El Oriente Medio y el coronavirus

por Rafael L. Bardají, 14 de abril de 2020

Si es difícil prever cuál va a ser el impacto social, económico y político de la pandemia del coronavirus de 2020 en las democracias avanzadas, relativamente abiertas y transparentes, calcular las implicaciones del virus en una región donde, salvo la honrosa excepción de Israel, prima el oscurantismo, la autocracia y la censura, se vuelve casi imposible. LO que sí podemos suponer es que, al menos, la región sufrirá más o menos de los mismos males que el resto del mundo y que quedará expuesta al mismo daño económico. Es más, se puede sospechar también que dada su falta de infraestructura sanitaria en la mayoría de los países, la dislocación que han supuesto los conflictos abiertos, el impacto negativo en las arcas de la guerra del petróleo entre Arabia Saudí y Rusia, y el objetivo último de los líderes, la supervivencia de su régimen sobre todas las cosas, augura una situación agravada en comparación a otras zonas del mundo.

 

El primer caso oficial reconocido se dio en la ciudad iraní de Qom, el 19 de febrero. Otros países sólo han reconocido infecciones mucho más tarde, como Siria, cuyas autoridades sólo han admitido que el Covid-19 tocó su suelo hacia la tercera semana de marzo. Sin embargo, los datos provenientes de la mayoría de los países hay que tomarlos con una buena dosis de escepticismo ya que la propia OMS advierte de que no se han realizado test hasta muy tarde y en muy poca cantidad. Esto es, que los 20 mil contagiados, según las autoridades de Teherán pueden que se queden muy cortos. Según oficiales sanitarios iraníes, “la realidad es que cada hora se diagnostican 50 nuevos casos de coronavirus y un muerto cada diez minutos”. Sea como fuere, lo cierto es que Irán es considerado el epicentro de la pandemia en la zona. Y no sólo, sus conexiones internacionales, han llevado el virus a Irak, Siria y Líbano, al Reino Unido y, particularmente agudo, a Canadá.

 

En Irán, donde antes del estallido de la pandemia la población se estaba manifestando en contra del régimen de los ayatolas, la enfermedad ha traído la desaparición de las manifestaciones, pero un aumento del distanciamiento entre gobernados y gobernantes. La narrativa antiamericana, culpando a los Estados Unidos de estar detrás del virus no parece haber convencido a los iraníes quienes ven todo como una lucha de poder entre la Guardia Revolucionaria y el gobierno de Ruhani. La sociedad no sólo es escéptica, sino que se ha vuelto cínica frente a la incompetencia de sus líderes religiosos.

 

La situación económica era mala antes de la pandemia y se complicará aún más tras la misma, restando capacidad de maniobra a los líderes iraníes y, podría pensarse, obligándoles a concentrarse en su propio país a fin de evitar una revolución en su contra. Si el coronavirus llevase a Teherán a modificar su política de expansión regional y a reducir drásticamente, por impago, su apoyo a las fuerzas y grupos que hoy sostiene en el Levante, la epidemia tendría entonces un impacto estratégico positivo para sus vecinos y la región. Al mismo tiempo, si esto fuera así, es también lógico pensar que los ayatolas acelerarían su programa nuclear, ya que sería el único instrumento a su alcance que les garantizara su supervivencia y su capacidad de influir en el resto del mundo.

 

Irak, con intensas conexiones con Irán, ha sido el segundo país de la zona en sufrir la epidemia. Sin test, es imposible saber el número de contagiados y la parálisis política no augura una respuesta coherente frente a la pandemia. En cualquier caso, es cierto que desde mediados de marzo se suspendieron los vuelos con Irán, aunque no se cerró completamente la frontera terrestre. Es más, las manifestaciones religiosas de masas han seguido celebrándose sin problema a alguno, a pesar de haber decretado el confinamiento de la población hasta mediados de abril. Carente de medios financieros, el virus agravará la crisis económica que ya padecía Irak. Aún peor, la presión de Irán para forzar una retirada de las tropas americanas de suelo iraquí puede complicar la ayuda internacional en este terreno, por pura desconfianza. Aunque tampoco se puede descartar que la fractura existente en la población entre amigos y críticos del papel de Irán en ese país se descompense a favor de estos últimos, al generalizarse la culpa de que Irán ha sido quien ha llevado la enfermedad a los iraquíes. 

 

En Siria, el coronavirus no ha frenado el conflicto que ha desgarrado el país desde 2011. Las autoridades, en contra de claras evidencias de viajeros infectados durante su estancia en Siria, ha negado cualquier caso hasta finales de marzo. Y las cifras reconocidas oficialmente, apenas una veintena de casos, son poco o nada creíbles. Se ha establecido el toque de queda en Damasco y se ha aconsejado no viajar entre provincias, pero los movimientos dentro del país siguen limitados no por la enfermedad sino por la guerra civil. Por ejemplo, la batalla en Idlib no ha cesado en estas semanas. Particularmente preocupante es la situación de los desplazados y de los refugiados tanto dentro como fuera de las fronteras sirias, habida cuenta de la alta densidad que presentan los campos de acogida y donde el contagio puede ser explosivo. La falta de estructuras médicas adecuadas sin duda agravará cualquier estallido vírico.

 

Para Siria, además, el impago soberano declarado por Líbano el 9 de marzo, ha supuesto el bloqueo de ingentes cantidades de dinero que se había depositado en los bancos libaneses como refugio seguro y que ahora queda bloqueado. Es más, gran parte de las importaciones sirias se realizaban con el Líbano como intermediario y eso, de momento, se ha visto severamente mermado por las propias restricciones del sistema financiero libanés.

 

Para los países del Golfo, de Kuwait a Arabia Saudí, pasando por Emiratos, de ser correctos los datos, incluso extrapolando al alza, parece que el impacto del coronavirus va a ser menos importante en el aspecto sanitario, que en el económico una vez superada la pandemia. Con la excepción de Emiratos, todos los países de la región prepararon sus presupuestos sobre la base de precios del crudo bastante más elevados que los actuales lo que significa que tendrán que endeudarse si quieren cumplirlos o si tienen que hacer un esfuerzo financiero para luchar contra la pandemia. Sus reservas, de riqueza, antaño consideradas inagotables como su petróleo, han ido disminuyendo paulatinamente en los últimos años y con el barril alrededor de los 40$, es cuestión de meses, no años, que sus reservas financieras acumuladas se sequen. La caída de las importaciones chinas, la caída del turismo y el freno a la globalización agudizarán aún más la crisis económica de estos países.

 

El único caso diferente en toda la región es el de Israel. A pesar de haber estado inmerso el país en un a campaña electoral de cara a las legislativas del 2 de marzo y de no contar aún con un gobierno – o quizá precisamente gracias a todo ello- Israel fue de los primeros países del mundo que cerró sus fronteras a China. Es más, en cuanto se supo que una parte importante de los primeros contagiados en Nueva York eran judíos, impuso una cuarentena de dos semanas a todo viajero que llegase al país. La estrategia del gobierno en funciones para lidiar con la epidemia se acerca más a la surcoreana que a las europeas o americana: se identificó muy pronto que lo esencial era detectar a los contagiados, sintomático o no, y separarlos a fin de evitar mayores infecciones. Igualmente, se identificó a los grupos más vulnerables y se les aisló preventivamente. Con todo, y ante la cercanía de las festividades religiosas, se acabó cerrando por completo el espacio aéreo.

 

La contención inicial dio sus frutos, manteniendo los casos por debajo de los mil hasta el 23 de marzo. Sin embargo, la falta de distanciamiento social en el seno de las comunidades ultraortodoxas (Haredi), acabó disparando por 10 el número de casos en las dos últimas semanas. La negativa inicial de los rabinos a la orden del gobierno de cerrar las sinagogas y el rechazo al control de la movilidad en los barrios donde viven estas comunidades no sólo agudizó la situación epidemiológica, sino que ha agudizado el cisma existente ya en Israel entre ultraortodoxos y el resto de la población. 

 

En cualquier caso, Israel ha sido el primer país occidental en poner a disposición de los medios de salud las tecnologías usadas por los servicios de inteligencia para el seguimiento de los infectados y la detección precoz de potenciales portadores del virus. Todo bajo la autorización de la Corte Suprema habida cuenta de que el parlamento no se ha reunido en estas semanas de cuarentena.

 

Contenida de momento la explosión de contagios, el mayor impacto que va a sufrir Israel, al igual que el resto de los países de la zona, va a ser en su economía. De entrada, el paro se ha disparado en las últimas semanas y aunque el gobierno ha puesto en marcha un programa de estímulo, lo ha hecho tarde y muchos pequeños negocios están cerrando. Una recesión o depresión global, para una nación muy dependiente de su comercio exterior, puede ser fatal. Y si a todo ello se suma que no puede bajar la guardia en materia de seguridad, a sus líderes se les va a complicar sobremanera mantener unos presupuestos equilibrados.

 

En suma, una región tradicionalmente asolada por catástrofes humanitarias, las más causadas por guerras, puede que el Covid-19 sea recibido como otro agravante de una ya de por si pésima situación. Pero al daño de salud le sucederá el daño económico en un entorno mundial que no está nada claro y que posiblemente esté dominado en el corto y medio plazo en el sálvese el que pueda. Que los cambios que acelere el virus sean para bien o para mal estará en las manos de los líderes de la región. Las esperanzas, por tanto, son pocas.