La Europa pentaédrica: el lugar de España

por GEES, 3 de noviembre de 2000

Sumario ejecutivo

Las relaciones de poder en Europa se están modificando a favor de nuevas alianzas. La relación entre Alemania, Francia y Reino Unido pasa por una fase de realineamientos que llevará a una estructuración piramidal en Europa, con ellos tres en la cúspide y, por debajo, el resto de países estratificados, a su vez, en dos grandes niveles, los medianos y los pequeños. No obstante, estamos ante un proceso altamente dinámico que abre la posibilidad de que otros países medianos pasen a engrosar el núcleo duro de la Europa actual. Italia es un actor siempre presente en este terreno y España podría serlo también.

A nuestro país no le faltan tanto capacidades como el diseño de una línea clara de compromiso que transforme su actual política y le de una actitud más positiva, le permita desarrollar un papel más activo en la defensa europea, establezca nuevas alianzas e inspire una visión global.

1.- El acentuado debilitamiento del eje franco-alemán
 
Durante décadas, el motor de la integración europea lo constituyó el binomio franco-alemán: Ambas naciones impulsaron el nacimiento de las comunidades, alimentaron la idea del Acta Única y defendieron al unísono el Tratado de Maastricht, la Unión Monetaria, y el euro. Sin  embargo, cada uno respondía a impulsos históricos bien distintos. Francia perseguía contener y diluir el potencial alemán en Europa, mientras que Alemania pretendía anclarse en el mundo occidental sin despertar recelos. Esto explica a su vez no sólo la conjunción de sus proyectos políticos europeístas, sino la existencia del Consejo de Seguridad franco-alemán y el despliegue en suelo germano del 1er ejército francés, con su arsenal nuclear táctico, durante los años de guerra fría. O la posterior puesta en marcha, en la primera mitad de los 90, del Eurocuerpo.
 
Este equilibrio desigual comenzó a desestabilizarse tras la caída del muro de Berlín con la reunificación de las dos Alemanias. El nuevo país dejaba de ser un socio más de los grandes en la UE para consolidarse como una potencia de primer rango para los parámetros al uso de población, PIB, etc. Es más, la proyección natural de Alemania hacia Centroeuropa y Rusia, le otorgaban un nuevo rol internacional que tendía a disminuir, por fuerza, el papel y el liderazgo francés. La Europa de la “hegemonía dual”, como la calificó Raymond Aron, empezaba a estar en entredicho.
 
Este proceso se vio acelerado tras el reexamen alemán de levantar las limitaciones constitucionales al envío de sus tropas, fuera de su territorio, en misiones de paz. Con el  despliegue de Tornados de la Luttwaffe en la base turca de Incirlik durante la guerra del Golfo en 1991 y la posterior participación de tropas terrestres en la antigua Yugoslavia, Alemania se liberaba de los fantasmas de su propio pasado. Y obrando así, en realidad, minaba su estrecha vinculación con Francia, de la que cada vez dependía menos.
 
Kohl y Mitterrand intentaron dar una respuesta positiva para ambos a este nuevo dilema, al recurrir a la fórmula tradicional y satisfactoria para ambos: profundizar la integración europea, único marco de sujeción por encima de ambos países. Sin embargo, la propia dinámica de la UE ha acabado por poner de relieve que la integración europea, particularmente con su ampliación, plantea nuevos problemas y no resuelve cómo compatibilizar las aspiraciones hegemónicas galas con el creciente peso de Alemania.
 
Además, la relación entre Schroeder y Chirac no se basa en elementos tan sólidos como la de anteriores líderes. Buena prueba de ello son las crecientes divergencias entre París y Berlín, muy acusadas en este año 2000. En el terreno económico, por ejemplo, cada gobierno defiende una aproximación relativamente distinta al papel del Estado y las políticas liberalizadoras; respecto al euro, Alemania prefiere su actual debilidad mientras que Francia quisiera verlo más fuerte y no recurrir a la inflación como estímulo económico. En el terreno de la visión política, la Europa de los Estados Unidos, federal, preconizada por Joschka Fischer en un discurso universitario a comienzos de mayo, fue rápidamente respondida por Chirac y Vedrine con su defensa de una Unión de Estados Europeos, en la que ninguna instancia superior debería debilitar el papel de los Gobiernos. En fin, tras el frenazo de la aproximación de Francia a la OTAN, con una nueva ola de resentimiento hacia  los Estados Unidos, y la constante presión alemana para progresar en la ampliación de la UE y en el acercamiento a Rusia, la política exterior tampoco permite albergar grandes esperanzas para la coincidencia en el largo plazo.
 
Hasta el momento, no obstante, las apariencias se han logrado mantener, aunque de los comunicados conjuntos productos de las cumbres, se desprende la mutua insatisfacción que caracteriza esta etapa. Alemania se siente más firme y eso hace que Francia se vea debilitada automáticamente y busque compensar su pérdida de influencia por otros medios y diferentes alianzas. El eje con Berlín se mantiene, pero sin la fuerza y el carácter que le eran propios.
 
2.- La relativa consolidación del eje franco-británico
 
Con la cumbre de Saint-Malo, de diciembre de 1998, se puso de relieve un nuevo talante respecto a la construcción europea tanto en Londres como en París. Para el Gobierno de Blair, era necesario abandonar las tradicionales reticencias británicas y pasar a impulsar una política de seguridad y defensa europea siempre y cuando ésta se basara en la consecución de capacidades de actuación reales y eficaces; por su parte, el Gobierno francés aceptaba aparcar su visión institucionalista en aras de lograr iniciar, de la mano de ingleses, los pasos necesarios para transformar el panorama de la defensa europea, colocando en el centro de ésta a la UE.
 
A lo largo de 1999 el llamado espíritu de Saint-Malo pasó a convertirse en un auténtico eje que no sólo acercó las posturas de ambos países, sino que sirvió de auténtico centro de gravedad para el resto de miembros de la Unión Europea. Se impulsó una visión integral de la UE, con todos sus aspectos, incluido el militar; se propició un mecanismo de toma de decisiones lo más racional posible; y se estableció un objetivo de fuerza y un esquema para alcanzarlo (el Headline Goal y el tool-box) que fue aceptable y aceptado por todos. El resultado fue, sorprendentemente poner en marcha una cooperación reforzada a 15, es decir de toda la UE, de la mano de dos, Francia e Inglaterra.
 
Sin acabar con el eje franco-alemán, la nueva y especial relación Londres-París pasó a ser el auténtico motor de la dinámica de la UE durante los dos últimos años, sobre todo por la importancia política y estratégica de la política de seguridad y defensa común, culminación evidente de todo el entramado europeo. Multitud de reuniones, cumbres y propuestas dan buena prueba de ello.
 
Ahora bien, a pesar del acercamiento mutuo, la divergencia sobre el objetivo último, sobre lo que se pretende de Europa, sigue estando abierto. La actual y estrecha cooperación franco-británica se sostiene y alimenta precisamente porque se limita a gestionar el proceso a corto y medio plazo, evitando por todos los medios discutir sobre el cuadro final que cada país quiere para la UE, porque ambas capitales son plenamente conscientes de sus diferencias: Francia aspira a una autonomía plena de decisión y capacidad de actuación de los europeos, relegando a la OTAN y a los Estados Unidos, frente a Londres que busca una complementariedad con la Alianza y, desde luego, mantener a la OTAN y a los Estados Unidos en el centro de la seguridad de Europa.
 
A medida que los objetivos de los Consejos Europeos se vayan cumpliendo, las divergencias empezarán a surgir con mayor fuerza, salvo que uno de ambos países flexibilice aún más sus posiciones y admita las del otro. Las prisas francesas para avanzar en el cumplimiento de los acuerdos de Helsinki durante su presidencia ya han hecho saltar chispas con los socios y con Londres; la proximidad de las elecciones generales en Inglaterra, donde el partido conservador, antieuropeo, parece acortar distancia respecto a la mayoría laborista, puede frenar el entusiasmo de Blair, al menos públicamente, por el actual proceso de construcción europea y que eso repercuta a su vez en la defensa europea también.
 
Al contrario que con el eje franco-alemán, no hay signos de debilitamiento del nuevo eje- franco-británico, pero sí se ciernen sobre su futuro obstáculos objetivos que las partes deberán abordar y superar de mutuo acuerdo, a pesar de que el acuerdo sea cada vez más difícil.
 
Es más, es previsible que cada uno se apoye en terceros países para defender sus propias posiciones. Londres y París han representado y representan dos polos de una política, alineándose el resto respecto a uno de ellos. Si fuesen incapaces de influirse mutuamente el uno sobre el otro, deberán recurrir al consenso sobre un acuerdo con todos los demás o, más lógicamente, con el respaldo de los principales actores europeos.
 
3.- La creciente importancia del segundo escalón
 
Tras la recuperación de la Segunda Guerra Mundial han sido tres las grandes potencias europeas: Alemania, Francia y el Reino Unido. Ninguna decisión importante se tomaba sin  contar con ellas y, con los años, han consolidado su status como potencias esenciales.
 
Tras ellas, un segundo escalón compuesto por potencias medianas, bien por su dimensión, bien por su dinamismo económico, bien por sus peculiaridades políticas. En los últimos 50 años, esta franja sólo la ha ocupado Italia.
 
Por último, los países pequeños, con grandes disparidades entre ellos, desde Holanda a Portugal, pasando por Bélgica o Dinamarca.
 
En parte, la dinámica de ampliación y transformación de la UE concede mayor relevancia formal a los países pequeños, pero, en la práctica, el núcleo duro de naciones es el que dicta la agenda. Y este núcleo duro coincide, al menos,  con los tres grandes.
 
Italia forma parte de ese núcleo duro, pero su adscripción ha sido siempre más formal que real, pues servía para inclinar la balanza a favor del eje franco-alemán, o, alternativamente, instigada por Inglaterra, para compensarlo. Por eso resultaba secundaria su debilidad política o su singularidad económica. Sin embargo, desde la redefinición de ejes y alianzas en los finales de los 90, Italia ha visto reforzado su papel de potencia bisagra, pues Londres ha sostenido un estrecho vínculo con Roma para no depender exclusivamente en Europa de su relación con Francia.
 
Aunque sólo sea por razones instrumentales de unos y otros en la primera esfera de influencia, la opinión y el apoyo del segundo escalón se vuelve más interesante, sobre todo si es verdad que el acuerdo de terceros cobra mayor importancia en el futuro inmediato, como parece ser.
 
4.- La oportunidad y el papel de España
 
España por su dimensión, población, economía y papel internacional, debería ocupar un lugar destacado en el segundo nivel europeo, pero no ha sido así por razones de su historia política. Su ausencia de los foros internacionales surgidos tras el 45 y su tardía incorporación a estructuras como la OTAN y la UE, la colocan en un quinto lugar y en diferente plano a los tres grandes e, incluso, a Italia, más próximas por tradición e historia al primer grupo que nosotros.
 
La normalización internacional y europea de España debiera permitir, en buena lógica, superar esa diferencia y situarnos en el mismo nivel que italianos, pero no está claro que se haya logrado aún. Es verdad que la transformación política y social de España en las dos últimas décadas es sorprendente y que en poco o nada debe envidiar a nuestros vecinos, pero el hecho es que a España se la relega todavía de muchas de las decisiones importantes, a veces, también es verdad, por culpa nuestra. Así, por ejemplo, y por tomar ejemplos recientes, cuando se apuesta por avanzar en la consolidación de la industria aerospacial en Europa, la propuesta y el comunicado lo realizan los tres grandes a los que se añade Italia, pero no se invitó a España, quien se sumaría semanas más tarde y no sin forcejeo diplomático de por medio.
 
Igualmente, cuando el Reino Unido y Francia lanzan su Headline Goal, en el verano de 1999, de cara a Helsinki, nos quedamos inicialmente fuera del mismo por razones nimias interpuestas, según la prensa, por las autoridades militares del Ministerio de Defensa.
 
De la OCCAR, la organización europea de armamentos, se nos mantiene a raya, a pesar de haber expresado y reiterado el deseo de que España sea miembro de pleno derecho, porque en algunas capitales todavía se nos ve con reticencias y, en última instancia, porque la dimensión española de la defensa está muy por debajo de la dimensión política y económica nacional en el conjunto de la UE.
 
A pesar de todo, España se encuentra en la actualidad con una ventana de oportunidad para acceder al grupo de cabeza que no debería desaprovechar. Para ello tendría que, en primer lugar,  ser capaz de superar su actitud negativa, de ir con el veto y la política del 'nyet', como pilar esencial de su estrategia. Puede que el Gobierno entienda que su capacidad de vetar y bloquear en la UE es sinónimo de importancia. Y no cabe duda de que lo es. Pero una estrategia basada en el poder del no será incapaz de colocarnos en el lugar que España se merece. No hay duda de que da sus frutos tácticos, pero no se sostiene a largo plazo porque no puede imprimir el sentido de liderazgo que exige el salto de donde estamos al núcleo duro. España debe aprender a promover ideas y a ser positiva como condición sine qua non para ser parte del club de los grandes. Necesita ideas además de población, recursos y paciencia.
 
En segundo lugar, España debe aumentar claramente su compromiso con la defensa europea, lo que a su vez exige poner en orden su propia defensa. La contribución española en Kosovo fue ridícula en términos comparativos, sin desmerecer por ello el papel jugado por nuestros pilotos. El buen quehacer de Ortuño al frente de la KFOR, no puede convertirse en el único motivo de orgullo de nuestras tropas y de la política de defensa española.  El ex-Ministro de Defensa Eduardo Serra anunció en diciembre de 1999 que España aportaría el 10% del contingente fijado en Helsinki. El actual Ministro de Defensa, Federico Trillo Figueroa, ha asumido ese compromiso sin añadir nada más. Ciertamente se trata de una contribución relevante, pero sigue estando muy lejos de lo que aportan los tres grandes, con quienes debemos converger. El esfuerzo en defensa europea por parte de España, debe ser consistente no sólo con los medios a disposición de las FAS españolas, que son relativamente limitados, sino, sobre todo, con lo que hagan nuestros socios mayores, pues es con ellos con quienes nos comparamos.
 
En tercer lugar, España debe desarrollar nuevas alianzas que le permitan ser elevada hacia el núcleo duro. Desgraciadamente aquí el panorama no es sencillo a corto plazo: con Alemania nos falta tradición y el asunto del carro de combate Leopardo y la privatización de Santa Bárbara emponzoña el acercamiento inmediato; de Francia es difícil fiarse tras una larga experiencia histórica de intentos de dominación y porque nos asusta su antiamericanismo; con la Inglaterra de Blair el presidente Aznar ha llegado a congeniar, pero la presencia de la base militar en el Peñón y la falta de perspectiva para resolver ese problema histórico, hacen que la cooperación política se mueva por derroteros muy acotados.
 
Así y todo el Gobierno español debería poder aspirar a ocupar el cuarto lugar tras Alemania, Francia e Inglaterra si desarrollara un mayor dinamismo en su diplomacia bilateral con esos tres países. A corto plazo habría que consolidar la relación con Londres y expandir funcionalmente los temas hasta incluir la seguridad y defensa, pues Blair va a necesitar apoyos internacionales y aliados de cara a su opinión pública y frente Francia. Por su parte, París necesita salir de su aislamiento como estandarte del europeísmo más radical, por lo que también necesitará de socios y compañeros de viaje; Alemania, para trascender sus fronteras querrá una mano como la española de la que ir al Norte de África, el Mediterráneo e Iberoamérica.
 
Al Gobierno le queda, por tanto, evaluar qué relación -o relaciones- le resulta más interesante y le aporta más ventajas a España y decidirse por ella.
 
Por último, España debe trascender su aproximación sectorial a Europa, hablando con unos de terrorismo, con otros de ayuda al desarrollo y con otros de empleo. Si pretende ser una potencia de primer rango, debe ser capaz de desarrollar una visión general y global, pues eso es lo que caracteriza, precisamente, a cualquier potencia.