La OTAN se defiende...de Donald Trump

por Rafael L. Bardají, 14 de julio de 2024

 

Publicado en VOZ.US

La Alianza Atlántica (que no su estructura militar que arranca unos años más tarde) acaba de celebrar su 75 cumpleaños en el lugar que la vio nacer: Washington DC. Pero a diferencia de 1949, con unos Estados Unidos como verdadera potencia hegemónica de alcance e interés global y con un presidente, como Truman, vigoroso y aguerrido, hoy América siembra muchas dudas entre sus aliados sobre sus intenciones y capacidades y es permanentemente acosada por una nueva agresividad de sus enemigos.

Con todo -y como no cabía esperar de otra manera- los líderes de la Alianza han celebrado su longevidad y se han vuelto a vanaglorias de sus éxitos históricos y han repetido su tan querida cantinela de que ante tiempos revueltos, lo que la defensa necesita es más dinero, más hombres y más tiempo.

Quien tenga la valentía de leerse los 44 párrafos del comunicado oficial de esta Cumbre de Washington, se dará cuenta de que los escribanos de la OTAN son muy buenos conceptualizando, pero muy malos en proponer medidas concretas para hacer realidad lo que dicen. Claro que la culpa no es de ellos, sino de sus jefes, esos 32 jefes de Estado y de Gobierno que representan a los Estados miembros y que no quieren nunca pillarse los dedos con compromisos muy concretos.

No olvidemos que ésta era la undécima cumbre al más alto nivel de la Alianza desde que Rusia se anexionara Crimea y ocupara Donbás y la tercera desde su intento de invasión completa de Ucrania. Y los temas y promesas vienen a ser más o menos los mismos.

De hecho, las grandes novedades de esta Cumbre del 75 aniversario han venido por elementos exógenos a la propia OTAN: el primero, el debate sobre el estado mental de Joe Biden, sobre todo de cara a los comicios de noviembre. En los pasillos no se sabía qué podía ser más aterrador, si un nuevo candidato elegido en una convención confusa en agosto, con todos los riesgos electorales para el partido demócrata; o si la continuidad de un Joe Biden octogenario y con evidentes carencias mentales, de nuevo expuestas de manera contundente cuando en la rueda de prensa llamó a Zelenski presidente Putin o a Kamala Harris la vicepresidente de Trump. Una OTAN bajo un líder en permanente discusión entre los suyos no puede ser el líder que los tiempos estratégicos que vienen necesitan.

El segundo factor era el gran elefante ausente: Donald Trump cuya mera posibilidad de regresar triunfante a la Casa Blanca horroriza a los aliados europeos y deja lívida a toda la Alianza Atlántica. Primero, porque es impredecible; segundo, porque se le presupone una mayor animadversión a la Alianza que en su primer mandato; y, tercero, porque se teme que su venganza personal sobre Zelenski deje a los europeos solos ante el peligro de Putin.

Y tienen razón para sentirse atemorizados. A pesar de que el primer compromiso para que cada miembro gaste en su defensa el 2% del PIB data de 1978, y a pesar de que en cada cumbre se aplaude el creciente esfuerzo militar de sus miembros y se exhorta a que en la próxima el objetivo esté alcanzado, todavía, a fecha de hoy, un tercio de los países está muy lejos de poder darlo por hecho. Entre otros, la Canadá de Trudeau y la España de Sánchez.

En lo referente a Ucrania, pocos dudan de que Trump forzaría un acuerdo entre Kiev y Moscú aunque eso supusiera la partición del territorio ucraniano. Por eso el interés de dejar bien atado el siguiente paquete de ayudas para el año 2025, que teóricamente alcanzará los 40 mil millones (aunque poco se sabe quién va a ponerlos en realidad). Pero, como digo, lo importante a aprobar no era el monto, sino el calendario. A pesar de que un Trump presidente podría renegar de ese compromiso perfectamente, lo que lo dejaría en papel mojado.

Es verdad que la OTAN también se ha comprometido a enviar a un representante permanente a Kiev, hecho inédito en su larga historia. Y ha afirmado que el acceso de Ucrania a la organización es irreversible. Pero se ha preocupado de no decir ni cómo ni cuándo. Se puede pensar en años o décadas. De ahí que la impresión en la delegación ucraniana que asistía a esta cumbre no fuera todo lo positiva que esperaban.

Y es que el verdadero problema de la OTAN estriba en la enorme brecha abierta entre sus análisis de un mundo de desequilibrios estratégicos, riesgos militares y enemigos amenazantes y su histórica tentación a realizar cambios progresivos e incrementales. Y como sabemos, no se puede liderar una revolución con técnicas manageriales.

Tal vez lo más grave no sea el tono laudatorio de la Alianza para consigo misma, sino el desprecio que esta cumbre ha generado en sus declarados enemigos y adversarios. China se ha quejado brevemente de que digan que es un facilitador de la invasión de Ucrania; Putin no ha movido un dedo. Y otros países verdaderamente peligrosos, como Irán, siguen con sus acciones agresivas en todo el Oriente Medio sin preocuparse de lo que dicen los aliados. Ahí están sus hutíes trastocando todo el comercio marítimo sin que apenas se haga nada. Perro ladrador, poco mordedor, parecen creer.

Y es que hay países serios, países concernidos, países rogue o rebeldes y países cínicos. Los únicos ganadores son precisamente estos: los miembros como Canadá y España cuyos dirigentes ocupan el espacio mediático para volver a prometer lo que saben que no van a cumplir, conscientes que todo les sale gratis en este mundo occidental donde la estrella ha muerto. Aunque la OTAN aún no lo sepa