Instituciones públicas y privadas: apoyo a los esfuerzos para una seguridad europea

por Rafael L. Bardají, 1 de diciembre de 1997

Publicado en Centro de investigación, docencia, documentación y divul-gación de Relaciones Internacionales y Desarrollo, Diciembre de 1997
 
Espero que deduzcan, de las tres ideas que les voy a explicar, en qué consiste el trabajo que se realiza en el Gabinete del Ministerio de Defensa: la primera, desde mi punto de vista y creo que desde el punto de vista del Ministerio, es que la reflexión estratégica es una necesidad objetiva, aunque esto no signifique que la reflexión que se haga sea buena o se haga bien continuamente.
 
El ministro de Defensa en su exposición recordó que los pueblos que no se defienden eran devorados por la historia. Hoy me permito parafrasear a Napoleón quien, más o menos, dijo que quien no reflexiona sobre su estrategia está condenado a no tenerla o a seguir la de otros, que no sé lo que es peor. En el Ministerio creemos hoy en día que es necesario no sólo una conciencia de defensa que haga que mejore la relación y la comprensión general de la sociedad civil con las Fuerzas Armadas, sino desarrollar lo que el ministro denomina una cultura estratégica, es decir, unas élites de pensamiento que desde fuera de la Administración, o que entren y salgan de la Administración, hagan permeable el proceso de toma decisiones y que lo apoyen. No es lo mismo conciencia de defensa que cultura estratégica. Evidentemente, esto el ministro lo ha repetido en los discursos, pero ha habido además unas acciones institucionales que refuerzan esa tendencia. El presidente Aznar firmó la Directiva de Defensa Nacional donde uno de los tres pilares esenciales es el desarrollo de esa conciencia de defensa y cultura estratégica. Ha habido una reubicación institucional del Instituto de Estudios Estratégicos que estaba en el Centro Superior de Estudio de la Defensa, en el ámbito militar por tanto, y se ha llevado al ámbito político, por así decirlo, del propio ministro en la Dirección General de Política de Defensa en el Ministerio. Se han firmado acuerdos con universidades y con entidades, se ha creado el Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado, y se han hecho una serie de cosas que encarrilan la acción del propio Ministerio en una dirección muy clara que es intentar apoyar, en la medida de lo posible, el desarrollo de pensamiento y de reflexión estratégicos.
 
Mi segunda idea es que los poderes públicos y las instituciones privadas están condenadas a entenderse objetivamente en este terreno. La crítica fácil, que se ha hecho siempre, de que a los Gobiernos no les interesa la transparencia, que el mundo militar era muy cerrado, esa dualidad entre verdad y poder, creo que no es del todo acertada; y que no es tanto una disposición ideológica de secretismo, sino que la propia dinámica del poder, de la toma de decisiones, del día a día, tiende a relegar la perspectiva a medio y largo plazo, y cuando hablo de medio y largo plazo me estoy refiriendo de aquí­ a una semana o quince días, no de cuatro o cinco años. Creo que en la Administración -y en el caso español es muy patente- hay, por un lado, una serie de hábitos que influyen en cómo se toman las decisiones y, por otro, hay una tremenda presión de inmediatez a la hora de tomar decisiones. Este mecanismo hace que se sea, muchas veces, reactivo en lugar de innovador y creativo. Es evidente que no se prima la prospectiva haciendo, simplemente, un catálogo de la Administración y viendo cuántos órganos hay dedicados al estudio a largo plazo, cuánto personal está asignado a ellos, qué recursos tienen y, lo más importante, qué influencia real tiene en la toma de decisiones. Quiero recordar que, independientemente de la crítica que se hace del secretismo en el tema de defensa, la inmediatez y la presión temporal para adoptar decisiones es un elemento esencial a tener en cuenta a la hora de tomar decisiones.
 
Eso me lleva a mi tercera y última idea, y es que si se siente la necesidad de una reflexión, como digo, si no se tiene una tremenda disposición o habilidad para ejercerla dentro de la casa -porque nos tenemos que ocupar de miles de cosas en pocos segundos- se puede llegar a una falsa consecuencia, y es que se financien órganos externos a la Administración, es decir, si yo digo que tengo que reflexionar ya veo que tengo que tener los ojos abiertos con el símbolo del dólar y extender cheques para financiar proyectos de investigación. Eso no es fácil, creo que llegar a esa consecuencia es falso, primero porque no hay dinero, tengo que recordar que con el 1,17% del PIB en defensa no hay ideas que sobrevivan durante demasiados meses. Y en segundo lugar -aunque tuviera mucho más dinero, que no lo voy a tener- es que por una relación de coste-eficacia yo no puedo regalarlo a espuertas porque si no los electores acabarían castigándonos. Creo que hay que ser muy sensato con el dinero público.
 
Me gustaría hacer una pequeña digresión. Los estudios estratégicos -a diferencia de lo que ayer mi querido amigo Pere Vilanova se planteaba como un discurso académico- no son una actividad inocente. No es hablar de estética, no es hablar del concepto infinito, matemático o del cero. Los estudios estratégicos o de seguridad, en el mejor de los casos, quieren mejorar el mundo, en el peor quieren vender un producto específico o defender una idea. Además creo, desde mi propia experiencia y la de mis propios colegas, que es muy frustrante desarrollar una serie de ideas, un marco conceptual, para que nadie te haga caso desde el Gobierno. Creo que uno de los factores que miden la eficacia de conferencias y de reuniones es si alguien desde la Administración está presente y realmente asume alguna de las posiciones. Por eso la esencia, para mí, de los estudios estratégicos es que sean relevantes en términos políticos, no en términos políticos / ideológicos, sino en términos de ayudar a tomar decisiones políticas. No tanto en términos académicos -que estén bien estructurados, que tengan las notas a pie de página, ese tipo de cosas que sabemos de las tesis doctórales- sino que realmente tengan un impacto. Si no se consigue ser relevante para gente que no tiene tiempo, cuya presión política y cuya agenda política no le permite el desarrollo de ideas a largo plazo, realmente habrá grandes construcciones teóricas que no se lean y que si se leen no se sabrá cómo aplicarlas. Con esto no quiero argumentar que haya que hacer trabajos específicos para lo que desde el Ministerio se pretende. Si ahora yo estoy en una campaña de prohibición de minas antipersonal, no necesito encargar al think-tank que me diga lo que opina o no, no es necesario eso. Yo releo las Guerras del Peloponeso para decirle al ministro lo que tiene que hacer al día siguiente, otra cosa es que pueda sacar enseñanzas o no de ello. Creo que hay que tener la chispa para intentar confluir entre lo que es el mundo académico y las necesidades de la Administración. Lógicamente, eso también requiere un esfuerzo por parte de la Administración, que en España es muy rígida, no hay apenas intercambio entre académicos y funcionarios, mucho menos entre militares y el mundo académico, aunque se han hecho algunas cosas, y creo que deberíamos poner en marcha algún mecanismo. Desde el Ministerio de Defensa lo hemos intentado en los últimos meses y, sorprendentemente, no hay ni siquiera un listado de personas expertas, que dominen ciertos temas. Me gustaría tener un catálogo de investigadores del Estado español, pues eso se está haciendo. Pequeñas cosas, más que millones regalados a instituciones, que puedan al menos señalar lo que el Ministerio necesita, y lo que los think-tanks y las instituciones privadas pueden ofrecer mutuamente, creo que sería lo más beneficioso. Como digo, el cambio que necesita la orientación de los estudios estratégicos se ha de realizar desde el ámbito privado, porque creo que es más fácil que cambien los think-tanks a que cambie la Administración española.