La misión española en Afganistán: una carrera contra el tiempo

por Jorrit Kamminga, 4 de septiembre de 2008

Existe un refrán afgano que dice «ustedes tienen los relojes, nosotros tenemos el tiempo». Esta frase vaticina un futuro incierto para España en Afganistán. Mientras los insurgentes afganos - al menos la parte fundamentalista - dispone de todo el tiempo del mundo para mermar lentamente la moral de las tropas españolas, la continuación de la misión internacional depende año tras año del respaldo político y público.
 
Cada baja militar que se produce en Afganistán afecta negativamente la opinión pública y presiona más al gobierno de Zapatero que se enfrenta continuamente al dilema de tener que elegir entre la extensión de la misión o la retirada de las tropas. Está claro que Afganistán necesita ayuda internacional y la presencia de tropas internacionales en los años que vienen. Sin embargo, actualmente, la cuestión clave para la OTAN es ¿de qué países vendrán dichas tropas en el futuro cercano? En otras palabras, ¿Hasta qué fecha puede contar la Alianza Atlántica con un contingente español en Afganistán? Otra pregunta incluso más importante es: ¿En el futuro cercano, las tropas españolas lucharán también abiertamente contra los talibanes en el sur y el este del país?
 
Durante unas semanas en agosto, el conflicto entre Georgia y Rusia parecía captar toda la atención de los medios de comunicación. Sin embargo, el mes pasado fue el mes más sangriento para Afganistán en los últimos años. Murieron diez soldados franceses, un alemán, dos británicos, tres soldados polacos y cinco soldados canadienses. Vimos ataques cada vez más envergaduras como el asalto de Camp Salerno, la base militar de los Estados Unidos en Khost, cerca de la frontera con Pakistán. El pasado mes también murieron 90 civiles - entre ellos 60 niños - en bombardeos de los Estados Unidos en la provincia de Herat. Además, tres cooperantes extranjeras del Comité Internacional de Rescate (IRC en sus siglas inglesas) murieron tiroteados en una emboscada en la provincia de Logar, cerca de Kabul.
 
Está demostrado que el movimiento de los talibanes de nuevo dispone de una capacidad operativa para combatir de una manera seria las fuerzas de seguridad internacionales y afganas y llevar a cabo ataques bien organizados cerca y dentro de la capital Kabul. La nueva fuerza de los talibanes se debe a una amplia base de apoyo local, miles de potenciales reclutas en una población joven y sin perspectivas, y especialmente a nuestros errores como, por ejemplo, los bombardeos aéreos que causan tantas bajas civiles. Los talibanes saben muy bien aprovechar de nuestras políticas erróneas y disponen de una máquina de propaganda muy eficaz. En este escenario negro pero muy real, es difícil predecir el futuro de las tropas españoles en el país surasiático.
 
Hasta ahora, el Presidente del Gobierno Zapatero ha declarado varias veces que España está firmemente comprometido con Afganistán. El año pasado, el Gobierno incluso mandó modestamente nuevos soldados y policías al país surasiático. Sin embargo, el impacto de la misión española no se puede valorar fuera del contexto de la situación delicada en el sur y sureste de Afganistán. Como Alemania e Italia, España corre el riesgo de estar cada vez más aislado como país que sí quiere aportar su grano de arena en el oeste del país pero no en los duros combates en las zonas estratégicas donde se gana o pierde la verdadera guerra de Afganistán en los meses y años que vienen.
 
No cabe la menor duda de que las tropas españolas operan con buenas intenciones y hacen una labor excelente bajo circunstancias muy difíciles en Herat, Qala-i-Naw y otras zonas en el oeste del país. Día tras día están ganando pequeñas «batallas» en el campo de la estabilización y la reconstrucción. Sin embargo, la triste realidad es que estamos perdiendo terreno en nuestra lucha por los «corazones y mentes» del pueblo afgano. Es decir, aunque haya progreso en algunos aspectos de la misión de la Fuerza Internacional para la Asistencia a la Seguridad (ISAF en sus siglas inglesas), estamos perdiendo poco a poco el verdadero tesoro de Afganistán: la gente.
 
Para España y la Alianza Atlántica no hay tiempo que perder. Mientras que a finales del 2001 y a principios del 2002 el pueblo afgano nos recibió con brazos abiertos, ahora la situación ha cambiado por completo. En este momento, una tercera parte de los afganos en el sur y el este del país apoya abiertamente a los talibanes. Esta cifra crecerá indudablemente si la comunidad internacional no logra mejorar pronto la situación actual de pobreza, desempleo y miseria a lo que hay que añadir la creciente frustración del pueblo afgano ante las promesas incumplidas desde el año 2001. A pesar de las buenas intenciones, la situación en el terreno va de mal en peor, poniendo en tela de juicio tanto la credibilidad como la legitimidad del gobierno Karzai.
 
No es sólo la fuerza de los talibanes la que nos está derrotando en el país surasiático, sino nuestra incapacidad de establecer un orden de prioridades que empiece con las necesidades del pueblo afgano. En la mayoría de los casos, estas necesidades son muy básicas y relativamente fáciles de atender: comida, agua potable, refugio y un trabajo para poder alimentar a las familias. Hoy en día, el problema de seguridad que afrontan las tropas españolas no es causado por un núcleo fundamentalista del movimiento actual de los talibanes, sino por la pobreza y el desempleo estructural en el país. Actualmente, entre el 80 y 90 por ciento de los insurgentes luchan contra el gobierno y las tropas internacionales por razones económicas, por pequeños desacuerdos con el gobierno local o por frustración debido a la falta de progreso en otros aspectos de la vida.
 
Aún es posible reconquistar a estas personas y convencerles que el futuro dentro del «Nuevo Afganistán» es mejor que el pasado lleno de miseria, conflictos y guerra. No obstante, con las estrategias actuales, la comunidad internacional está arriesgando perder por completo el apoyo de los afganos y pone en peligro el futuro de Afganistán. No hay tiempo que perder para cambiar el rumbo, antes de que realmente sólo nos queden los relojes.

 
 
Jorrit Kamminga es jefe de investigación del Consejo de Senlis en Kabul, Afganistán. En este momento está haciendo una encuesta de opiniones en las provincias de Helmand y Kandahar sobre la insurgencia actual de los talibanes.