La nueva derecha en Europa: Qué es, qué esperar, qué hacer

por GEES, 15 de diciembre de 2016

 

 

“Nuestro país está al borde de la revuelta”. François Fillon.

 
 
1. Quiénes son
 
La nueva derecha (derecha alternativa, derecha extrema o simplemente derecha) está a la orden del día en Europa. Hay que empezar por aclarar que la nueva derecha no es equivalente a la expresión mayoritariamente utilizada de “los populismos”. Una gran parte de la nueva derecha, es, sencillamente, derecha.
 
La victoria en las elecciones americanas de Trump le ha dado un impulso aún mayor del esperado por la confusión con la que el establishment europeo ha reaccionado a los acontecimientos. La cosa no ha mejorado cuando la misma perplejidad ha seguido al resultado del referéndum italiano[1]. A la falta de comprensión de este establishment, por desconocimiento, desinterés y falta de destreza ideológica debe unirse la soberbia de quienes en el poder durante mucho tiempo han perdido el contacto con la realidad.
 
La tentación, en la que ha caído el poder establecido, de redoblar sus pulsiones condescendientes y despóticas, agranda las posibilidades de éxito de esta nueva derecha. Pero, esta nueva derecha, en Europa, quién es.
 
Hay diversos movimientos a lo largo y ancho del continente. Deliberadamente hemos elegido a los de países que pueden ser determinantes en la evolución ideológica de Europa. Hay menciones a los demás, pero son marginales.
 
  • El de más raigambre es probablemente el de Le Pen en Francia por el tiempo que lleva en el espacio político y por recoger entorno a un tercio de las intenciones de voto en las  encuestas de las presidenciales de mayo de 2017.
  • El UKIP británico es sin duda el más exitoso después de haber estado en el origen del Brexit pero sus expectativas electorales, por el sistema británico, son mucho menores. En el Reino Unido la mayor parte de la nueva derecha se sienta entre los bancos tories.
  • El Partido de la Libertad de los Países Bajos dirigido por la figura de Wilders tiene muchas posibilidades de resultar decisivo (primero en las encuestas) en las elecciones del próximo año allá, pero de ahí a que se convierta en el partido en el poder en un país en donde los Liberales han ya desbancado a los democristianos como partido base de la derecha, precisamente por los melindres de los segundos, hay un paso. Paso que acaso el establishment holandés le esté ayudando a dar a través de un absurdo proceso de calumnias en que Wilders ha sido condenado simbólicamente por comentarios ofensivos hacia los marroquíes inmigrantes. Este movimiento tiene cierta relación con el fundado hace una década por Pim Fortuyn, un político abiertamente homosexual, asesinado, cuya notable inteligencia sacudió el panorama holandés. Su vista política le llevó a ser el catalizador de un movimiento popular que no ha cesado de crecer.
  • El caso alemán es peculiar, no sólo por su pasado nazi y comunista sino por el relativo equilibrio pro-derechista que aporta la sección bávara del partido de Merkel. Sin embargo la última oleada de refugiados y los crímenes cometidos por estos en un breve espacio de tiempo han fomentado las expectativas de AfD.
  • Austria es otro de esos casos en donde el pasado reciente sirve de precedente a las posibilidades de la derecha alternativa. Haider llegó a apoyar el partido en el poder a principios del milenio, generando una hostilidad excesiva en la Europa oficial. Finalmente su corrupción y , claro, su muerte, acabaron con el protagonismo de su partido. Sin embargo, las tendencias populares perviven y probablemente Hofer, el líder del FPÖ, Partido de la Libertad de Austria, pueda ganar las elecciones de 2018.
  • La Europa del Este es un caso aparte. No sólo está el gobierno que ya puede considerarse de derecha alternativa en Polonia o en Hungría sino que estos partidos, y las poblaciones enteras de aquellos países, son especialmente rusó-fobas, por razones obvias. El coqueteo de muchos de estos nuevos derechistas con algunas de las políticas de Putin, aunque aprecien su autoridad, inquietan a estos derechistas del oriente europeo.
 
2. Los temas: seguridad económica y seguridad física
 
Es en las posiciones de estos partidos europeos donde las diferencias con Trump se convierten en notables y donde se advierte el grado de confusión – elemento diferencial con el elector americano- y descontento de los europeos.
 
Salvo los casos de Wilders y el UKIP no hay muchos liberales en ninguno de estos partidos y la desconfianza hacia la economía de mercado de muchos de sus líderes, por ejemplo Le Pen, es considerable. Una cosa es preferir fair trade al free trade como Trump y otra favorecer estructuras de capitalismo de Estado o preferencias nacionales sin más criterio que la sede donde la empresa paga sus impuestos. Pero la posición económica básica de estos partidos tiene un sentido y una justificación: la protección de poblaciones perjudicadas por la globalización sin contraprestación suficiente en términos de consumo o bajadas de precios, por no hablar de crecimiento de PIB. Así, cuando Le Pen dice que hemos creado sociedades en que subvencionamos a parados (europeos) para que puedan comprar bienes fabricados por esclavos (chinos), denuncia una realidad subyacente difícil de disputar. Reprocha además una realidad desatendida por los economistas que nunca consideraron graves cifras incluso elevadas de parados por la posibilidad de subsidiarlos, olvidando que el ser humano prefiere percibir dinero por trabajar que por no hacer nada y las lacras sociales asociadas no sólo al paro sino a la desesperanza y falta de realización social de grandes masas poblacionales. Si a esto se añade que además los sistemas educativos públicos se han ocupado de des-culturizar, que el ambiente ha perseguido también los consuelos religiosos y de costumbres despreciándolos por rancios, carcas y reaccionarios, la situación se agrava. Esta frustración, causada innecesariamente a muchos millones de personas, es una base social con justificación económica y moral que estaba a punto de explotar.
 
Hay que subrayar sin embargo que, contrariamente a lo que es el caso de algunos partidos izquierdistas, como Podemos en España (erróneamente confundidos con los estudiados aquí) ninguno de estos partidos derogaría la economía de mercado o capitalista. Suprimirían muchas de las regulaciones que han impuesto los presuntos liberales que hoy mandan, cierto que quizá para imponer otras, pero no dicen, acaso lo piensen, que quieran destruir la formación bruta de capital que está en la base de nuestro sistema económico hoy puesto en duda por la política del BCE con su constante intervención, justificada no en la técnica sino en la política, sobre los tipos de interés.
 
Por último, salvo en cuestiones tales como los conocidos como monopolios naturales (electricidad, teléfonos, gas) que probablemente seguirían en manos del Estado, como en Francia, o en manos de empresas favorecidas por los Estados como en el resto de Europa, su animadversión por las grandes corporaciones favorecería la creación de pequeñas y medianas empresas que generan empleo, recursos y con ellos una esfera de libertad que hoy no existe pues estos futuros asalariados ahora dependen de dádivas estatales.
 
El elemento clave que en países como Francia está soplando viento en las velas de estos movimientos es la seguridad. Ciertamente empezaron como prometedores de seguridad económica en momentos de incrementos del desempleo en países donde la formación profesional y los empleos en sectores primario y secundario eran numerosos y han dejado de serlo. Pero la aparición del terrorismo de masas tras el 11 de septiembre de 2001 y la vinculación de este con la actual guerra en Siria combinada con la existencia de enormes poblaciones musulmanas (6 a 8 millones en Francia) y los terroríficos atentados que se han producido (239 muertos) han generado una sensación de insuficiencia del Estado en sus funciones básicas de proveedor de seguridad (defensa y policía).
 
El drama está en que Estados del bienestar hipertrofiados e hiper-endeudados son incapaces de cumplir estos cometidos básicos sin que vuelen por los aires los sistemas de protección social. La situación es literalmente insoluble. O se elige la seguridad física o la (precaria) económica que han creado en los últimos cincuenta años los países europeos. La impotencia de Francia en política exterior y de seguridad es espeluznante, en particular en comparación con los discursos grandilocuentes que la acompañan. Si para intervenir en Libia faltaban hasta los suministros de misiles que se pidieron a Estados Unidos, para intervenir en Siria falta la voluntad pero es sobre todo insuficiente la fuerza que se puede ejercer. Y sin embargo, como ha reconocido el presidente Hollande en muchas ocasiones, es imprescindible porque ¡estamos en guerra!, sus palabras, no las nuestras. No es factible pensar en que la nueva derecha pueda actuar en este campo sin una modificación radical de los Estados del bienestar que sus votantes rechazan. Ni siquiera con el pleno empleo es capaz Alemania de hacerlo. Aunque esta base de solidez económica (en un sentido extenso) pero muy concretamente centrada en incrementar la población activa[2] (gente que queriendo trabajar, trabaja) es precisamente el fundamento para la recuperación de las funciones básicas de la soberanía de los estados. El pleno empleo, mediante cierto proteccionismo y programas de obras públicas es una vía para poder lograrlo, aunque sea temporalmente.
 
Sin embargo, la seguridad mediante el ejercicio de la defensa que es primordialmente disuasión hay que dirigirla a los auténticos enemigos del Estado y de las poblaciones. Sobre esto, la confusión es aún más significativa. Es evidente que los terroristas del ISIS y en general el islamismo terrorista forman parte de este grupo. Lo es menos cuál es el modo de hacerles frente. La variedad es aquí la norma pues aunque la tendencia generalizada parece ser la eliminación del ISIS por medios militares, no puede ser la misma la estrategia en países como Francia con poblaciones musulmanas numerosas de nacionalidad francesa que la de otros países. Por otra parte la incapacidad militar generalizada puede llevar a los europeos a elegir otras vías como la tan comúnmente aludida de la alianza con Rusia. Ninguno de estos movimientos es partidario, acaso ni siquiera conocedor auténtico, de la Doctrina Bush de resolver los problemas de las naciones de donde procede el terrorismo. El nation building, expresión por lo demás engañosa, es anatema para todos estos movimientos. Sin embargo, la necesidad de adoptar medidas prácticas de defensa del Estado puede llevar a muchas sorpresas en este ámbito. No cabe descartar que a base de buena voluntad se acabe por dar con los mecanismos correctos para erradicar el terrorismo islámico. Lo que es cierto es que no hay en esta nueva derecha ninguna voluntad de convivir con los atentados o con la amenaza, como sí ocurre hoy en la estela de la Doctrina Obama. Mucho menos de ejercicios cuasi criminales de cinismo que llevan a Obama a abandonar Siria a su suerte mientras su embajadora en la ONU, inventora de la R2P o responsabilidad de proteger, critica la ausencia de intervención occidental.
 
3. La cuestión de fondo: La recuperación de la soberanía
 
Ahora bien, en Europa el caballo de batalla internacional de toda la derecha alternativa es la UE. Desde Austria donde el candidato del partido relevante desea convocar un referéndum sobre el asunto, a Francia, donde Marine Le Pen, eurodiputada, quiere salir de la UE, al Reino Unido donde el movimiento ya ha logrado este éxito, todos desean recuperar su soberanía y consideran a la UE una cohorte de burócratas usurpadores de los poderes nacionales tradicionales con muy poco que mostrar a cambio. Critican con muchos argumentos válidos los fracasos económicos, monetarios, sociales y de costumbres políticas que ha traído la UE. En Holanda por ejemplo se cuenta ya con un mecanismo para que los ciudadanos puedan disputar leyes parlamentarias de trasposición de Derecho comunitario, utilizado para convocar un referéndum sobre la firma de un acuerdo de libre asociación con Ucrania, que fue rechazado. La imposición desde Europa está, de facto, ya muerta, puesto que aunque estos movimientos no manden, el concepto de una unión cada vez más estrecha entre los pueblos europeos (base de los tratados) está paralizada por el poder que ya ostentan en la opinión pública.
 
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En suma, la aparición de estos movimientos es sin duda positiva por una razón principal, la disputa del poder a un establishment inequívocamente despótico y cada vez más inútil, además de sustancialmente corrupto. Hay una saludable rebelión ciudadana frente a un poder establecido cada vez menos apegado a las urnas y decidido a tomar sus propias decisiones en ausencia de una presión pública suficiente.
 
La renovación ideológica a la que obliga la nueva derecha en las sociedades europeas es necesaria. Lo que pasa hoy por derecha, asumiendo el consenso progresista por cobardía y comodidad, lleva demasiado tiempo anquilosada en una corrección política necia que impide la adopción de medidas realmente significativas para la resolución de problemas bien reales.
 
La influencia de los Estados Unidos, con Trump a la cabeza, en estos movimientos será benéfica. Paradójicamente el menos lunatic fringe de todos estos movimientos es el americano y su influencia sobre todos los europeos los obligará a enfrentarse a los problemas reales sin soluciones quiméricas aunque sean audaces.
 
El elemento diferencial, con los Estados Unidos, y el que más dificulta el acceso al poder de la derecha alternativa es la resistencia numantina de un establishment mucho más poderoso, hecho de medios, poderes públicos y grandes corporaciones, en clara colusión de intereses que conforman una especie de mafia que reparte a los afines y obedientes subvenciones y favores, mientras amenaza y excluye a los disidentes inmisericordemente. A esto añade una prédica vacua y repelentemente cursi a la inclusión, la tolerancia y la compasión, sin ejercerla nunca ni por error.
 
No hay que olvidar ni disculpar las tendencias genuinamente racistas, xenófobas y antisemitas o excesos antiliberales de alguno de estos partidos. Es difícil creer en la renovación real del partido de Le Pen.
 
También hay que tener precaución con el hecho incontestable de que muchas de las medidas de estos partidos son malas ideas para llegar a fines legítimos.
 
Todo ello no debe hacer perder de vista lo esencial: la aparición de estos movimientos, aun con sus defectos, ha revolucionado ya el modo de hacer política en una Europa esclerótica, incapaz no ya de resolver los problemas sino ni siquiera de formularlos. Las posibilidades de éxito de la derecha alternativa son reales gracias al cocktail formado por la ceguera de los establishments y la genuina protesta que han logrado encauzar.
 
Estos movimientos dan una esperanza que no existía. Occidente ha olvidado una actitud muy occidental, la que cree en la razón y la posibilidad de resolver los problemas humanos, frente a la oriental que guía a muchos dirigentes públicos actuales en Europa, de que la solución de un problema es la antesala del siguiente. La obsesión con lo formal ha hecho olvidar la necesidad de lograr resultados sustanciales.
 
Otro factor de occidentalización que aportan es la renacionalización de Europa con todos sus elementos distintivos, con su riqueza y sus diferencias, pero con un tronco común que permitirá a Europa funcionar como una orquesta en que cada país es un instrumento, dentro de una armonía, pero sin homogeneidad impuesta burocráticamente. Una Europa de naciones no tiene porqué ser la repetición de las rivalidades que llevaron a las guerras del siglo XX ni un caos sin intercambios comerciales o culturales. Es legítimo – es necesario - poner en cuestión la centralización injustificada y el burocratismo.
 
Es decir, hay suficientes cosas positivas en estos movimientos como para preferirlos a una tendencia, la del establishment, que renuncia deliberadamente a encontrar soluciones no por un liberalismo mal entendido y mucho menos genuino, sino por pereza, cobardía y comodidad. Algunos de los elementos más clarividentes de este establishment (Fillon) ya han advertido la necesidad de cambiar radicalmente o ser barridos por una ola que intuyen poderosa. No es necesario pensar en un poder con mando en plaza de tan difícil enmienda como el español para intentar algo nuevo. La pregunta que hay que hacerse para descubrir el grado de adhesión que nos suscitan no es si los votaríamos en sus países, que no conocemos desde dentro sino, ¿los votaríamos en España si nos desembarazasen del actual poder establecido?
 
Adoptar una actitud de #nevertrumpers frente a estos movimientos ni nos librará de ellos si vencen, ni nos congraciará con el establishmento la falsa derecha (si es que hay alguna diferencia), ni nos permitirá influirlos.
 
Los estados europeos actuales que dirigen la mitad de sus economías y están endeudados hasta el límite de un año de lo que producen, sus medios, que ejercen de correa de transmisión de los estados, y casi todo el ambiente relevante considerarían de un plumazo dictatorial o incluso totalitaria a la España de 1975. Sin embargo, entonces, el Estado ocupaba un 25% del PIB y el impuesto sobre la renta tenía un tramo único del 11%, consecuencia de lo cual había pleno empleo ¿Cómo es posible dar lecciones, como siguen pretendiendo sin asomo que no sea fingido de arrepentimiento, a nadie desde la situación actual?
 
El statu quo no ofrece lugar a dudas. Salvo la excepción de Alemania en términos exclusivamente económicos, ningún país europeo tiene en marcha mecanismos válidos de resolución de sus problemas: deuda, déficit, desempleo, pensiones, disolución social, debilidad internacional, etc. Todas las medidas que se proponen son meros retoques a situaciones insostenibles a largo plazo. Nadie que quiera que Europa, y Occidente, tenga un futuro puede ser partidario del conformismo. Acaso no estemos de acuerdo con todos los elementos del cambio; habrá que luchar por influenciarlos, pero el acuerdo está descartado con un establishment que está ya hoy más muerto de lo que imagina.
 
 
 

[1]La guía conductora de la reacción se la lleva el “miedo”. No se sabe si de pronto los “guardianes de la democracia liberal” le tienen “miedo” a la democracia, o a la liberación del despotismo que muchos electores reclaman, o a tener que convertirse en gestores de intereses ajenos y no de los suyos propios. Ellos alegan que se trata del miedo a unas personas, esos candidatos alternativos, que aún no han hecho nada reprobable en materia de políticas públicas. A lo mejor si le dieran la vuelta al argumento descubrían que es el elector medio el que tiene “miedo” de los que hoy mandan.

[2]En 2014, la tasa de empleo en la EU-28 para las personas de entre 15 y 64 años de edad , medida por la encuesta de población activa de la UE (EPA-UE), fue del 64,9 %. Entre los Estados miembros de la UE, las tasas de empleo en 2014 alcanzaron porcentajes del orden del 71 % al 74 % en Austria, el Reino Unido, Dinamarca, los Países Bajos y Alemania, llegando a un máximo del 74,9 % en Suecia. Al otro extremo del espectro, las tasas de empleo se situaban por debajo del 60 % en cuatro Estados miembros de la EU-28; el porcentaje más bajo se registró en Grecia (49,4 %)