La batalla por Madrid

por Rafael L. Bardají, 8 de abril de 2021

En política, por desgracia, las cosas casi nunca son lo que parecen, tal es el nivel de fingimiento, deshonra y sirvengozonería que caracteriza a nuestra actual clase política, una auténtica casta al servicio exclusivo de sus propios intereses, cada día más alejados de sus ciudadanos a los que, en teoría, deberían servir. Un ejemplo más de esta perversión de la política son las próximas elecciones regionales de Madrid del 4 de mayo.

 

Unas elecciones a una autonomía, construcción supuestamente erigida para una mejor gestión y solución de los problemas de una región, han pasado a ser, por mor de las circunstancias e intereses de los políticos de turno, un remedo de las elecciones generales.

 

Por un lado, tenemos al contrincante mayor, aunque formalmente fuera del tablero de juego: D. Pedro Sánchez. Para él, Madrid es la gran espina que lleva clavada desde que entró en la Moncloa. La presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso no sólo es del PP, sino que ha enseñado una actitud mucho más irredenta y menos acomodaticia a sus designios que el propio líder de su partido, Pablo Casado. Doblegar Madrid, que no la curva, es la obsesión de Pedro Sánchez y la parte que controla de su gobierno. Es a la vez una cuestión irracional de orgullo de un narcisista incorregible y una apuesta política de reválida de su poder, que querría omnímodo. Mezquindades como impedir la visita del vicepresidente de la comisión europea al Zendal son las manifestaciones de una guerra que sólo puede ser sucia puesto que las emboscadas y escaramuzas orquestadas desde y por la Moncloa sólo pueden ser invisibles. Porque institucionalmente no pueden ser de otra forma y porque, llegado el caso de una derrota del PSOE en Madrid, Sánchez tiene en su candidato al perfecto chivo expiatorio.

 

De Pablo Iglesias poco tengo que decir, pues está todo bien claro: si no baja al lodo electoral en el que tan bien sabe moverse, Podemos se arriesgaba a desaparecer en la Comunidad de Madrid y con él, todo su proyecto personal. Así pues, lo suyo es salvar su culebrón o como se decía antes de las series, los muebles. Lo mejor que le podría pasar a España es que fuera condenado a quedarse sentado ante su amado televisor repasando una y otra vez Juego de Tronos.

 

El segundo contrincante es el PP encarnado en esta ocasión por dos actores con ambiciones, necesidades e intereses diferentes: la Génova de Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso. Pablo Casado sabe que, en la oposición, la dirección del partido manda todo lo que los barones regionales en el ejercicio del poder le dejan. Y si bien ya contaba con la presencia en la sombra de personajes históricos del PP, como Feijoó, lo que no se esperaba cuando designó a Ayuso y Almeida para Madrid era que ambos iban a crecer más que él porque han encarnado mejor que él la oposición a los caprichos totalitarios del gobierno y su pésima gestión de la pandemia. Es Ayuso quien puede plantear esta batalla política como “comunismo o libertad” y no un PP nacional que ha apoyado sin excusa alguna un estado de alarma usado por el gobierno como arma política y sin conexión con la salud de los españoles.  El pulso sin fin entre Génova y Ayuso se ve en pequeñas cosas como que Génova le niegue ser la presidenta del PP de Madrid. Por no decir nada sobre la composición de la lista electoral donde le han colado a Ayuso a quienes Casado o Teodoro han querido. La contradicción existencial de Génova es que necesita una victoria de Ayuso, porque eso es lo único que podría darle un balón de oxígeno a una dirección del partido que estaba muerta tras el fiasco de las catalanas. Al mismo tiempo, Génova querría que Ayuso no dependiera del apoyo de Vox para formar gobierno, puesto que eso echaría por tierra su renovado -y agotado- “giro al centro” y pondría de relieve que la nueva vieja estrategia de Casado, fracasada en Cataluña, fracasaría también en Madrid y estaría condenada al fracaso en unas generales.

 

El tercero en liza es Vox. Pero no Vox como un partido alternativo, sino como lo que es realmente, una idea alternativa de España. Una idea donde impera el sentido común, tradicional y fácilmente reconocible de un Sancho. Una idea y concepción de España abandonada y traicionada por todos los demás partidos y líderes, de Pablo Iglesias a casado; de Sánchez a Ayuso. Una España sencillamente donde la ley es igual para todos y donde, sobre todo, se cumple. No como sucede ahora que se ignora. Una España de ley y orden donde la seguridad de las personas esté salvaguardada. No como ahora, donde las chiquillas y mujeres son asaltadas por manadas de inmigrantes e hijos de inmigrantes que no quieren estar aquí para trabajar y pagar nuestras pensiones, sino para buscar sus satisfacción al precio que sea; una España tolerante, en la que cada cual haga lo que quiera sin tener que imponer sus opciones o preferencias como el modelo a seguir, libre de los chiringuitos de género que sólo alimentan el odio para engordar sus arcas; una España donde hombres y mujeres disfrutan de los mismos derechos y obligaciones, sin privilegios por sexo y donde no hay género victima ni opresor, sino personas; no como ahora, con todo un montaje que inspira denuncias falsas como método de vida; una España donde se reconoce lo importante y deja las tonterías para los tontos, si no seguiremos condenados a que se suspenda un partido de futbol y se monta la de San Quintín por un supuesto insulto racista pero que no pase nada si en la final de la Copa del rey, paradojas de la afición, se grita muerte al monarca y su familia.

 

Mucho se está diciendo estos días sobre si muchos de quien es votaron a Vox en las anteriores elecciones se inclinarán ahora por el PP e incluso, que a causa del “efecto Ayuso” Vox hasta podría quedar fuera de la Asamblea de Madrid. Para mi que esas ideas son productos de campañas de desesperación de Génova. Los votantes de Vox se ha mostrado entre los más fieles y, además, también se ha visto que, en las encuestas, siempre hay un significativo voto oculto al partido de Abascal. Mal harían los madrileños, creo yo, en dejar de votar en lo que creen por una supuesta utilidad. Con todo, el objetivo de Vox no debe ser crecer en escaños (aunque bienvenido sea todo crecimiento), sino ser determinante con sus votos para garantizar que Ayuso pueda formar gobierno y que, durante la legislatura, sus políticas se acercan más a las de Vox que a las de Génova. De lo contrario, perderá Madrid y perderá España. Esa es la verdadera batalla de Madrid.