Historias del más allá: Franklin 2.0

por Rafael L. Bardají, 20 de septiembre de 2019

Cuando yo era pequeño me enseñaron que Benjamin Franklin fue quien inventó en pararrayos, cosa que me tranquilizó sobremanera en mi vuelta del cole a casa en días de rayos y truenos. Más tarde descubriría que Franklin era, en realidad, un auténtico polímata, esto es, un experto en diversas e inconexas materias, incluida la política. De hecho, el pararrayos dejó paso a una de sus célebres frases. Se cuenta que al salir de una de las reuniones de la convención de Filadelfia donde se gestó la constitución de los Estados Unidos, esa que empieza, “Nosotros, el pueblo…”, un grupo de ciudadanos le preguntó “Dr. Franklin, ¿qué forma de gobierno han elegido?”, a lo que él les respondió: “La república, si la saben conservar”.

 

Los españoles siempre tan modernos a la hora de sumarnos a las modas, no sólo nos apuntamos con gusto al fast-food, a la fast-fashion y al fast-dating, sino también a la fast-politics. La etapa anterior a la transición –la innombrable- la tiramos como un kleenex usado, con asco; y la posterior a la transición parecería que estamos dispuesta también a deshacernos de ella: la izquierda porque ansía su poder omnívoro y totalitario;  la derecha porque no encuentra qué conservar. Y entre unos y otros, nuestra democracia no deja de hacer agua, cada día menos democrática, menos libre, menos justa y menos tolerante.

 

Yo no sé si cada pueblo tiene el gobierno que se merece o si cada gobierno tiene el pueblo que se merece, pero lo que sí está claro es que sin una sociedad fuerte y vibrante no hay democracia que aguante y no degenere. Es lo que les quería decir Franklin a sus conciudadanos. Pero España no es América y aquí el individuo sólo es carne de cañón del Corte Inglés y de Hacienda, un ser relativamente libre para gastar y atado de pies y manos para pagar. Y prisionero para todo lo demás. Lo que verdaderamente importa son los partidos políticos que todo quieren gestionar y controlar. Peor aún, con nuestro dinero. Los españoles hemos aceptado que nuestra democracia naciera y se desarrollara como una partitocracia y el entramado de corrupción que eso conlleva. Por dejadez y por interés, según la cercanía a esos aparatos de poder.

 

Es verdad, como decía Winston Churchill, que “la democracia es el peor de  los sistemas de gobierno con la excepción todos los demás que se han probado de cuando en cuando”. Pero nuestra democracia es otra cosa, salvo que, siguiendo los consejos de un Franklin 2.0, sepamos cómo enderezarla.