Encuestas, encuestos, encuestis

por Rafael L. Bardají, 21 de abril de 2021

Hay quien dice que Irene Montero (Montera, Monteri y declinaciones subsiguientes) es tonta, aunque yo creo que, en realidad, es una fanática. No es contradictorio, pero para alguien que con escasa cualificación profesional llega a donde ha llegado, sea de la manera que sea y a la gracia de quien sea, ha sabido cómo dar ese salto de cajera a ministra, de vallecana a galapagareña. Más que tonta me parece manipuladora, como quiere hacer ahora con el lenguaje. No porque se haya vuelto lingüista en sus horas libres, sino porque la lengua es lo que nos hace tanto seres humanos como seres libres. Pervirtiendo el lenguaje bajo la bandera de la inclusividad, se pretende borrar las distinciones que la Historia y la biología nos han dado y aprisionarnos en una red de mentiras que nos aparten de la verdad. Por eso si li ministre Montero es tonta, es una tonta muy peligrosa.

 

No hay nada más peligroso que subestimar al enemigo.  Pero sobrevalorarse a uno mismo también es peligroso. Los economistas saben mucho de esto último, casi tanto como los meteorólogos de lo primero, pero los economistas, más soberbios, intentan convencernos de que no es así con sus explicaciones a posteriori. Ya se sabe, hacer predicciones es difícil, sobre todo cuando se hacen sobre el futuro. Un tanto similar les sucede a los encuestadores. Yo, no me fío de su trabajo. Bien porque esté viciado de partida y sólo sirva para los oídos de quienes les pagan, bien porque sus métodos se han vuelto totalmente ineficaces para escudriñar el sentir de los votantes. Por eso tengo la sensación de que las encuestas ya hace tiempo que abandonaron su objetivo original de ofrecernos una radiografía de la intención de voto de la ciudadanía para convertirse en un arma de manipulación que lleve subrepticiamente a los resultados de quienes están detrás de esas encuestas desean.

 

Ahora bien, ser descreído con las encuestas actuales no significa pasar a creer en otro tipo de indicadores, como, por ejemplo, la asistencia a los mítines de campaña. Es una buena señal, sin duda, que se llenen, pero tener una base militante motivada no conlleva automáticamente expandir la base electoral. Militantes y votantes son cosas todavía distintas.

 

Desconozco cuales serán los resultados finales del 4M en Madrid, pero lo que si tengo claro es que Vox ha sido tratado en las encuestas de manera interesada. Primero apuntando que no llegaría a ese 5% del voto que le da entrada a un partido a la Asamblea de Madrid y que, por tanto, votar a Vox sería como tirar el voto a la basura. Como quien desde la izquierda grita que llega el fascismo a fin de movilizar a su base poco motivada ante el comportamiento poco coherente de sus líderes. Léase, sobre todo, el comunista Pablo Iglesias.

 

Ni lo uno ni lo otro. Vox necesita crecer en votos y hace bien en buscarlos bajo las piedras. Hay mucho descontento con la izquierda que ha traicionado en comportamientos y valores a los trabajadores españoles, primando a los inmigrantes ilegales y rompiendo con una forma de vida para exhibirse como pijines, pijones y pijonas de arenga fácil pero absolutamente insolidarios. También debe seducir a muchos votantes del PP, hastiados de su partido, su falta de proyecto, sus tácticas erráticas y, en última instancia, en su lucha por reconstruir la España del bipartidismo que dejó de existir hace ya tiempo. Una España en la que salen perdiendo los españoles, los varones y la gente común.

 

No conviene dormirse en los laureles y los dirigentes de Vox lo están enseñando día si y otro también con su entrega en la campaña electoral. Es el mejor ejemplo para sus votantes de que hay que ir a votar el 4M y hay que hacerlo por la opción en la que se cree, en la que se confía que sí hará lo que promete. La más fiable. Es lo que pide el sentido común. Lo que representa, al fin y al cabo, el partido de Santiago Abascal.