La Ley de Finagle

por Rafael L. Bardají, 18 de octubre de 2019

Todo el mundo conoce la Ley de Murphy, aquello de que “si algo puede ir mal, irá mal”. Pero menos gente conoce su corolario, la llamada Ley de Finagle: “No sólo todo lo que puede ir mal, irá mal, sino que lo hará en el peor momento”. Desde hace tiempo se viene avistando que la justicia española es ciega, pero no en su significado primigenio de que no hace distingos entre los juzgados, sino ciega a la realidad circundante. Nada de que extrañarse, los jueces no son seres del Olimpo, sino personas corrientes y molientes, que responden a los mimos instintos y razones que cualquier otro mortal. Cuando los legisladores, esto es los políticos, son laxos en las leyes que aprueban y los jueces comparten el espíritu buenista de gran parte de la sociedad, lo que se tiene es un Supremo dando carta blanca a un asalto a una tumba y no viendo violencia anticonstitucional si no hay sublevados con tanques en las calles a lo Tianammen, pero al revés. La justicia parece ya estar en el mismo estado comatoso que el resto de las instituciones de ese famoso régimen del 78 que tanto bien ha producido para la izquierda socialcomunista española y tanto mal para España. 

 

Ronald Reagan dijo con mucho acierto una vez que “qué dirían los 10 mandamientos si éstos hubieran pasado por el Congreso”.  Yo me hago la misma pregunta si Moisés los hubiera sometido al dictamen de nuestros jueces. Pero desde luego si hay una cosa clara: a más leyes, más injusticia. Bien porque no se cumplen, bien porque se interpretan según las circunstancias. Y España, me temo, es la reina de producir leyes que para poco sirven salvo para generar más injusticias. El genial y desconocido escritor americano Willam Gaddis lo veía cristalino: “¿Justicia? Justicia es lo que se alcanza en el otro mundo. En éste sólo tenemos leyes”.

 

¿Qué se puede hacer en un país donde la justicia es precaria, parcial o, incluso, arbitraria? Se lo han preguntado muchos en muchos sitios y en muchas ocasiones. Y casi todos ellos acabaron silenciados, encarcelados o desaparecidos (tan recientemente como tras el intento de “golpe” en la Turquía de Erdogán). Cuando la justicia pierde la verdad y la honestidad, poco se puede esperar. Se convierte en un instrumento más al servicio de los políticos que controlan el Estado y cuyo objetivo no es más que amordazar a todos los demás. Se convierte en una mala broma. Estaría tentado hasta de reírme si no fuera porque lo que tenemos es para echarse a llorar. La Historia ya que no la Ley juzgará este momento en el que se dirime el futuro de España.