando a las ruedas de prensa a dos de las instituciones mejor valoradas en España, por mucho que les pese al presidente y a su vicepresidente, el Ejército y la Guardia Civil, que cual fieles escuderos salían a cubrir los flancos de un gobierno a la deriva; mintieron con los números de fallecidos y ahora que disponen de algunas dosis de la vacuna, sólo quieren  hacerse la foto porque no cuentan con un plan de vacunación inspirado en criterios sanitarios o estratégicos. Vivimos en un permanente estado de emergencia no a causa de las medidas necesarias para luchar contra el virus, sino para impedir cualquier disidencia con las acciones del gobierno, quien no ha dudado en explotar la pandemia para hacer avanzar su agenda liberticida, revolucionaria y contra-constitucional.

 

Desgraciadamente, mucho de este “estado de tropelía” ha sido posible porque en España la oposición se ha echado a dormir. Bien porque se creía que las contradicciones del PSOE con Podemos llevarían a un estallido prematuro del pacto de gobierno, bien porque se confiaba en que Europa nos sacaría del atolladero impidiendo las políticas socialistas y comunistas del gobierno actual. Pero hete aquí que ni lo un o no lo otro. Sánchez no ve las contradicciones que la oposición apunta y Europa, sacándole del hoyo con un generoso cheque, se vuelve a mostrar como el lugar mitológico de los liberales de centro en el que creen, pero que no existe.  Sorprendentemente, un gobierno que hace de la mentira permanente su mejor baza, que se ríe de las instituciones y que está dispuesto a ignorar la ley cuando no le conviene, sale más fuerte de esta crisis. De hecho, sólo el gobierno sale más fuerte como bien reza su propaganda oficial.

 

Pero imbuidos de ese lenguaje militarista y guerrero del que tanto repudiamos, nos hemos creído héroes en una guerra inexistente. Aquí no ha habido enemigo alguno que nos bombardee y destruya nuestros barrios e infraestructuras. Lo que si hemos padecido es una panda de incompetentes cuyas malas acciones de gobierno agravaron las medidas para luchar contra el coronavirus. Así como unos líderes malvados que poco les importó la vida o la muerte de los españoles sino agrandar su poder. Y nosotros mientras tanto, cómodamente instalados en el sofá de casa, zapeando y pensando en la próxima receta a ensayar en nuestras cocinas. Héroes de salón.

 

El Parlamento en España siempre ha sido una institución más teatral que efectiva, pero los rasgos de irrealidad se han acentuado en estos meses. A diferencia de otros vecinos, no se han podido investigar cuáles hubieran asido las mejores estrategias para lidiar con la pandemia; cuáles han sido los costes alternativos, en términos de salud, de tener necesariamente que poner toda la atención médica en los pacientes de la Covid-19, desde tratamientos de cáncer detenidos abruptamente, a casos no diagnosticados o enfermedades que, sin tratar, se expanden como un reguero de pólvora. Esta misma semana la OMS advierte de una nueva variante de la gonorrea nacida durante la pandemia, de momento resistente a los tratamientos habituales. Pero felices de contar con el mejor sistema sanitario del mundo.

 

En fin, yo chuparé las cabezas de los langostinos este 31 como si no fuera a haber otro. Los males de las pandemias perduran mucho más allá del bicho que los causa. Y, en cualquier caso, Pfizer y los demás laboratorios nos protegerán del coronavirus, pero no del coronasánchez. Eso es cosa nuestra. Y de momento, va ganando la batalla. Bienvenidos al 2021.