Intereses de Rusia en el conflicto de Siria

por Gabriel Cortina, 18 de septiembre de 2015

 Comenzar a poner remedio a lo que sucede en Siria implica sentar en una larga mesa a una serie de factotums para que se pongan de acuerdo, por lo menos, en unos compromisos mínimos. No es fácil, porque las enemistades vienen de lejos y son muchas y de diversa consideración las heridas que sufre Oriente Medio. Como es imposible resumir en unos párrafos todos estos detalles, vamos a ofrecer una serie de puntos de vista para comprender el escenario, evitar simplicidades y hacer un esfuerzo por ir separando lo urgente de lo importante.

Los movimientos de población, entre desplazados y refugiados, han reconfigurado el panorama social de manera definitiva, llegando por miles a las puertas de Europa del Este. La imagen del pequeño Aylan Kurdi en la costa de Turquía ha agitado las conciencias de la opinión pública. Otros muchos cientos de niños cristianos asesinados por el ISIS no lo lograron. Estas migraciones masivas son potenciadores de riegos y urgen una respuesta política compartida a largo plazo. La respuesta debe tener tres ingredientes: diplomacia, desarrollo y seguridad.
 
Resolver el problema de Siria depende de tres elementos: de la propia Siria, una realidad política que hace mucho que dejó de existir; de una respuesta de la comunidad internacional, vía Consejo de Seguridad de la ONU; y de compromisos de los actores de la región. Sin el deseo las monarquías árabes del Golfo por enfrentarse de manera definitiva al emergente Estado Islámico, es imposible.  Lo que Arabia Saudí, Emiratos y Kuwait generaron con la financiación y la expansión del islamismo sunita más radical, hoy se ha convertido en su principal amenaza.
 
El Gobierno de al-Assad, con sede en Damasco; Estados Unidos, líder de la coalición internacional contra el ISIS y socio estratégico de las monarquías saudíes citadas; Irán –potencia regional con energía nuclear- y parte de Irak, con sus comunidades chiíes; Turquía, miembro de la OTAN, frontera directa del conflicto y temerosa del auge de un Kurdistán armado y motivado; y Rusia, socio estratégico de Siria, forman el complicado puzle que tiene como resultado uno de los dramas más terribles del siglo XXI. Ya ha reventado Oriente Medio y agita seriamente las fronteras europeas del Este y del Mediterráneo. 
 
Los ojos están puestos en el Consejo de Seguridad de la ONU, cuyo “visto bueno” para una actuación internacional depende de sus cinco miembros: Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, China y Rusia. Y es que, en el caso de Siria, Rusia juega un papel muy importante.
 
El presidente Putin tiene en agenda acudir a la asamblea general de Naciones Unidas, primera aparición en escena desde hace diez años. Por su parte, a finales de mes, Obama organizará una importante reunión con el objetivo de coordinar esfuerzos para enfrentarse al Estado Islámico, a quienes, por cierto, conviene dejar de llamarles “terroristas”, como si fueran un grupo de aficionados, pues lo de crear un nuevo estado, con sus infraestructuras, su administración, su justicia y sus fuerzas armadas, va en serio. El califato expansionista suní, la expresión más radical del Islam, ha roto el statu quo de Oriente Medio, cuyas fronteras se verán afectadas de forma definitiva. Sin “boots on the ground”, los ataques aéreos de la coalición, son sus drones, sus cazabombarderos y sus municiones guiadas, no tienen mucho que hacer.
 
Rusia ha asumido el compromiso de apoyar a Siria, una decisión estratégica que lleva décadas con la base naval de Tartus, y que tiene a Damasco como aliado en la región. La ayuda y la cooperación de Moscú pasan necesariamente por mantener al régimen de al-Assad, en contra de la opinión pública occidental. Tras el fracaso de la primavera árabe de 2011, no hay oposición capaz de sustentar con credibilidad y realismo otra forma de sacar adelante el país. El caos sirio ya no hay que entenderlo únicamente desde la óptica de una guerra civil, y su solución pasa por integrar a actores que siguen enfrentados.
 
Hacer frente a la guerrilla islámica implica el despliegue de tropas, con la lógica de bajas en combate. Y ese paso no lo va a dar ni Washington, que ha salido agotado tras diez años en Irak y Afganistán, ni Riad, que no tienen ni la capacidad militar ni la voluntad de asumir sus contradicciones político-religiosas.
 
El aparente silencio de Rusia trata de mostrar al mundo la contradicción de la administración Obama, que en el fondo no desea enfrentarse con todas las capacidades al ISIS. Esta manifestación de debilidad continúa con la ocurrida en 2013, con los sucesos protagonizados por el uso de las armas químicas, y anteriormente en Libia, al amenazar a Muammar el-Qaddafi sin un uso efectivo de la fuerza.
 
Putin ya ha dicho que la solución de Siria pasa por combatir al Estado Islámico, con una intervención armada, y por asegurar una transición política. Si las fronteras se mueven, mejor enfrentarse al ISIS en Siria, que no en la frontera rusa. De ahí la necesidad de activar la Comisión Ruso-Siria para abastecer con material, armas, munición, fuerza aérea, sistemas terrestres y capacidades logísticas a las tropas de al-Assad. Eso sí, las facturas con remite del Kremlin. Las defensas aéreas y los sistemas de misiles es lo que inquieta al Pentágono, así que hará lo posible para evitar el abastecimiento en las bases griegas.
 
De todas formas, Rusia afirma -con razón- que Occidente critica la situación, pero que se ha manifestado incapaz de ofrecer una solución viable al conflicto. “Transformar una guerra civil en una sociedad estable y en una economía próspera no se logra por arte de magia”, afirma su portavoz de Exteriores. Ya sea en la ONU o en esa larga mesa de factotums regionales, lo importante es que se obtengan compromisos concretos por las partes involucradas. Y uno de ellos, debe ser a intervención armada, el uso legítimo de la fuerza, contra una amenaza espantosa y expansiva que se llama ISIS, que no duda en celebrar la tragedia del pequeño Aylan o de volver a repetir la matanza de centenares de niños cristianos.