La "racionalización" terrorista de las crecientes matanzas de shiíes en Irak

por Carlos Echeverría Jesús, 8 de agosto de 2012

El antes y el después del repliegue militar estadounidense de Irak, por un lado, y el deterioro de la situación en Siria desde el punto de vista del régimen de Bashar El Assad deben, ambos factores, de ser tenidos en cuenta a la hora de evaluar la aceleración de los ataques contra la mayoritaria comunidad shií en la República de Irak. El primero, para desdecir a algunos analistas que veían el activismo terrorista ante todo y sobre todo como reacción a la ocupación extranjera – y ello aunque entonces (entre 2003 y 2011), como ahora, el mayor número de víctimas de dichos ataques han venido siendo musulmanes. El segundo para poner en relación dos procesos aparentemente diferentes pero que cada vez encuentran más puntos en común. Si en Siria se dilucida no sólo un levantamiento opositor contra un régimen totalitario, ubicado además en el contexto general de las revueltas árabes, también lo hace un pulso que existe desde antiguo, entre suníes ortodoxos y shiíes heterodoxos del Islam, que en suelo sirio y en el momento actual encuentra ahora un punto de máxima fricción. El problema es que dicha fricción ya se venía dilucidando en suelo iraquí desde hacía años, pero ahora con el agravamiento del conflicto en Siria las circunstancias obligan a un recrudecimiento de los ataques en un formato terrorista que se acelera en los últimos meses.

 
La situación es extremadamente compleja, y aunque el tipo de ataques que vamos a ver a continuación son fácilmente achacables a la franquicia de Al Qaida Central en Irak – la conocida precisamente como ‘Al Qaida en Irak’ – lo cierto es que los años de guerra y los múltiples intereses en juego pueden hacer participar, en términos terroristas, a infinidad de actores, sobre todo cuando hay que dilucidar tantos y tantos intereses sobre el cada vez más complejo escenario de Oriente Próximo y de Oriente Medio. Los suníes gobernaron en minoría en Irak de la mano de Saddam Hussein y su clan de Tikrit, pero hoy el poder está en manos de los shiíes que representan además el 60% de la población. El activismo armado de los suníes no es sólo el asignable a Al Qaida a través del susodicho grupo y de otros, igualmente yihadistas salafistas, sino que también hemos de incluir en el inventario de actores potenciales a los grupos derivados de las milicias creadas para luchar contra las fuerzas de la Coalición Internacional. Respecto a estos grupos recordemos que el General David Patraeus fue capaz de desactivarlos en buena medida en 2007, con una mezcla de concesiones varias (amnistías, dinero, etc) y ello tras una fase larga en la que sólo se había utilizado la fuerza: dichos grupos se transformaron en el Movimiento del Despertar, primero, y luego en los Hijos de Irak, y en buena medida su situación quedó en entredicho con la retirada estadounidense del pasado mes de diciembre. Eran suníes, se les podía asignar una etiqueta nacionalista más que yihadista salafista y se movían por fidelidades también tribales pero en el marco del acelerado deterioro actual su activismo puede degenerar hacia la violencia sectaria, máxime si la situación en toda la región se deteriora siguiendo la posible estela siria.
 
Un creciente baño de sangre
 
Es triste comprobar cómo aunque las matanzas que se vienen produciendo en Irak – la inmensa mayoría de los ataques dirigidos contra la comunidad shií – están alcanzando un nivel casi sin precedentes, estas pasan en buena medida desapercibidas y ello por un doble motivo. Primero, porque ya no hay occidentales en suelo iraquí que se puedan convertir en blanco de los terroristas yihadistas que son los principales ejecutores. Y segundo porque lo que ya está desembocando en una auténtica guerra civil en la vecina Siria – en buena medida por la aceleración de las deserciones en las filas oficialistas que permiten ya vislumbrar una fractura cada vez más visible y profunda en las Fuerzas Armadas – atrae toda la atención con sus imágenes dantescas de combates urbanos que ya han alcanzado varios barrios de la capital, Damasco.
 
La salida de las tropas estadounidenses de Irak, el pasado 18 de diciembre, marca para algunos el punto de inflexión en lo que al crecimiento exponencial de la violencia terrorista respecta. En realidad, creemos, no fue tanto la marcha de los efectivos estadounidenses sino el reloj de la historia en la región lo que permite explicar aquel, y ello a pesar de que a los cuatro días de completarse el repliegue estadounidense, el 22 de diciembre, varios ataques terroristas provocaban más de 60 muertos tan sólo en Bagdad. A quienes insisten en considerar que cuando los estadounidenses permanecían en suelo iraquí estos constituían las principales víctimas de los ataques de los yihadistas no hay más que recordarles que, tan sólo en octubre de 2011, 28 personas morían en varios ataques en Bagdad el día 12 y el doble ataque suicida del día 27 del mismo mes mataba a otras 38 personas, la mayoría también shiíes, y teniendo de nuevo como escenario la capital. El 5 de diciembre los shiíes volvían a ser de nuevo objetivo de los terroristas, con una treintena de peregrinos muertos en el centro del país – 16 de ellos en la localidad de Hilla – y en el marco de la celebración de la venerada fiesta de la Ashura.
 
En nuestro análisis veremos cómo la comunidad shií sigue siendo el blanco preferido de los ataques, pero también lo son las Fuerzas Armadas y de Seguridad – comandadas, no lo olvidemos, por autoridades shiíes – y las localidades del Kurdistán constituido en Región Autónoma. Este terrorismo coincide con un momento que en términos políticos está marcado por una crisis permanente entre los distintos grupos que se disputan el poder en Bagdad, en una compleja dinámica que no es el objeto de atención particular de este análisis pero que en cualquier caso no contribuye a facilitar la lucha contra el terrorismo sino más bien a dificultarla. Los momentos en los que los ataques arrecian también merecen un comentario, pues abundan las matanzas aprovechando celebraciones shiíes que por la gran concentración de fieles permiten mayor letalidad, pero también hay que subrayar que otros se concentran en momentos clave para la política y la diplomacia del país. Esto último, como fueron por ejemplo los ataques producidos en marzo de este año en el contexto de los preparativos de la Cumbre de la Liga Árabe que iba a tratar, en Bagdad el 29 de marzo, del conflicto sirio, es particularmente significativo tal y como veremos en el siguiente epígrafe.
 
Para visualizar el alcance de las matanzas y la intensificación de las mismas conviene destacar que al escenario actual – más de un centenar de muertos el 23 de julio en ataques con bomba lanzados en dieciocho ciudades, cometidos por suicidas algunos de ellos – se llega tras un semestre en el que no ha habido respiro, ni para las Fuerzas Armadas y de Seguridad iraquíes ni para la población, particularmente la shií. Según las estadísticas de la ONU, en los cinco primeros meses de 2012 morían muchos más iraquíes en atentado que en igual período del año anterior. Tan sólo en junio se han contabilizado 282 muertos de forma violenta en el país árabe, según la agencia de noticias AFP que recopilaba fuentes policiales y hospitalarias, y tal balance más que doblaba el número de los fallecidos de igual manera el mes anterior (132). Los ataques en buena medida simultáneos del 23 de julio son en buena medida la gota que colma el vaso, por el número de atentados (dos docenas, lanzados en 18 ciudades del país), por su letalidad (al menos 107 muertos) y por el hecho de cebarse tanto con shiíes como con las autoridades y los centros administrativos del Estado.
 
A continuación aportamos una enumeración no exhaustiva de los atentados más importantes del primer semestre de 2012, y ello para hacernos una idea tanto de la letalidad de los mismos como del ‘modus operandi’ de los terroristas. El 5 de enero una ola de atentados, dirigidos sobre todo contra la comunidad shií, provocaba en el momento 73 muertos: el peor de los ataques, y el más emblemático, fue el lanzado contra peregrinos shiíes que se dirigían a celebrar el Arbaín (fiesta en la que los shiíes conmemoran la muerte de Husein, nieto del Profeta) en Kerbala y que fueron atacados en Nasiriya provocándose 45 muertos y más de 80 heridos. Horas antes del ataque en Nasiriya 27 shiíes habían sido asesinados en Bagdad en varios ataques con bomba, buena parte de ellos en el macrobarrio de Ciudad Al Sadr poblado por 2 millones de shiíes. El 27 de enero un terrorista suicida atacaba la comitiva que acudía a un funeral de un ciudadano shií al sur de Bagdad matando en el momento a 31 personas e hiriendo a 60. El 20 de marzo morían 52 personas en varios atentados en la capital, la mayoría, de nuevo, shiíes. El 31 de mayo 17 personas morían en varios atentados con bomba – uno de ellos con un camión bomba - cometidos en la capital. El 4 de junio morían 25 personas y varias decenas resultaban heridas en un ataque suicida en Bab Al Muazam, en el centro de Bagdad, dirigido contra la administración encargada de gestionar los lugares de culto shiíes. El 13 de junio varios ataques coordinados a lo largo y ancho del país provocaba 72 muertos en plena celebración de varios días de duración de la comunidad shií, y el día 16 morían 32 peregrinos shiíes en Bagdad al explotar dos coches bomba. El 17 de junio varios ataques provocaban 3 muertos y 35 heridos en distintos puntos del país. El 18 de junio un suicida mataba a 22 personas en Diyala, en la provincia de Baquba, a las pocas horas de que una bomba estallara en la región de Saidiyah, al sur de Bagdad, al paso del máximo responsable de la administración encargada de la gestión de los lugares de culto shiíes que ya había sido atacada en la capital el 4 de junio por otro suicida. El 23 de junio se producían nada menos que 42 ataques en diversos puntos del país, provocando en el momento un total de 70 muertos y de 250 heridos, y todos los ataques fueron dirigidos contra shiíes. El 3 de julio morían 40 personas y 70 resultaban heridas en varios atentados cometidos en varios puntos del país, el más grave la explosión de un camión bomba en el mercado de pescados y verduras más importante de Diwaniya, ciudad habitada mayoritariamente por shiíes al sur de la capital. Destaquemos que precisamente el tráfico rodado había sido restablecido ese día, tras meses de prohibición por motivos de seguridad. Otro de los ataques se producía en Karbala, ciudad santa del shiísmo en la que dos bombas artesanales estallaban en un mercado matando a 6 personas e hiriendo a dos docenas tres días antes de que en dicha localidad se celebrara una importante celebración de dicha comunidad musulmana que atrae desde tiempos inmemoriales a multitud de peregrinos. Finalmente, de entre los ataques ejecutados el 23 de julio conviene destacar los realizados en Tayi, una localidad situada a una veintena de kilómetros de Bagdad, y en la propia capital, de nuevo en Ciudad Al Sadr (21 muertos y más de 70 heridos).
 
Aunque lo cierto es que tal proliferación de datos dantescos abruma, creemos que es importante inventariarlo pues nos permite comprobar tanto la crueldad extrema con la que los shiíes son atacados en el nuevo Irak como la vigencia del terrorismo yihadista en este emblemático rincón del mundo. Los ataques contra peregrinos o contra quienes acuden a los entierros, el uso de camiones bomba, simultanear los ataques, etc, son característicos de los grupos yihadistas y, entre ellos, recordemos que Al Qaida en Irak o el propio Ansar El Islam, otro actor terrorista clásico en suelo iraquí, son maestros.
 
Los ritmos terroristas y el contexto regional y global
 
Conforme la oposición armada al régimen de Bashar El Assad avanza en Siria dicho avance puede tener una lectura en términos de victoria progresiva de los ortodoxos suníes sobre los heterodoxos shiíes (en este caso los alauíes a los que pertenece el clan El Assad) y creemos conveniente introducir tal lectura en nuestro análisis para que este sea más rico y, sobre todo, más esclarecedor.
 
Vimos en el epígrafe anterior cómo los ataques terroristas arreciaron en Irak cuando se preparaba la Cumbre de Jefes de Estado de la Liga Árabe de 29 de marzo en Bagdad, la primera de ese tipo que se celebraba en el capital iraquí tras las décadas de guerra que ha sufrido el país árabe (Primera Guerra del Golfo entre 1980 y 1988; Segunda Guerra del Golfo, en 1991; y tercera Guerra del Golfo, iniciada en 2003). En dicha Cumbre, desangelada como veremos dada la actitud saudí y de otros poderes suníes, se trató como cuestión central en la agenda de la gestión del conflicto interno en Siria, y los terroristas aprovecharon dicho contexto para mostrar que ellos tienen su propia visión de ese y de otros problemas y que tienen también su propia solución para los mismos. Aunque la mayoría de las delegaciones participantes en dicha Cumbre coincidían en la necesidad de que Bashar El Assad, un shií, abandonara el poder – objetivo que en principio coincidía y coincide con el de los yihadistas salafistas que cometen las matanzas tratadas – estos últimos abominan de las negociaciones diplomáticas y de cualquier tipo de componenda y sólo entienden el lenguaje de la violencia. Quieren los yihadistas derrocar a Bashar El Assad por las armas para imponer en Siria un régimen yihadista, sin urnas, sin proceso de Desarme, Desmovilización y Reconstrucción (DDR) y sin reubicación de una nueva Siria en el concierto de las naciones. Y la mejor forma de mostrar tales deseos era en ese momento previo el tratar de boicotear la Cumbre de la Liga Árabe, un evento que además no contribuía desde la perspectiva de Al Qaida en Irak y demás grupos terroristas sino a reforzar a los gobernantes iraquíes tanto interna como, sobre todo, internacionalmente, unos gobernantes a los que vienen combatiendo con saña hasta hoy. La cadena de atentados a lo largo del país (la capital, en el centro; Kirkuk, en el norte; Kerbala en el sur; y Ramadi en el oeste) y los 42 muertos que provocaron una semana antes de dicha Cumbre fue su mejor forma de manifestarse. Recordemos como ejemplo ilustrativo que en Bagdad se produjeron tres de los ataques, siendo dos de sus objetivos fueron claramente simbólicos: las proximidades del Ministerio de Asuntos Exteriores, por un lado, y una iglesia católica por otro. También varios de entre las dos docenas de atentados ejecutados el 23 de julio en hasta dieciocho ciudades del país tuvieron como objetivos a instalaciones del Estado y a servidores del mismo.
 
En cualquier caso los ataques contra los símbolos de un Estado considerado como apóstata lanzados por los terroristas yihadistas salafistas son también continuos, y contribuyen a completar otro frente de su estrategia destructiva que se añade a su incansable y sangrienta ofensiva contra la mayoritaria comunidad shií. Destacaremos de entre dichos ataques los lanzados el 19 de abril y en los que 42 personas fueron asesinadas y otras 141 heridas en una cadena de atentados en varios puntos del país dirigidos contra militares y contra policías: a título de ejemplo, tres bombas estallaban simultáneamente en Kirkuk provocando 4 muertos y decenas de heridos. El resto de las bombas estallaban en lugares tan distantes como Samarra, Dibis, Baquba o Tikrit.
 
Junto al razonamiento que justifica los ataques contra un régimen considerado apóstata y herético, dado que el Primer Ministro es el shií Nuri Al Maliki, los terroristas alimentan también la animadversión contra el mismo denunciando su proximidad política a Teherán y subrayando su posición enconada rechazando cualquier intervención y cualquier política llamada a debilitar al régimen de Bashar El Assad. Tal postura del régimen de Bagdad, que se entiende tanto por sus alianzas como por su temor a que el resquebrajamiento del régimen sirio y del propio Estado tenga un efecto contagio en Irak por las similitudes en términos de convivencia compleja de comunidades en uno y en otro país, es interpretada por los yihadistas como de cerrado apoyo al clan shií que gobierna en Damasco y que masacra a los suníes en Hama, en Deraa o en Homs. Tal elaboración es evidentemente instrumental para alimentar la animadversión contre los shiíes dentro del abyecto razonamiento de los terroristas. A dicha animadversión puede haber ayudado, sin duda, la filtración desde fines del pasado año, de noticias sobre la posible participación de milicianos del clérigo shií Muktada Al Sadr en la represión de las revueltas en Siria hombro con hombro con las fuerzas regulares de Bashar El Assad y con elementos de los Pasdarán, la Guardia Revolucionaria iraní.
 
Para subrayar las dificultades existentes hoy y que van a perdurar en un futuro inmediato conviene referirse a lo siguiente. Si bien es cierto que, en principio, podrían vislumbrarse algunos puntos de coincidencia entre los yihadistas salafistas que actúan en Irak, por su enfrentamiento con los shiíes sobre todo, y los yihadistas salafistas que lo hacen en Siria e incluso otros islamistas más moderados – que combaten al régimen alauí/shií de Bashar El Assad y a su alianza con la República Islámica de Irán -, también es cierto que hay diferencias entre unos y otros. La saña con la que se ataca al Estado iraquí en vías de recomposición comandado por Al Maliki, e incluso las matanzas apocalípticas, provocan críticas entre círculos islamistas suníes, pero el problema es doble porque, por un lado, dichos críticos no están dispuestos a combatir con firmeza a los radicales y, por otro, porque las enormes complejidades de la situación que va emergiendo de las revueltas árabes en general y de la siria en particular provoca preocupación y llama a la prudencia por no decir a la pusilanimidad de muchos.
 
Recordemos como agravante de esta situación que Arabia Saudí y las otras petromonarquías del Golfo ven con malos ojos al régimen de Al Maliki – y en particular el que este promoviera la destitución y la detención del Vicepresidente suní de Irak, Tareq Al Hashemi, acusándole de vínculos con grupos terroristas, detención que no llegó a producirse dado que aquel se ocultó en la región autónoma del Kurdistán – y mostraron tal distanciamiento no enviando a la Cumbre de la Liga Árabe en Bagdad delegaciones de alto nivel. El que Al Hashemi azuzara la cuestión confesional a través de la televisión qatarí por satélite Al Jazira, afirmando que el régimen de Bagdad persigue a los suníes, no hace sino incrementar resentimientos y alimentar posibles enfrentamientos futuros. Todo ello conduce a que, aunque árabe, Irak como Estado no concita la solidaridad automático de otros Estados árabes, con Arabia Saudí a la cabeza, y la cuestión queda cada vez más subsumida, como el propio conflicto interno en Siria, en el pulso mayor y de consecuencias imprevisibles para toda la región del pulso entre saudíes e iraníes, suníes y shiíes.
 
Llegamos así a la conclusión de que una normalización política incompleta y dañada por las actitudes autoritarias de Al Maliki, por un lado, y la sombra del enfrentamiento intercomunitario que un deterioro aún mayor de la situación en Siria podría provocar en el vecino Irak, por otro, contribuyen a dibujar un escenario enormemente atractivo y potencialmente fructífero para los yihadistas salafistas, quienes lo que desean en que tanto Irak como Siria caiga en sus manos para establecer en ellos el poder de lo que consideran el verdadero Islam. Además, mientras tan ambicioso fin llega, si es que llega, el reino del caos constituye el mejor de los escenarios posibles. Otro factor más, que para la inmensa mayoría del mundo aparece como potencialmente positivo, es también instrumentalizado por los terroristas, a saber: el papel en vías de recuperación de Irak como uno de los principales productores de petróleo de la región de Oriente Medio. Esto, que en principio debería de ser una bendición para cualquier Estado, sabemos que es una maldición cuando lo evaluamos en el marco de la estrategia claramente definida por los yihadistas salafistas. Ya Osama Bin Laden lo ordenó, y Ayman Al Zawahiri no actuó sino de recadero de su amo, cuando llamó a mediados de la década pasada a las huestes yihadistas globales a dañar todo lo posible a los productores musulmanes de hidrocarburos por considerar que ellos (Irak, Arabia Saudí, Argelia, Libia, Yemen, etc…) no hacen sino contribuir con su manejo de tal riqueza a diseñar al deleznable mundo actual. Y conviene señalar que Irak ha incrementado en los primeros meses de 2012 en un 20% su exportación de crudo – alcanzando los 2,5 millones de petróleo al día - gracias a las mejoras en sus puertos, la estabilización de algunas zonas del país y la inversión extranjera en ellos, y que su posición gana además puntos conforme el peso de la República Islámica de Irán en los mercados decrece ante la aplicación del embargo sobre sus exportaciones energéticas.