Europa no está en guerra, el Estado Islámico sí

por Rafael L. Bardají, 16 de noviembre de 2015

(Publicado en Expansión, 16 de noviembre de 2015)

A pesar de la retórica utilizada estos últimos dos días, Europa no actúa como si estuviera en guerra contra el Estado Islámico. Los países siguen enfocándolo como un problema criminal, de minorías radicales. Pero el Estado Islámico sí ha decidido declarar la guerra.

Cada vez que sucede un atentado de grandes proporciones, la retórica se dispara. De creer a nuestros líderes políticos, Europa estaría en guerra contra el yihadismo. Pero la verdad es que no lo está. ¿Ha recurrido el gobierno galo a activar los protocolos de seguridad colectiva de la OTAN?

Si en verdad los trágicos acontecimientos de la noche del viernes en París son "auténticos actos de guerra" y no atentados terroristas, la OTAN debería estar ya actuando. ¿No considera su artículo 5 que un ataque contra uno de los miembros es un ataque contra todos? La verdad es que los europeos siguen viendo en el yihadismo un comportamiento criminal, típico de minorías radicales, violento pero sin propósito estratégico y, desde luego, no vinculado a una religión. De ahí que siempre se antepongan las acciones policiales a las actuaciones militares, esencia de lo que es una guerra.

El problema es que, como muy bien señaló Bush tras el 11-S, la policía actúa bajo una cultura organizativa orientada a intervenir después de que se cruce el crimen, no antes. Y que enfrentados a un terrorismo capaz de generar numerosas víctimas, ese es un planteamiento inaceptable social y políticamente.

Hay que reconocer que la policía ha cambiado mucho su actitud hacia el yihadismo y, como ocurre en España, se lanza a desbaratar cualquier conato de célula yihadista por temor a que se produzca un atentado. Diligencia, no obstante, que no siempre se ve correspondida con los necesarios cambios legales, lo que produce en numerosas ocasiones que los detenidos o no llegan a ser juzgados o nunca son condenados. Aplicar el código penal si se está en verdad en guerra es una fuerte cortapisa para la victoria.

El problema es que el Estado Islámico (EI) sí está en guerra. Desde sus orígenes se planteó una guerra santa contra sus congéneres en el Islam a fin de purificarlo. A diferencia de Al Qaeda, Al Zarqawi, el padre del actual Estado Islámico, siempre puso el énfasis en atacar a sus rivales en el Islam, shiitas y todos a quienes consideraba apóstatas. Los americanos sólo le interesaban en la medida en que frustraran sus planes en Irak.

En gran medida eso es lo que ha pasado con el Estado Islámico desde su promulgación en junio de 2014, apenas hace un año. Sus dirigentes han invertido gran parte de sus energías en construir el Califato. No como una mera declaración, sino como un auténtico aparato administrativo y militar que ejerce su poder sobre una población y un territorio. Si el Estado Islámico sigue hoy donde está es porque reina por el terror, cierto, pero porque también ofrece algo que muchos de entre sus ciudadanos valoran: seguridad frente al caos.

La violencia, brutal sin duda, no es tanto su instrumento básico de poder sino la herramienta de motivación en inspiración para lograr que miles de musulmanes engrosen sus filas y se desplacen a su territorio para ser parte de él.

Por eso, el empeño de nuestra autoridades en definir al Estado Islámico como un grupo terrorista, ponerle el adjetivo de "autodenominado Estado Islámico" o, aún peor, empeñarse en llamarle por otros nombres, incluso el arábigo Daesh -que no es sino el acrónimo de Estado Islámico de Irak y el Levante, por muy áspero que suene-, no sólo es ridículo sino equivocado. El Estado Islámico, bajo el mando del Califa Ibrahim, no es un grupo terrorista, es un Estado de hecho que utiliza el terrorismo como parte de su arsenal. Al igual que emplea las redes sociales, la propaganda espiritual y tantas otras cosas. Las operaciones militares llevadas a cabo por algunos miembros de la coalición internacional, encabezada por el presidente Obama, no revelan tampoco que estemos en guerra. De hecho, la última guerra que Europa tuvo sí o sí que luchar fue la Segunda Guerra Mundial. Todo lo que ha venido después, particularmente en los años 90, han sido intervenciones militares de naturaleza voluntaria sin que nada vital para nuestras vidas estuviera en juego. Campañas militares de elección, limitadas, distantes y que en nada afectaban a la vida diaria de los ciudadanos.

No basta salir a una rueda de prensa y declarar que estamos en guerra para de verdad estarlo. Por ejemplo, del comunicado de La Moncloa tras la reunión del Consejo de Seguridad Nacional, el sábado por la mañana, sólo cabe desprender que la gran medida adoptada por nuestro gobierno fue difundir un teléfono del consulado español en París, para saber de posibles víctimas españolas. El nivel de amenaza permaneció inalterado y el presidente del Gobierno sólo dijo que se "adoptarían todas las medidas necesarias, si es que fueran necesarias". No se deduce que París supusiera cambio alguno y mucho menos que compartiéramos la idea de que Europa está en guerra.

El problema es que, querámoslo o no, el Estado Islámico sí que lo está. Y nosotros, particularmente los españoles, formamos parte de la legión de sus enemigos. Lástima que nosotros sigamos enfrascados en un discusión nominalista sobre cómo llamarle. Ni siquiera sabemos a quién tenemos por enemigo. Ésa es, desgraciadamente, la mejor receta para perder una guerra.

La otra pregunta que habría que hacerles a nuestros dirigentes es, sin duda, si de verdad creyeran que estamos en guerra, ¿contamos con los medios adecuados para luchar y vencer? A lo mejor porque no los tenemos es por lo que nos negamos a declararla.