España y la operación "Libertad Duradera": una posible contribución militar

por GEES, 19 de noviembre de 2001

Sumario ejecutivo
 
Desde los atentados del 11 de septiembre, el Gobierno español, por boca de su presidente y de sus ministros de Interior, Exteriores y Defensa, no sólo se ha manifestado solidario con los Estados Unidos, sino que ha expresado su disponibilidad para participar militarmente en la campaña sobre Afganistán, si Norteamérica requería de la presencia de tropas o unidades españolas. Esa posible contribución todavía no se ha concretado y el cambio en la situación sobre el terreno presumiblemente lleve a modificar los planes para una posible participación española junto a las tropas americanas.
 
En este apunte se ofrece un esquema de contribución basado no tanto en la comparación de lo ofrecido por otros aliados de la OTAN como en las opciones que se abren ahora, toda vez que las operaciones bélicas pueden todavía continuar un cierto tiempo y que la Alianza Atlántica está ultimando una misión de ayuda humanitaria para Afganistán.
 
1.- Introducción
 
El retraso en la concreción de la contribución militar española a la Operación Libertad Duradera, a pesar de haber sido criticada habida cuenta que otros socios y aliados ya han manifestado su aportación, abre nuevas posibilidades para España, pues la situación militar y estratégica en el teatro de operaciones está evolucionando aceleradamente y lo que era una campaña esencialmente aérea y de operaciones especiales abre la puerta a una intervención de ayuda humanitaria por parte de la Alianza. Así y todo, la guerra contra el terrorismo global no se ha cerrado todavía, pendientes de lo que suceda con los talibán en torno a Kandahar y a Bin Laden y su red Al Qaeda en el resto del mundo.
 
A España se le plantea ahora el doble reto de contribuir militarmente al esfuerzo norteamericano, de manera bilateral, en coherencia con todo lo declarado por los máximos responsables del Gobierno, a la vez que definir el papel y la aportación que quiere jugar en el seno de la OTAN para su misión de ayuda humanitaria en Afganistán.
 
2.-  La participación en operaciones de combate
 
El planteamiento seguido hasta el momento era la negociación con los Estados Unidos de un posible contingente español que contribuyese a las operaciones de combate que se estaban librando en Afganistán.  La prensa ha recogido diversas alternativas para la composición de dicho contingente basándose en diversos elementos como la presencia en CETCOM (Tampa), como oficial de enlace, de un general de la brigada de montaña,  la peculiar orografía afgana y en el tipo de operaciones ejecutadas. Así se ha publicado que España podría aportar unidades de montaña, comandos de operaciones especiales, ingenieros y escalones médicos hasta sumar, aproximadamente, unos 800/1.100 efectivos, según las fuentes.
 
Igualmente se ha dicho que, con toda seguridad, la agrupación que se enviase a Afganistán finalmente reflejaría también los intereses corporativos de los tres ejércitos, por lo que no sería exclusivamente constituida por elementos del Ejército de Tierra, sino que estaría acompañada de una presencia naval en la zona y, tal vez, por algún avión cisterna, habida cuenta que los F-18 tendrían que operar desde Turquía o el Golfo en largas y penosas misiones con múltiples repostados en vuelo.
 
Sea como fuere, un elemento que no se debe descuidar es que las tropas españolas no cuentan con ninguna experiencia reciente de misiones de combate, a excepción de los F-18 y sus tripulaciones que bombardearon en 1995 Bosnia-Herzegovina y en 1999 Kosovo. La fragata y las dos corvetas que se desplazaron al Mar Rojo durante la guerra del Golfo de 1991 estuvieron allí exclusivamente para hacer observar el embargo decretado por Naciones Unidas.
 
Esto no quiere decir que nuestras tropas no estén adecuadamente preparadas para entrar en combate, simplemente que el ambiente en el que se van a tener que mover no es tan benigno como el de las operaciones de paz. Puede ser mucho más expuesto y hay que estar preparados para hacer frente psicológica y políticamente tanto a las posibles bajas que pudieran llegar a producirse como al reemplazo y cobertura de la constante disminución de efectivos que produce toda guerra, esencial para el sostenimiento de las acciones,.
 
Por otro lado, también hay que considerar un elemento estratégicamente menos importante, pero que no lo es tanto en términos presupuestarios: el coste de una operación de este tipo. Por lo que sabemos, un soldado español en Bosnia viene a costar algo menos de 1´5 millones de pesetas al año. Sin embargo, esa cifra sería muy superior para cualquier actuación en Afganistán. Para empezar, el coste del traslado y asentamiento puede ser muy alto. Baste recordar que para el caso de la instalación del campamento de refugiados en Albania, casi la mitad de la factura se fue en pagar dichas partidas (3.400 millones de pesetas de un total de 7.500), pauta que viene siendo habitual para la zona. La distancia hasta el país afgano exigiría, no obstante, que el desembolso por traslado se incrementara en términos relativos.
 
De la misma forma, el coste de las operaciones de combate es muy superior que el de las operaciones de paz, puesto que exige un consumo de munición, combustible, piezas de repuesto, etc. mucho mayor, incluso en partidas tan simples como la de alimentación. En los Balcanes se depende de contratas locales que suministran los alimentos perecederos y habituales, cosa impracticable cuando lo que se está haciendo es combatir. Todo ello complica la gestión y el coste de la cola logística de este tipo de intervenciones.
 
Así, un contingente terrestre en torno a los 1000 hombres y mujeres podría suponer una factura por encima de los 35 mil millones de ptas. al año, calculando tres reemplazos. Los consumos por combate podrían ascender a otro tanto, habida cuenta que las bombas que se lanzaron sobre la antigua Yugoslavia en 1999 costaron algo más de 10 mil millones.
 
Ahora bien, la reciente evolución de la situación en el teatro de operaciones permite plantearse una contribución de otra índole, más segura y más barata: el envío de una agrupación naval a la zona.
 
Las ventajas de una opción naval son múltiples. Para empezar las exigencias temporales para la preparación de los buques es mínima puesto que su disponibilidad está asegurada; en segundo lugar, su despliegue en la zona no requiere de asentamientos previos y puede lograrse en una decena de días; en tercer lugar, es visible políticamente, en particular si se envía nuestro buque insignia, el portaaviones Príncipe de Asturias; en cuarto lugar, dada la ausencia de amenazas navales, la agrupación no tiene por qué contar con una protección antisubmarina, imprescindible en otros escenarios; en quinto lugar, una agrupación reducida numéricamente no representa una factura muy alta; por último, de ir encabezada esta agrupación táctica por el portaaviones, se podría entrar en un ciclo de relevos europeos, habida cuenta que Italia ha comprometido el Garibaldi y el Reino Unido puede desplazar a la zona uno de sus portaaviones.

Por tanto, la opción de contribuir bilateralmente al despliegue norteamericano con una flotilla compuesta por el Príncipe de Asturias, una fragata de escolta y un buque auxiliar, por ejemplo, es lo suficientemente flexible en términos de presencia, operatividad y simbología política, como para hacerla la más deseable en estos momentos en los que las operaciones terrestres no son ya tan importantes.
 
3.- La contribución multilateral en el marco de la OTAN.
 
El Cuartel General aliado en Europa, SHAPE, ha estimado que para el desarrollo de una misión de ayuda humanitaria en Afganistán serán necesarios, al menos, unos 30 mil efectivos terrestres, encargados principalmente de garantizar los canales de distribución de dicha ayuda. Previamente, sería necesario el traslado a la zona por mar y tierra de la ayuda, así como un puente aéreo desde los países limítrofes al mismo Afganistán.
 
Las demandas operativas de una operación suficiente para salvar del hambre a cientos de miles de afganos y contribuir a la reconstrucción del país han sido valoradas como excesivas por los responsables políticos de la Alianza, quienes, de momento, se contentan con una misión más limitada, básicamente de puente aéreo a la zona. Sin embargo, no cabe descartar que dada la situación de inestabilidad existente todavía en la zona, la OTAN no se vea finalmente arrastrada a una operación de mayor envergadura. Bastará con que la ONU y las ONGs se declaren impotentes para distribuir la ayuda humanitaria para que las tropas aliadas deban sustituir o ayudarlas en esa tarea.
 
Sea como fuere, hoy por hoy, el compromiso de los aliados es el de establecer un puente aéreo a base de unos pocos aviones de transporte pesado y unas decenas de aviones medios y ligeros.
 
España puede plantearse contribuir con algún aparato tipo CASA-235, tal vez dos o tres, pero también podría pensar en hacerse cargo del control del aeropuerto de una base de recogida, habida cuenta de la experiencia mostrada en la gestión del aeropuerto de Mostar. De hecho, esta última misión puede ser estratégicamente mucho más importante que la contribución de dos aviones y, salvo que se esté ideando una presencia numérica de aviones muy superior, lo que no parece probable, puede dar más réditos políticos a un coste menor.
 
Por otro lado, en el caso de que la misión, como todo parece apuntar, derive a la escolta de convoyes y protección de los depósitos de la ayuda, hay que tener en cuenta que el control del suelo afgano es hoy por hoy una quimera. Y en el futuro, si no son los guerrilleros talibán serán los bandidos o los diversos señores de la guerra los que amenacen la seguridad de la ayuda y de las tropas de escolta. A diferencia de Bosnia, los camiones no se encontrarán con controles de carretera, sino con emboscadas.

4.- Una combinación rentable y eficaz.
 
La opción que se ha apuntado, contribuir bilateralmente con una agrupación naval y en la OTAN con elementos de control aéreo, nos parece que es una alternativa que maximiza los beneficios para España a la vez que reduce las vulnerabilidades, sin perjudicar nuestra presencia internacional. Es más, es lo suficientemente flexible como para no cerrar ninguna evolución futura que se pudiera considerar más delante, desde el incremento de la presencia terrestre a la actuación en otras áreas geográficas, llegado el caso.
 
El punto débil, en términos domésticos, es que no resulta una opción equilibrada que asegure una participación igual para cada uno de los ejércitos. Pero la práctica habitual de los años 90 en donde se respetó al máximo la presencia y visibilidad de los tres ejércitos ya no es más una necesidad. Cada uno ha demostrado estar a la altura de las circunstancias y no por estar presente en una misión internacional se garantiza una mayor atención y recursos. Hemos entrado en otra etapa en la que el protagonismo de cada uno de los ejércitos debe quedar supeditado a la eficacia de las Fuerzas Armadas consideradas globalmente y éstas a los intereses superiores del Estado.