El elefante en la habitación: la economía del opio en Afganistán

por Jorrit Kamminga, 7 de marzo de 2007

Durante la última cumbre de la OTAN el año pasado, los jefes de Estado y de Gobierno hicieron unas promesas alentadoras para la Alianza Atlántica: Más tropas para Afganistán, menos restricciones para dichas tropas y más cooperación para atender situaciones de emergencia. Sin embargo, desde entonces la cosa no ha cambiado mucho y el sur de Afganistán sigue siendo un sitio donde los talibanes tienen mucho poder e influencia. Además, para ellos resulta bastante fácil competir con las fuerzas de seguridad afganas, ya que suelen pagar el cuádruple o más en comparación con los sueldos de los soldados del gobierno afgano.
 
Desde el año pasado, otro asunto tampoco ha cambiado: Los países miembros de la OTAN todavía se olvidan del “elefante en la habitación” a lo que nadie preste atención: la economía ilícita del opio en Afganistán que está paralizando el proceso de estabilidad y reconstrucción en el país.
 
Está claro que la OTAN prefiere no involucrarse en lo que representa actualmente el obstáculo más importante en el camino hacia la estabilidad y la reconstrucción del país surasiático. La Alianza Atlántica ya tiene suficientes problemas propios con el regreso de los talibanes, la guerra abierta en el sur del país y la falta de voluntad política por parte de muchos países miembros para mandar tropas al sur - algo que no es sorprendente ya que las tropas británicas y canadienses juntos sufrieron casi ochenta muertos sólo este año, la mayoría en el sur del país.
 
En la cumbre de Riga de noviembre 2006 el secretario general de la OTAN Jaap de Hoop Scheffer intentó mantener la confianza entre los países miembros y declaró que la misión en Afganistán es una “misión posible”. Si hubiera dicho otra cosa, habría sido el principio del fin de la misión de la OTAN en Afganistán. Sin embargo, lo que evitaba decir fue que el éxito de la misión de la OTAN en Afganistán y el futuro papel de la Alianza están estrechamente vinculados a la búsqueda de una solución sostenible para el problema de las drogas en Afganistán.
 
La economía paralela basada en el cultivo de la amapola y la producción de opio es ahora más grande que nunca antes; más grande que en la época de la guerra contra los rusos cuando la industria del opio se convirtió en la economía de guerra para los Mujaidines; y más grande que durante el régimen de los talibanes en los años noventa. Más de tres millones de afganos dependen de la industria ilegal, la mayoría agricultores pobres que no tienen otra opción que dedicarse al cultivo de la amapola, tanto por presión externa como por deudas acumuladas en el pasado.
 
En muchas partes del país, la amapola es la única planta, cuyo cultivo ha sobrevivido a la destrucción de la infraestructura del sistema agrícola durante décadas de guerra y guerra civil. La planta es ideal para el terreno difícil de Afganistán ya que no necesita mucho riego, abono o atención. Además, el opio no depende de las canales normales de marketing y distribución que normalmente faltan estructuralmente en países en vía de desarrollo.
Desde el principio de la invasión de Afganistán en 2001, liderada por los Estados Unidos, la comunidad internacional está formando y apoyando a las tropas de seguridad afganas para que puedan desmantelar la economía ilegal del opio. La estrategia principal es la destrucción de la amapola, un instrumento ineficaz y contraproducente. En los últimos dos años, la destrucción de la amapola no ha tenido correlación con el nivel de la producción de opio. Por ejemplo, este año, a pesar de que el diez por ciento de la amapola ha sido destruido, la producción de opio ha crecido con un asombroso cuarenta y nueve por ciento. Además, como la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) afirmó, acabar con la producción de opio en Afganistán sólo es posible si se reducen al mismo tiempo la pobreza y el desempleo.
 
Sin embargo, los Estados Unidos y el Reino Unido siguen promoviendo una campaña a favor de la destrucción de la amapola aunque no haya alternativas económicas para dar otra opción a los agricultores. Por eso, es necesario que otros países pasen página y empiecen a buscar una solución que aborde el problema con una estrategia antidroga que apunte hacia los pobres con un enfoque en las necesidades básicas del pueblo afgano. Sólo de este modo, la comunidad internacional podría conquistar los “corazones y mentes” de la gente afgana, el objetivo principal de la estrategia civil de la OTAN. Paradójicamente, ahora las fuerzas talibanes tienen más éxito en la batalla por los corazones y mentes en el sur de Afganistán.
 
Es por eso que la política de la destrucción de amapola sólo echa leña al fuego de la resistencia y el poder del movimiento taliban. Éste aprovecha al máximo el descontento de los agricultores y estimula aún más la frustración de las comunidades rurales con una propaganda eficaz. Cada vez más, los talibanes ofrecen servicios básicos a dichas comunidades y ayudan al cultivo de la amapola con servicios de protección y con productos agrícolas como semillas y abono - obviamente debilitando poco a poco el control real del gobierno de Kabul que ya se encuentra en una posición muy débil.
 
La OTAN ya no puede justificar una posición de no intervención en la búsqueda de soluciones. La razón es sencilla: Afganistán personifica al opio; el opio personifica a Afganistán con una industria ilícita que equivale a un sesenta por ciento del Producto Interior Bruto del país. La Alianza Atlántica tendría que advertir a la comunidad internacional con que la actual política antidrogas hace un gran daño al proceso de estabilización y reconstrucción de Afganistán. Dado el hecho que el problema de las drogas en el país es por naturaleza un problema económico centrado en la falta estructural de desarrollo, la solución sólo puede ser de carácter económico.
 
Por iniciativa del Consejo de Senlis, un “think tank” internacional que aborda temas de la seguridad internacional y desarrollo, la propuesta de convertir parte de la industria ilícita en una nueva industria de analgésicos como la morfina y la codeína - también derivados del opio - ha llamado la atención en la prensa internacional. Desde hace dos años, el Consejo de Senlis investiga los detalles específicos de tal sistema en el terreno de las principales regiones productoras de Afganistán. La investigación sobre el terreno ha dado suficientes resultados prometedores para poner a prueba esta idea a través de la implantación de proyectos pilotos. Sólo por vía de tales proyectos es posible de investigar de una manera científica si la producción de analgésicos podría mejorar la actual situación de dependencia total con respecto a la industria ilegal del opio.
 
La solución no es nueva ni revolucionaria. Con la ayuda de los Estados Unidos, la India y Turquía ya benefician de un sistema de opio bajo una licencia para la producción de medicinas esenciales como la morfina y la codeína. En Afganistán, la producción de analgésicos podría ser apoyada de la misma manera a través de un marco de comercio preferencial o con la elaboración de una marca especial de morfina o codeína humanitaria, desarrollada especialmente para los mercados de países en vía de desarrollo donde ahora hay un déficit de estas medicinas. Una marca especial de medicinas afganas mostraría al pueblo afgano que el país podría dar una aportación positiva al mundo en lugar de ser asociado para siempre como país productor de heroína.
 
El cultivo de la “amapola medicinal” tiene dos ventajes principales. En primer lugar, el sistema romperá el vínculo entre los agricultores, los llamados “señores de guerra” y los grupos insurgentes. Sería mucho más fácil alcanzar los objetivos de estabilización y seguridad cuando la población rural está en el bando de la comunidad internacional y el gobierno afgano. En segundo lugar, una nueva industria de medicinas podría dar un impulso económico a las zonas rurales que estimule la introducción de otras actividades económicas y tendría efectos indirectos para aumentar el nivel de seguridad y estabilidad en las zonas frágiles.
 
La OTAN podría y debería mostrar el camino hacia soluciones más pragmáticas y eficaces para abordar el problema principal que determina el resultado de la misión de la OTAN en Afganistán. Sin embargo, el tiempo se agota. Hay que darse prisa porque mucho está en juego en Afganistán. El “elefante en la habitación” no sólo determinará el futuro de la OTAN y la credibilidad de la Alianza Atlántica; también determinará el futuro del pueblo afgano y las posibilidades de estabilidad y seguridad en la región

 
 
Jorrit Kamminga es jefe de investigación del Consejo de Senlis en Kabul, Afganistán. En este momento está haciendo una encuesta de opiniones en las provincias de Helmand y Kandahar sobre la insurgencia actual de los talibanes.