La bendición de Israel

por Juan F. Carmona y Choussat, 12 de abril de 2013

(Publicado en Aurora, 11 de abril de 2013)

 Hace sesenta y cinco años, el respaldo del presidente Truman tuvo que superar la reticencia y hasta la hostilidad de gran parte del establishment americano. Como recuerda Paul Johnson en su formidable “Historia de los judíos”, el Secretario de Defensa de los Estados Unidos James Forrestal había declarado: “No se debería permitir que ningún grupo en este país influenciara nuestra política hasta el punto en que pudiera hacer peligrar nuestra seguridad nacional”. Forrestal se centraba en la consideración práctica y bien real del rechazo del mundo árabe, primero al plan de partición de la ONU de noviembre de 1947 y luego a la declaración de independencia de 14 de mayo de 1948 que señalaba el fin del Mandato Británico y la retirada de los ingleses.

Sin embargo, Forrestal cometía, según la expresión clásica de Talleyrand peor que un crimen, un error ¿Cuál? Olvidaba que igual que a lo largo de la historia el anti-semitismo ha corrompido a los pueblos y sociedades que lo han practicado, como la tiranía rusa en sus versiones zarista y soviética o, claro, la Alemania Nazi, el pro-semitismo e incluso el pro-sionismo han purificado y ennoblecido a quienes lo han ejercido. De modo que lejos de tener razón Forrestal entonces en subrayar el auténtico riesgo de enfadar a los árabes, que llega hasta nuestros días en que los occidentales seguimos siendo parcialmente dependientes de su petróleo, la tiene Obama hoy cuando en su reciente discurso a los jóvenes de Israel recuerda las palabras de su predecesor Truman, quien tardó once minutos en reconocer el estado judío hace sesenta y cinco años. Estas: “Creo que tiene un glorioso futuro ante sí, no sólo como otra nación soberana, sino como la manifestación de los grandes ideales de nuestra civilización”. Porque, como la noche sigue al día, de ser fieles a los ideales de nuestra civilización se sigue que seremos encomiables y nos irá bien y si no lo somos, seremos reprochables y nos irá mal. Forrestal creía cumplir con su obligación estricta al procurar proteger a los americanos, pero incumplía con su deber, al olvidar su obligación en un sentido más elevado.

Hay hoy grandes preocupaciones para los occidentales que caben todas en la palabra seguridad. Seguridad reclaman los pueblos desarrollados y pos-modernizados de los grandiosos esquemas estatales que protegen contra el infortunio, el desempleo y la enfermedad, mientras contemplan como las deudas adquiridas en el pasado para remediarlos hacen imposible su continuidad. Seguridad, claman con razón quienes vieron caer las Torres Gemelas y contemplan la tortuosa evolución de los países árabes incapaces de encontrar la democracia verdadera, que implica la libertad, ni de erradicar movimientos terroristas globales, de nombres dispares pero objetivos afines: Al Qaeda, Mujao (Movimiento para la Unicidad y la Jihad en África Occidental), Boko Haram… Sin olvidar, por supuesto, la espantosa espada de Damocles de la proliferación nuclear, hazaña de nuestros últimos años de infructuosa negociación con quienes no hay que contentar porque no se quieren contentar, a saber, Corea del Norte e Irán.
 
Israel mantiene el ojo puesto en el rearmamento de Hezbollah

Son esos mismos malestares los que inquietan a los israelíes. Se manifiestan en los movimientos sociales reclamando viviendas más asequibles, reflejados en los resultados de las últimas elecciones y la nueva coalición de gobierno, en un país que ha crecido (3,1% en 2012 según el Banco de Israel) como ningún occidental en los últimos años y cuyo peso de deuda y déficit (74,2% y 3,1%, para 2011) es menor que el de casi cualquier otro. Se advierte en la acción constante de las FDI y de las demás disposiciones estatales, incluida la Cúpula de Hierro, responsables de rechazar los ataques con misiles desde Gaza.
 
Se percibe en la necesidad de mantener un ojo puesto en el rearmamento de Hezbolá en el Líbano y otro en la destrucción de los envíos de armas iraníes a Siria o en los disparos que ocasionalmente vuelven a alcanzar los Altos del Golán.

En cuanto al estado del bienestar Israel ha pasado por diversas fases que, debido a su especial naturaleza de estado en formación, son algo distintas a las sufridas por el resto de Occidente. Así, es claro que heredó del Mandato el modelo de welfare state británico, pero no lo es menos que la prevalencia entonces en el sionismo del movimiento laborista y su red sindical, el Histadrut, así como la fundamental necesidad de orientar las entregas a los ciudadanos a la construcción del estado implicaron un sistema diferente. Por una parte, debido a la constante amenaza de guerra desde el exterior era claro que el presupuesto debía privilegiar los gastos militares, contribuyendo notablemente entonces y ahora la ayuda americana (alrededor del 20% del gasto en defensa). Por otra, la preocupación esencial de los israelíes, entonces sobre todo pero también ahora, era alojar convenientemente a los inmigrantes procedentes de las distintas aliyas. La segunda partida del presupuesto cubría pues una necesidad que lo era, sí, de las personas, pero que se supeditada a la necesidad del estado, como por ejemplo la dispersión de la población y la voluntad estratégica y legítima de cubrir lo mejor posible el conjunto de Eretz Israel.
 
No debe dejar de citarse que a pesar de las constantes denuncias del imperialismo capitalista como germen del estado judío estas organizaciones encargadas de poner cara al sionismo original eran liberales progresistas y socialistas. No de otro modo han de calificarse tanto a la Agencia Judía como al Histadrut que usó la canalización de las
 
ayudas que mejoraban a sus perceptores, pero esencialmente al estado, como mecanismo clientelar, de fuente de ingresos y de perpetuación del establishment. 

Esa era la idea por ejemplo de vincular la condición de miembro del sindicato a la afiliación al primer sistema de protección de la salud. Sin embargo, lo fundamental era que, sin necesidad de hacer sobre ello juicio alguno, las ayudas que conformaban el estado del bienestar estaban dirigidas a la mejora global de la nación, de la que el estado es su instrumento, por lo que la natural preocupación estrictamente igualitaria y redistributiva pasaba a un segundo plano. 

Es más, fue precisamente la extensión generalizada sobre estas bases la que llevó a mediados de los ochenta a Israel a una situación económica insostenible con una inflación galopante. Desde entonces una racionalización del gasto público y una política de fomento a la iniciativa privada ha puesto coto a la expansión de la protección social aunque a cambio haya permitido a Israel capear con las mejores notas la crisis económica que no acaba de abandonar a los pueblos europeos y americanos, más lentos e indecisos en esta materia.

El esfuerzo de construcción nacional era inmenso

Sin embargo la mayor diferencia reside en que esta devoción cuasi religiosa que los pueblos occidentales pusieron en el estado procedía de una fe en el estado que no podía compartir Israel.
 
Esta unificación de la ciudadanía por el igualitarismo no podía tener lugar en una nación en formación que necesitaba incentivar virtudes y valores difícilmente conciliables con una equiparación a veces injusta con el mérito. Incluso los muy socialistas pioneros rechinaban ante el establecimiento de un seguro de desempleo por el elemento de desincentivo al trabajo que contiene. En efecto, el esfuerzo de construcción nacional era inmenso y obtener beneficios de él exigía haber puesto mucho antes. De ese modo la aglutinación social, propiciada en países más tranquilos por la seguridad social o el sistema nacional de salud, la proporcionaba en Israel el aprendizaje del hebreo y Tzáhal (Ejército). En lugar de la estricta igualdad era la excelencia el rasgo privilegiado para la construcción social de la nación tanto en el ejercicio de las profesiones para el beneficio propio y común, como en el mismo afán por lo mejor que debía caracterizar la defensa nacional. 

En lugar de rendirse a la dispersión lingüística, entre el idish, el alemán, el ruso y el español de los sefardíes, se fomentó la transformación de una sociedad formada con retazos de aquí y allá en una unidad compacta que permitiera convivir cotidianamente y tener un desarrollo económico. Así que unas cosas y otras hicieron de Israel un estado más preocupado por las esenciales funciones tradicionales del poder público.

La principal de ellas ha sido sin duda la necesidad de proteger las fronteras.
 
Si contamos las tres últimas ofensivas de Hezbolá, Hamás y de nuevo Hamás desde 2006, Israel en sesenta y cinco años ha participado en ocho guerras y dos intifadas, ha volado dos reactores nucleares de países vecinos (Irak en 1981, Siria en 2007) y está ocupado en impedir el acceso a potencia nuclear de un país cuyos dirigentes hacen de la desaparición de Israel del mapa la esencia de su política. 

Que con este panorama, incluso contando con la generosa ayuda americana, haya logrado disponer de seguro de desempleo, sanitario y de pensiones, a lo que ha añadido discutidas y reformadas ayudas familiares y de vivienda en un proceloso mundo político y religioso de intereses contrapuestos podría calificarse de milagroso siempre que nadie se ofenda por esta licencia lindante con la vulneración del segundo mandamiento del Sinaí.

¿Por qué pues es tan importante que exista, para la salud moral y la persistencia en el mundo de hoy, esta diminuta franja del Mediterráneo que aloja a casi ocho millones de almas? Porque esta tierra que hace sesenta y cinco años estaba despojada de todo nos recuerda nuestra naturaleza humana menesterosa. 

Solo Dios crea de la nada y solo Él revive los huesos secos (Ez. 37, 1-14), pero el hombre y en este caso el hombre israelí, el judío, construyó un estado fijándose en sus competencias esenciales, dejando lo demás a las personas en su condición individual y a sus modos de organización social. Y esto que es ejemplar y resultó obligatorio para Israel es difícil, acaso imposible, de elegir libremente, pero es necesario para revitalizar Occidente. Esta autenticidad afinada por la carencia, demostrada por estos rasgos, la fidelidad personal y nacional, es un valor superior ejemplar que sirve a Israel y enseña a Occidente.

Según una referencia bíblica - y me disculpo por caer del lado de acá de la Biblia - a esta unidad de Occidente, recordada por el filósofo español Julián Marías, el tribuno ordena azotar a Saulo, San Pablo. Dicen los Hechos de los Apóstoles que éste pregunta si es acaso lícito azotar a un ciudadano romano sin haberlo condenado. Él, un judío helenizado, es ciudadano romano. 

El tribuno, al descubrir que Pablo lo es de nacimiento, exclama desolado: “Yo con una gran suma adquirí esta ciudadanía”. Jerusalén, Atenas y Roma significan algo en conjunto. Para este conjunto Israel es una bendición. Lo auténtico es que se conmueva ante quien representa los ideales de nuestra civilización y debería ser siempre un aliado además de un ejemplo.

* El Prof. Juan F. Carmona Choussat es licenciado y doctor en Derecho cum laude por la UCM, diplomado en Derecho comunitario por el CEU-San Pablo, administrador civil del Estado, y correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Es, además, miembro del Grupo de Estudios Estratégicos de España.