La RMA en marcha: algunas implicaciones sociales

por Rafael L. Bardají, 1 de mayo de 2000

(Ponencia presentada al Seminario La RMA y España.
Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales)
 
Imbuidos del espíritu científico y técnico de nuestro tiempo es normal que la discusión sobre la RMA se centre en la panoplia de nuevas tecnologías a disposición de las fuerzas armadas, sensores, ordenadores, comunicaciones digitales y armas inteligentes, entre otras. La RMA, como concepto, nos proyecta a un campo de batalla radicalmente distinto al de la guerra moderna: en lugar de grandes concentraciones de fuerzas mecanizadas, unidades ligeras pero muy móviles y con una alta letalidad gracias a la precisión de sus armas; un campo de batalla donde la “niebla de la guerra” se disipa en buena medida gracias a los avances en sistemas de observación a todos los niveles, tácticos y estratégicos; un campo de batalla donde la “fricción” se reduce gracias a las nuevas capacidades de la información, los ordenadores y las comunicaciones, que, juntos, permitirán que todo esté donde tenga que estar en el momento oportuno; un campo de batalla, en fin, vacío prácticamente de combatientes, pues el grueso de los ataques serán realizados por sistemas inteligentes desde la distancia. (1)

Es más, en una era donde domina la información, hay quienes avanzan un nuevo campo de batalla: la infoesfera o el cyberespacio, el nuevo dominio de exclusiva creación y utilización humana.(2)

Desde el punto de vista de los inputs, es decir, de las tecnologías que se están aplicando y generalizando en las fuerzas armadas, no cabe la menor duda de que hay una revolución militar en marcha. Basta comparar las imágenes de los bombardeos aliados sobre Alemania durante el final de la Segunda Guerra Mundial, los cielos cubiertos de fortalezas volantes que descargaban al unísono toneladas y toneladas de bombas, con el vuelo solitario del misil Tomahawk que el 2 de abril de 1999 destruyó las instalaciones centrales del Ministerio de Defensa yugoslavo, tras recorrer desde el Adriático un centenar de kilómetros. Apenas 9 años antes, durante la guerra del Golfo, un objetivo similar en Bagdad requirió el ataque de 8 aviones furtivos y el lanzamiento de 30 bombas guiadas por láser.

Ahora bien, raras veces una nueva arma o tecnología provoca cambios drásticos o revoluciones en la forma de hacer la guerra o en la guerra misma. El carro de combate no modificó sustancialmente nada durante tres décadas, hasta que se encontró dotado de un sistema de comunicaciones eficaz y, sobre todo, con una doctrina de empleo revolucionaria: la concentración de fuerzas, el choque en el punto débil enemigo, la ruptura del frente y la penetración envolvente, eso que conocemos como guerra relámpago cuyo autor fue el general alemán Gouderian. La naturaleza cualitativamente distinta del arma atómica tardó varios años en ser percibida desde su primera utilización sobre Hiroshima, entendiéndose al principio simplemente como un sistema más destructor, una bomba más gorda, vamos.(3)

Es más, repasando la Historia las grandes revoluciones militares han surgido de cambios sociales y políticos más que de innovaciones tecnológicas. La de mayor impacto fue la transformación de los ejércitos profesionales de la Modernidad en ejércitos de masas tras la revolución francesa. La idea de la nación en armas, del ciudadano-soldado transformó el mapa estratégico en Europa de la mano de Napoleón Bonaparte durante dos siglos.(4)

La revolución francesa cambió radicalmente la orgánica de los ejércitos, su conducción y la guerra misma, que se convirtió en el choque total de voluntades y pasiones que tan bien nos describió Clausewitz. Y en buena lógica, las tecnologías asociadas a la actual RMA deberían conllevar cambios sustanciales en la orgánica y en los procedimientos de los ejércitos. Cuando las comunicaciones en tiempo real permitan a un soldado establecer contacto con sus superiores no inmediatos, sino con los comandantes de campo, o cuando los líderes de pelotón se comuniquen permanentemente entre sí a pesar de las distancias que les separen, la lógica jerarquizada de la institución militar actual tendrá que ser puesta a revisión. No es casual que el documento hecho público apenas hace una semana por el Pentágono, la Joint Vision 2020 se diferencie de su predecesor, la Joint Vision 2010, por poner el acento en estos aspectos de procedimientos y no tanto en las tecnologías.

Es, sin embargo, en este terreno de la orgánica donde la RMA puede llegar a empantanarse y diluirse. Las fuerzas armadas, como toda institución de volumen, son refractarias a los cambios drásticos. Su función y naturaleza priman la evolución y no la revolución. Las promesas de la RMA apuntan a cambios excesivos pero necesarios para sacar el máximo provecho de su potencial. Por ejemplo, ¿podrá admitir la fuerza aérea que en el futuro no contará con pilotos porque entre los misiles de altísima precisión y los aviones no pilotados alcanzarán los mismos objetivos pero con menos riesgo? ¿O se alegrará la Armada de contar con navíos robotizados cuya única tripulación, si la tienen, será el equipo de mantenimiento? La caballería nos ha dado numerosas pruebas de elegir la muerte antes que aceptar el cambio, su inevitable mecanización.

Las nuevas tecnologías pueden asimilarse y hacer con ellas mejor las viejas tareas. Pero sólo son verdaderamente revolucionaras cuando nos permiten hacer nuevas cosas o hacer las viejas de otra manera radicalmente distinta. Y para ello son dos, al menos, los requisitos: que estén suficientemente generalizadas y que cuenten con una doctrina de empleo que las vea como algo nuevo. Sólo así otorgarán nuevas capacidades.(5)

Ahora bien, sea cual sea el alcance operativo de estos nuevos sistemas y de su integración en un sistema de sistemas, la RMA actual está teniendo un indudable impacto en algo que va más allá del campo de batalla, en la imagen y concepción social del conflicto, de la guerra.

De hecho, la tesis de este papel es que el verdadero impacto revolucionario de esta nueva RMA no reside en el terreno operativo y tecnológico, donde es importante, sino, sobre todo, en la dimensión social, en la imagen que las sociedades se hacen de la guerra, de sus fuerzas armadas y de su utilidad. La guerra postmoderna, como la de Kosovo, promete una guerra limpia, rápida, eficaz, apenas sin riesgos, de la mano de conceptos un tanto pomposos como “information dominance”, “decisive engagement”, “quirurgical strikes”, etc.

Probablemente con la explotación adecuada de los nuevos sistemas todo esto sea posible. El problema es que avanzando hacia este tipo de conflictos ultratecnificados, la RMA socava, con su propio éxito, la idea de guerra, de combate. La RMA, si tiene éxito, convertirá el conflicto en un espectáculo virtual, alienando aún más la escasa conciencia de defensa que tienen hoy las sociedades opulentas.

En lugar, por tanto, de juzgar la aplicabilidad de estas tecnologías sofisticadas, voy a concentrarme en esta presentación en aquellos rasgos más significativos que llevan a una nueva imagen de la guerra, la guerra postmoderna.(6)

1. Combate a distancia y no lineal

Desde que la guerra existe, la violencia ha sido su máxima característica. Las batallas, cuando tenían lugar, consistían en el contacto directo entre soldados de bandos opuestos. La cultura militar se desarrolló en torno al concepto de la lucha “cuerpo a cuerpo”, idea que marcó a su vez la organización de las unidades y las armas a emplear. La bayoneta se monta hoy como un adorno, pero hasta fechas bien recientes era un instrumento idóneo para la carga de la infantería.(7)

Es verdad que con la mecanización, el cuerpo a cuerpo se fue convirtiendo en una táctica altamente letal para el atacante, como quedó de relieve durante la guerra de trincheras de la Primera Guerra Mundial. La intensidad del fuego directo lo volvía una actividad sumamente peligrosa y arriesgada. De hecho, la artillería, como el apoyo táctico de la aviación más tarde, se entendería como apoyo a la infantería para enfrentarse al duro trance del combate cuerpo a cuerpo. Las bajas eran menores si antes se diezmaba al enemigo desde la distancia.

La tendencia ha sido, de hecho, ganar espacio entre los contendientes gracias a un fuego directo de mayor alcance y más preciso. Cuanto más letal se volvía el campo de batalla, la distancia se convertía en la mejor protección. Esa es la lógica detrás de las armas stand-off, la tranquilidad que da disparar desde fuera del alcance del enemigo.(8)

En un campo de batalla transparente, como nos hace pensar la RMA, localizar e identificar las unidades se vuelve más fácil, por lo que las tropas son más vulnerables, de ahí que golpear desde fuera incluso del propio teatro de operaciones sea más importante que nunca. Hay razones operativas de peso para evitar el encuentro con el enemigo, como también las hay políticas: a mayor letalidad, mayores bajas y, por tanto, mayores problemas en el frente doméstico.(9)

El almirante americano Owens, uno de los más decididos partidarios de la RMA en curso, aventuraba medio en broma medio en serio que “en el 2020, las fuerzas armadas americanas estarán compuestas de 101 mil hombres: cien mil en el Mando del Espacio y mil en operaciones especiales”. Seguramente exageraba, pero el hecho es que la RMA, con sus misiles de crucero de increíble precisión, los bombarderos furtivos de largo alcance, los misiles stand-off y las nuevas generaciones de misiles balísticos de teatro, nos lleva a imaginar un fuego cruzado por encima de un terreno vacío de contrincantes. En Kosovo, lo hemos podido comprobar, ha sido la aviación y los misiles los que conquistaron el suelo. La KFOR sólo lo ocupó cuando ya no había resistencia.

El único combate que prevé la RMA se reduce a la introducción en el teatro de operaciones de unidades especiales, muy ágiles, para concentrarse o golpear puntos determinados y retirarse nuevamente a sus posiciones, invulnerables en la retaguardia. Se trata de la idea de la no-linearidad del combate, donde unidades amigas y enemigas se entremezclan en una más que borrosa línea de frente.(10)

Si la RMA avanza de verdad hacia la marginación, si no desaparición, del combate cercano o cuerpo a cuerpo, o si lo reduce exclusivamente a unas pocas unidades de operaciones especiales, no sólo tendrá implicaciones para el tipo de sistemas de armas con los que dotar a las fuerzas armadas, sus elementos de proyección y movilidad, inteligencia, etc., sino que también tendrá una implicación social auténticamente estratégica: la progresiva desvalorización del soldado en tanto que combatiente, bien porque ya no es necesario para el asalto, bien porque es demasiado precioso para perderlo en el mismo. Pero el resultado será una quiebra de la imagen del combatiente.(11)

2. Masa vs. Precisión

Decía Napoleón en sus máximas que “la fuerza de un ejército, como en la mecánica, puede calcularse multiplicando la masa por la velocidad”. (12) Desde su perspectiva tenía razón. Toda la historia militar concedía la primacía a la masa, a la concentración de la fuerza, a fin de asestar el golpe decisivo, el shock, al enemigo. Desde la batalla de Maraton, donde los griegos concentraron 10 mil soldados sobre un frente llano de apenas tres kilómetros de longitud y un centenar de metros de profundidad, la dispersión de las fuerzas era vista, en realidad, como la argucia del débil. La guerrilla, incapaz de prevalecer en el campo de batalla regular, buscaba la irregularidad, la emboscada, el engaño, para infligir un continuo castigo a su invasor.

La masa, pues, era sinónimo de fuerza porque estructurada y concentrada permitía descargar todo su empuje y potencia de fuego sobre puntos concretos.

Dos hechos van a devaluar progresivamente la talla o el volumen de la fuerza como factor esencial para prevalecer frente al enemigo: por un lado, la creciente precisión de los sistemas de armas, lo que permite alcanzar los mismos resultados con menos efectivos; por otro, la propia letalidad de estos sistemas de armas, que obliga a la dispersión de las tropas para garantizar su supervivencia. Mientras las armas de la antigüedad exigían el encuentro cercano, la concentración de fuerzas cuanto más elevada mejor, y así se llegaba a colocar a 100 mil soldados por kilómetro cuadrado; cuando la concentración es sinónimo de blanco fácil y las nuevas armas permiten disparar a mayores distancias sin perder precisión, la dispersión es un imperativo. Napoleón contaba con 5 mil soldados por Km2, mientras que los israelíes en el 73 garantizaban su línea de defensa con tan sólo 25. (13)

Podría decirse que los ejércitos, en ese sentido, experimentan el mismo principio de la desmaterialización que el resto de la sociedad. El progreso tecnológico consiste en producir más con menos, la productividad lograr que cada unidad de riqueza nacional se haya conseguido con una cantidad inferior de materia consumida, sean horas de trabajo, materias primas o capital.

El problema es que si se puede hacer más con menos, la justificación social de los ejércitos de masa cae en picado. No es casual la quiebra del servicio militar obligatorio y el avance de la profesionalización en toda la Europa continental.

La RMA seduce militarmente porque promete que con menores efectivos no sólo se garantiza la misma capacidad de acción, sino que se incrementará la eficacia global de las fuerzas armadas. Pero también atrae al ciudadano medio porque le permite pensar en ejércitos superreducidos, raquíticos más bien, que compensan su déficit humano mediante la explotación tecnológica.

3. Tecnócratas vs. Guerreros

Con los ejércitos de masas de la modernidad, los elementos de su gestión cobraron redoblada importancia. La logística avanza posiciones -los ejércitos marchan sobre sus estómagos, no lo olvidemos- hasta sobrepasar el número de combatientes. Una fuerza mecanizada requiere unas 10 toneladas de material (munición, repuestos, gasolina, víveres...) por hombre y día. Así pues, no es de extrañar el auge de los asuntos de administración y gestión dentro del ámbito militar. Aunque no vinculado de manera directa al combate, los fallos de la cadena logística no sólo ponen en peligro la conducción de las operaciones, sino que invitan al desastre. (14)

La sofisticación del llamado “arsenal barroco” ha exigido una mayor atención a las tareas de mantenimiento, así como una formación más especializada para los operadores propiamente dichos. (15)

La RMA actual, con su plétora de científicos, ingenieros de software y técnicos de todo tipo, ahonda aún más en esa tendencia a reducir el número de combatientes de un ejército en beneficio de los elementos de apoyo.

Por un lado, el aumento de la letalidad de los sistemas de armas, de su alcance y de su precisión, lleva a la reducción, como hemos visto, del número de combatientes en el campo de batalla. Por otro, la naturaleza de la profesión militar se altera: el soldado ya no es un componente más, puro y llano, de la masa que hace la fuerza, sino que se ha convertido en un auténtico especialista, en un técnico. Así lo exige tanto la sofisticación de los sistemas de armas como la reducción de los efectivos de las fuerzas armadas.

Es más, si atendemos al nuevo campo de batalla virtual, la cyberguerra, los soldados cuelgan su uniforme para vestirse con bata blanca, maquinando sus estrategias y contramedidas en oscuros y asépticos sótanos.(16)

La RMA, llevada a sus últimas consecuencias, desmilitariza el grueso de las fuerzas armadas, a quien convierte en gestores o “mantenedores”, reserva el antiguo placer de la batalla a unas pocas unidades de operaciones especiales e introduce en el corazón de los ejércitos a los científicos de lo intangible, los informáticos.

La quiebra con la moral y los valores del guerrero es evidente. A medida que las fuerzas armadas se asimilan a otras grandes corporaciones civiles, gana su vertiente burocrática y los valores tradicionales retroceden. El militar guerrero pasa a ser un extraño para la sociedad que le emplea y sólo se asume el papel del militar humanitario. (17)

Queriendo dar respuesta a las demandas políticas y sociales, la RMA, en realidad, puede convertirse en el peor enemigo de la cultura de defensa.

4) La guerra como espectáculo

Desde que la Guerra del Golfo fue retransmitida en directo, al menos parcialmente, por la CNN, el papel de los medios de comunicación y muy en especial de la televisión ha cambiado por completo el sentido de las operaciones bélicas.

Hay quien recuerda las imágenes de los misiles de crucero y de las bombas láser sobre Bagdad como un juego para consolas y ordenador. La guerra llega al hogar no sólo a través de la pantalla de la televisión, instalada en la placidez del salón, sino que llega directamente desde el morro del arma empleada, en directo. Sólo por eso hay quien ya considera a la guerra como un espectáculo, porque para la mayoría de la población, afortunadamente, la guerra es un acontecimiento distante y televisivo. El riesgo queda para unos pocos, los combatientes, y el sufrimiento para la población enemiga.

De hecho, las tropas pueden estar comprometidas en una acción bélica, como en Kosovo, mientras que el grueso de la población sigue con su vida normal. El desarrollo económico y el carácter limitado de los nuevos conflictos humanitarios, permiten que la vida nacional pase inalterada. La guerra en otra parte convive con los toros y el football de aquí.

Las acciones relativamente limpias que promete la RMA, a ejecutar por el bien de terceros, en zonas alejadas de nuestro suelo, por una mínima parte no ya de la población, sino de la comunidad militar de un país, imprimen por fuerza ese carácter de espectáculo.

Para Michael Ignatieff, la guerra se equipara hoy ya a un deporte, pues “Como con los deportes, nada vital está en juego: ni la supervivencia nacional, ni el destino de la economía”.(18)

Ahora bien, si la guerra ha pasado a ser vista como un deporte o un espectáculo más se debe a la presencia de cámaras en el campo de batalla. La cobertura mediática lleva a que imperceptiblemente la atención se centre no tanto en las hostilidades, en la confrontación de las fuerzas militares, como en la batalla por la opinión pública doméstica. La presencia americana en Vietnam se vino abajo por la oposición interna a la guerra. En Kosovo, los errores de la aviación aliada y el disgusto moral que causaron pudieron ser compensados gracias a una hábil campaña propagandística de la OTAN y por las atrocidades de la limpieza étnica serbia.

Pero en cualquier caso, no cabe duda de que el frente interno es tan relevante para la guerra postmoderna como el enfrentamiento con el enemigo, si no más.

Teoría y realidad: la experiencia de Kosovo

La Guerra del Golfo fue en parte una premonición de la guerra del futuro, aunque en realidad resultó ser más bien la última guerra de la modernidad. Kosovo, en teoría, si ha sido una experiencia bélica plenamente postmoderna. Los aliados, y en especial los EE.UU., se han beneficiado de sus armas inteligentes para intentar golpear con precisión y limitar, así, los daños colaterales al mínimo; para golpear desde la protección de la distancia y la altura, con relativa impunidad; con misiles y desde el aire, sin enfangarse en campañas terrestres, ruinosas y arriesgadas; en defensa de un principio de convivencia pacífica y multiétnica, no motivados por estrechos intereses nacionales; y han luchado en una operación multinacional.

Ahora bien, en la práctica, las nuevas tecnologías y armas inteligentes se han quedado cortas respecto a las promesas que encerraban. Los golpes quirúrgicos pronto debieron escalarse y convertirse en auténticos bombardeos estratégicos donde los objetivos ya no eran las neuronas del poder militar de Milosevic, sino la capacidad industrial, energética y de comunicaciones de todo un país. Destruyendo o dañando los puentes y las vías de ferrocarril, la Alianza mostraba su poder para golpear con precisión, pero estaba borrando la distinción tradicional entre combatiente y población civil. Es difícil pensar que no se castigó a la población de Serbia cuando se inutilizaron los tendidos eléctricos o las antenas de televisión. (19)

De hecho, fue la acumulación de errores y el ataque a valores eminentemente civiles lo que incrementó paulatinamente la oposición al conflicto en las opiniones públicas occidentales y el deseo de resolverlo cuanto antes y como fuera en sus líderes políticos.

Pero la guerra de Kosovo no fue postmoderna simplemente por armamento empleado, cuya eficacia fue inferior a la deseada bien porque era insuficiente cuantitativamente, bien porque estaba aún en fase de prueba. La guerra de Kosovo fue postmoderna por razones más profundas. Para empezar no fue una guerra, sino un conjunto de acciones bélicas de apoyo a la paz, demostrando así que ya no es posible hacer la guerra bajo el nombre de guerra ni siquiera por razones humanitarias; en segundo lugar, se vivió con tremenda despreocupación, desde la holgada cotidianidad de nuestras vidas. Al fin y al cabo, no estábamos en guerra; en tercer lugar, se contempló a través de la televisión, con imágenes de los esfuerzos aliados por no causar daños innecesarios, y con mensajes serbios negándolo. La guerra estuvo de verdad en las ondas; en cuarto lugar, porque se luchó con la limitación implacable de no sufrir bajas en combate; en quinto lugar, porque fue un combate esencialmente asimétrico, tecnología y rechazo a la muerte, en un lado, aguante y propaganda en otro; por último, porque se cerró sin victoria ni rendición, sino con un acuerdo técnico-militar.

Kosovo ha puesto el listón del combate futuro muy alto.

La RMA y la conciencia de defensa

Por primera vez en la Historia, la mayoría de la población occidental no ha pasado por la experiencia de una guerra. Poco a poco, además, los líderes políticos que vivieron el enfrentamiento Este-Oeste también van siendo reemplazados por nuevas generaciones, a veces sin experiencia militar directa. La guerra, pues, se ve como algo distante, del pasado. Lo moderno, postmoderno más bien, es un bombardeo light, apenas sin violencia, sin destrucción, sin bajas, sin muerte, rápido, intenso y corto. (20)

La RMA nos promete una guerra virtual y discrecional, que podemos mirar de rato en rato o desconectar de ella cuando queramos, una guerra de turn-on, turn-off fácil y voluntario.

Una guerra, que no es guerra, luchada, por lo demás, por los profesionales de la milicia (que no de la guerra). Una guerra cuyos protagonistas son los misiles y no las trincheras o los carros, porque no hay combate terrestre.

Una guerra, en suma, que nos recuerda a un juego o a una simulación, no al horror y la barbarie de quienes realmente la sufren.

Una guerra que cuenta con una única legitimación posible, el respeto a la vida y obligar a las partes en conflicto a terminar sus hostilidades. La guerra humanitaria.

Pero ¿qué pasaría si algún adversario lograra inflingirnos un cierto daño, causarnos un número de bajas importante? Puede que si eso hubiese ocurrido en los primeros días de bombardeos sobre Yugoslavia, la campaña aérea se hubiera intensificado, volviéndose más dañina, motivada por la ira, pero si hubiese sucedido en las últimas semanas, igualmente probable es que hubiese llevado a una reacción popular de desentendimiento y de retirada. ¿Cuál será la respuesta en un conflicto futuro?

Escondiéndose en subterfugios lingüísticos y legales para no ser guerra, la guerra postmoderna prepara mal para el aguante y el sufrimiento. Al contrario, quiere trasladar el culto a la vida y el hedonismo imperante en nuestras sociedades al campo de batalla, volviéndolo transparente, ajustado a derecho, correcto y limpio de destrucción y sangre.

Hoy ya no es posible concebir una acción bélica que no sea compartida en sus objetivos por la comunidad internacional, que no se base en las nuevas tecnologías de la RMA, y que no se luche por los derechos humanos ampliamente entendidos. Y no de manera total, sino limitada. La RMA ofrece técnicamente la posibilidad de hacer ese tipo de guerras y de esa manera contribuye a que los ejércitos sean cada vez más instituciones de ayuda humanitaria.

Si las promesas de la RMA no llegaran a materializarse (en Kosovo se ha conseguido sin bajas, ahora hay que luchar porque la guerra se haga sin errores), no habrá intervención alguna en el futuro. La RMA anestesia el disgusto moral de la batalla, sin esa anestesia, el combate resulta una experiencia demasiado dolorosa de contemplar.



Notas

(1) Para una descripción breve sobre definición y contenido de la RMA ver, entre otros, Galdi, Theodor W.: Revolution in Military Affairs? Competing concepts, organizational responses, outstanding issues. Washinton, Congressional Research Service 1995. Informe 95-1170F; y Herman, Paul. “The Revolution in Military Affairs” en Strategic Review primavera de 1996, pp. 26 y ss.

(2) Así lo defienden, por ejemplo, Molander, Roger, Riddile, Andrew y Wilson, Perter : Strategic Information Warfare. A new face of War. Santa Monica (Ca), Rand 1996; y también Arquilla, John y Ronfeldt, David: In Athenas Camp. Preparing for conflict in the information age. Santa Monica (Ca), Rand 1997.

(3) Ver Rosen, Peter: Winning the next war. Innovation and the modern military. New York, Cornell 1991; y Freedman, Lawrence: The evolution of nuclear strategy. Londres, Macmillan 1985

(4) Sobre la dimensión social de la defensa ver el excelente artículo de Howard, Michael: “The forgotten dimensions of strategy” en The Causes of War, Massachusets, Harvard 1984.

(5) Ver DARPA: Past revolutions, future transformations. Santa Monica, Rand 1999. MR-1029-DARPA

(6) El concepto está tomado de Hables Gray, Chris: Postmodern war. The new politics of conflict. New York, Guilford press 1997.

(7) Ver, entre otros, Keegan, John: A History of Warfare. Londres, Hutchinson 1993.

(8) Ver, por ejemplo, Van Creveld, Martin: Technoly and War. New York, Free Press 1989

(9) Ver el excelente artículo de Luttwak, Edward: “Towards post-heroic warfare” en Foreign Affairs mayo/junio 1995. O el libro de Peters, Ralph: Fighting for the future. New York, Stackpole 1999.

(10) Ver Bateman, Robert (ed): Digital war. Novato (Ca), Presidio Press 1999.

(11) Esa es la opinión de Howard, Michael en su participación “How much can technology change warfare? En el seminario del SSI del US Army, Two Historians In Technology and war. 20 de julio de 1994.

(12) Chandler, David (ed): The military maxims of Napoleon. New York, Da capo Press 1995, pág. 58.

(13) Ver las obras de Dunningan, James: Digital soldier. New York 1997; y Dirty little secrets of the XX century. New York, quill 1999.

(14) Ver Van Creveld, Martin: Supplying war.

(15) Ver, por ejemplo, sobre el carácter eminentemente técnico de los militares Holmes, Richard: Nuclear Warrior. Soldiers, Combat and Glasnost. Londres, Johnathan Cape 1991.

(16) Consúltese para esta visión, Schwartau, Winn: Information Warfare. New York, Thunder Mouhth Press 1996.

(17) Ver, entre otros, Barnes, Rudpolph: Military legitimicay. Might and right in the New Millenium. Londres, Frank Cass 1997; y Bellamy, Christopher: Knights in White Armour. The new art of war and peace. Londres, Hutchinson 1996.

(18) Ignatieff, Michael: Virtual War. Kosovo and beyond. New York, Metropolitan books 2000, pág.191.

(19) Sobre la no distinción entre combatientes y población civil, véase, Mazzar, Michael: The RMA: A framework for defense planning. Carlisle, US Army SSI, 1994.

(20) Ver, Murawiec, Laurent: La guerre au XXI siecle. Paris, Odile Jacob 2000.