La democracia totalitaria
Tan importante es el poder como la forma y la actitud con que se emplea. Por eso, no se puede reducir la legitimidad democrática a la legitimidad electoral, pues ésta sólo es una de las patas de una democracia real que es, al fin y al cabo, un sistema complejo que supera con creces el ámbito de la política y que se sustenta en instituciones sociales tan básicas como la familia, en la educación y las formas, y en valores enraizados en el respeto y la tolerancia.
Con la Historia en la mano, las democracias se han pervertido desde dentro, por el empuje de fuerzas totalitarias, que supieron aprovecharse de las debilidades intrínsecas a las democracias liberales para hacerse con el poder y, acto seguido, monopolizarlo sine die. Es el caso del famoso ascenso de Adolf Hitler al poder en Alemania. Por su parte, la izquierda, cuando ha necesitado de un golpe de Estado por la fuerza de las armas, no lo ha dudado un segundo. En cualquier caso, lo que ha caracterizado el pasado es que el totalitarismo despreciaba y acababa con la democracia de manera casi inmediata tras llegar al poder. Hoy, sin embargo, podemos encontrarnos ante una etapa política en la que de la democracia se mantiene un andamiaje formal, pero ninguno de los mecanismos, procedimientos y valores democráticos. Es lo que podemos llamar la democracia totalitaria.
La democracia liberal se suele definir como un sistema de gobierno basado en la representación popular a través de elecciones libres y universales; en la división de poderes; en el respeto y la igualdad ante la ley; y en la libertad de opinión y expresión, sobre todo gracias a unos medios de comunicación no contaminados por el poder político. Pero cabría añadir algo sumamente relevante también: la no injerencia de la esfera pública (o política) en la vida y la libertad de elección de las personas. La política, por muy importante que sea, no se solapa con la esfera económica y no debiera tener cabida en el ámbito familiar.
Para nuestra desgracia, con la Transición se impuso un modelo partitocrático en España que en lugar de impulsar una sociedad civil responsable y vibrante, la anuló y usurpó buena parte de sus funciones. La política de Estado pasó a ser política de partido y ésta, mientras dos eran las únicas opciones viables para gobernar, inundó el poder judicial, la prensa y la ética social. El multipartidismo lejos de resolver este mal, lo ha agudizado: todos quieren su porción del pastel.
El problema actual es que han llegado al gobierno fuerzas políticas de índole totalitaria, por mucho que diga ahora Pablo Iglesias, metido en camisa de vicepresidente, que lo que pretende es que este periodo se recuerde como “la etapa constitucional”. Su totalitarismo se manifiesta en cosas tan básicas como su concepción de la política como una guerra donde ni se puede ni se debe más que derrotar al enemigo, someterle y hacerle pasar por las horcas caudinas; en el no respeto a la separación de poderes y a la independencia de instituciones como la judicatura o la prensa, a quienes quieren controlar de arriba abajo y censurar cualquier manifestación que no se adecue a su ideario sectario. El respeto a la discrepancia o a las visiones que no son las suyas no entra en su vocabulario. Y quien se atreva a ser un disidente, se arriesga a ser aplastado por los mecanismos a su disposición. Si un eurodiputado de Vox invoca la Constitución, se le pone una querella criminal; si un diario como el ABC denuncia el uso de un helicóptero por el presidente, se le sataniza; si en un ascensor se proyecta una caricatura de Sánchez, se arremete en tromba contra la empresa instaladora que nada tiene que ver con lo que se proyecta en las pantallas…No puede quedar resquicio alguno para la libertad de oponerse al gobierno.
Pero los comunistas del Siglo XXI saben bien que, de presentarse con honestidad ante el electorado, sus posibilidades de ganar serían mínimas. Por eso quieren mantener a toda costa una fachada democrática que les parapete. Eso sí, la democracia como decorado, vacía de todo contenido real, puesto que lo básico, el respeto al otro, nunca lo han tenido. Habrá una constitución y habrá leyes, pero ni se respetarán ni se cumplirán más allá de lo que les convenga en cada momento; y habrá elecciones para legitimar que permanezcan en el poder. Cómo de grosero sean haciéndolo es lo de menos. Lo harán porque no se pueden permitir el lujo de que se les eche de sus poltronas. Se lo hemos oído al ministro Ábalos alto y claro, pillado auxiliando a una delincuente internacional: “He llegado hasta aquí y de aquí no me echa nadie”. Claro ejemplo de su mentalidad democrática-liberal.
Eso que se ha denominado el centro y el centro-derecha español han vivido obsesionados por el auge de las democracias iliberales” en Centroeuropa, como en la Hungría de Orban. Pero con sus tics y obsesiones han dejado que sean los totalitarios los que nos ganen la partida. Pero ahora quieren convertirse en la alternativa que nos salve del naufragio. Que no cuenten con mi apoyo. Bienvenido a la democracia totalitaria, por su culpa.