La RMA y España. Algunas reflexiones sobre el camino a seguir

por Ignacio Cosidó y Rafael L. Bardají, 1 de mayo de 2000

(Ponencia presentada al Seminario La RMA y España.
Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales)
 
RMA: La polisemia del concepto

Dar con una definición de “revolución de los asuntos militares” no es difícil, lo realmente difícil es dar sólo con una que sea aceptable para todos. Como todas las revoluciones militares, la actualmente en marcha conlleva cambios tecnológicos, doctrinales, organizativos, operacionales, así como cambios estratégicos y sociales, lo que la hace susceptible de múltiples aproximaciones. Hasta el momento los aspectos tecnológicos y operacionales han sido los más explorados y simplemente con eso ya se ha puesto de manifiesto que la actual RMA, como todas las anteriores, es un asunto complejo.

En cualquier caso, dos son las formas básicas de encarar la RMA: con un sentido explicativo, de conocer en qué consiste esta nueva fase de la evolución bélica, sus características y sus motores; o con una filosofía normativa, donde la RMA sirve de guía para la planificación de las fuerzas armadas futuras y, sobre todo, de la política de adquisiciones para las mismas.

En esta ponencia haremos más hincapié en este segundo enfoque, en la medida en que el objeto de la misma es elevar algunas recomendaciones sobre cómo debe España encarar la RMA en marcha. Aún así, será inevitable referirse de cuando en cuando a la naturaleza de esta RMA.

Un cambio social

Durante décadas, las fuerzas armadas, con su énfasis en la I+D y la necesidad de evolucionar tecnológicamente más rápido que el enemigo, estuvieron en la vanguardia de la innovación, muy por delante de otros sectores sociales. Del mundo militar se vertían adelantos que eran luego incorporados a la sociedad y al consumo en general. Internet es el ejemplo más evidente hoy en día, como el horno de microondas lo fue hace 20 años. Sin embargo, esta dinámica ha quebrado a medida que la sociedad abandonaba su edad industrial para adentrarse en la era de información, post-industrial o post-moderna. Ahora son los militares quienes adquieren e incorporan avances científicos y técnicos que están al alcance de cualquiera. Ordenadores más potentes, teléfonos celulares...

Como dice el matrimonio Toffler, “Así como la revolución industrial industrializó la guerra y la producción en masa llevó a la destrucción en masa, con Clausewitz como el genio teórico de esa era, hoy la sociedad entera está marchando más allá de la era industrial- y se está llevando con ella a los militares”.(1)

En ese sentido, podremos discutir el ritmo de la innovación militar actual, su difusión, o sus implicaciones futuras en lo operativo como en lo estratégico, pero no cabe duda de que la aplicación generalizada en el ámbito de la defensa de las tecnologías de la información, de las nuevas comunicaciones, y de los sistemas capaces de gestionar entrelazada y simultáneamente todos los datos que emanan de la batalla, tiene por fuerza que cambiar el modo de conducir las operaciones militares y, por ende, el modo de concebirlas. Kosovo ha sido la prueba de cómo unas capacidades tecnológicas, rudimentarias y limitadas si se quiere, han permitido un estilo bélico muy peculiar y distinto de la manera tradicional de entender las acciones en el campo de batalla.

La RMA un fenómeno inexorable

En 1978, el entonces director de la DARPA, William Perry, anunciaba la orientación de sus esfuerzos de investigación: “ser capaces de ver en todo momento todos los objetivos de valor que se encuentren en el campo de batalla; ser capaces de atacar directamente todo objetivo que veamos; y ser capaces de destruir todo objetivo que seamos capaces de golpear...”(2)

Con ello se estaban fijando, de hecho, los elementos definitorios de la actual RMA: detección en todo medio y en tiempo real del enemigo; precisión de la capacidad de ataque y respuesta; furtividad de las plataformas mayores; velocidad de las operaciones y altísima movilidad de teatro; integración de sistemas, incluyendo los espaciales; tratamiento de la información en arquitecturas complejas; la explotación del nuevo campo de batalla, el cyberespacio.

En realidad los principios estratégicos que inspiran la RMA no son novedosos. Sun Tzu no utiliza otros en su famoso Arte de la guerra, auténtico precursor de la infoguerra. Lo que sí es novedad es disponer de las tecnologías que los hacen materialmente posible hoy en día.

La RMA es un fenómeno inexorable por la sencilla razón de que la innovación científica y técnica no se puede detener. Cada 18 meses un ordenador duplica sus capacidades de ejecución; cada año aumenta exponencialmente el número de usuarios de Internet; cada vez los nuevos productos se quedan obsoletos antes.

Es más, aunque las tecnologías punteras no suelen ser nunca baratas, la realidad es que el continuo proceso de innovación lleva al abaratamiento constante de las mismas. Es cuestión de tiempo, tiempo, por lo demás, más y más breve. Un GPS, por citar un caso, costaba 240 mil ptas. hace 6 años. El mismo modelo, mejorado en sus prestaciones, se puede comprar hoy por menos de 50 mil.

En cualquier caso, la razón última de que la RMA sea un fenómeno inevitable no estriba únicamente en los avances tecnológicos, condición sine qua non, sino en la conciencia sobre la misma y la voluntad decidida de explotarla.

En ese sentido, de la guerra del Golfo en 1991, a Kosovo, en 1999, no sólo han madurado los sistemas de armas y de su C4ISR, sino que en Estados Unidos se ha llegado a hacer oficial el concepto de RMA. Es decir, independientemente de lo “revolucionaria” que llegue a ser esta RMA en todo los aspectos que no son tecnológicos, en el apartado sistemas de armas, gestión y control, el Pentágono ha abrazado y hecho suyo el concepto y lo emplea como una referencia de lo que sus fuerzas harán en el mañana.(3)

En Kosovo los aliados hemos visto la punta del iceberg de ese gap que se está abriendo entre ambas orillas del Atlántico en cuanto a capacidades de defensa se refiere, fruto no del azar sino de la diferencia en el sostenimiento del esfuerzo militar (y más concretamente en I+D) entre Estados Unidos y sus aliados europeos.

Es verdad que las armas arcaicas matan igualmente bien que las más sofisticadas, pero cuando un ejército da un salto hacia delante en su equipamiento y en la forma de usarlo, se suele producir un movimiento de imitación en sus enemigos y amigos como única forma de mantener a raya las ventajas y vulnerabilidades mutuas.

Por eso la RMA es una imposición para los europeos, les guste o no. Si los Estados Unidos siguen concentrando su I+D y su política de adquisiciones en esos determinados sistemas que consideran multiplicadores de la fuerza y que ahonda en la gestión integral del campo de batalla y la infoguerra, sus aliados tendrán que avanzar en la misma dirección aunque sea con otro ritmo. Así como MacDonalds impone el gusto por la fast-food, el Pentágono exporta su peculiar visión de la guerra.

Los europeos no podrán seguir utilizando el fax, por decirlo crudamente, cuando los americanos ya sólo usan el módem. Al menos si quieren seguir hablando entre ellos.

La RMA, una apuesta difícil

Sobre el papel es muy sencillo borrar de un plumazo tradiciones bien arraigadas, compromisos adquiridos y el peso de la historia en las preferencias nacionales. Todo es posible. En la práctica, tal libertad de decisión casi nunca es real ni aconsejable.

El planteamiento de la actual RMA conlleva, por lo menos, dos grandes riesgos: el primero, la apuesta que se hace en pro de sistemas todavía no maduros y que, como en numerosísimas ocasiones de la historia de las tecnologías, pueden fracasar y llevarnos a ningún sitio, sólo que a un precio desorbitado; el segundo, la tecnología avanzada es una apuesta que deja poco margen de maniobra, que constriñe las opciones.

Todos sabemos lo que se tarda desde que se elige una tecnología hasta que se incorpora como sistema en las fuerzas armadas y hasta que se tiene la certeza de que en verdad funciona y resulta útil. El F-18, que se compró en España en 1982, realmente no se ha demostrado eficaz hasta fechas muy recientes, en 1995 sobre Bosnia y en 1999, sobre todo, sobre Yugoslavia y Kosovo. Fue una buena decisión, pero podía muy bien no haberla sido. La historia militar, como decimos, está plagada de fiascos.

En ese sentido, la actual RMA prima unos componentes y sistemas costosos y que imponen una disciplina de adquisiciones muy limitativa, particularmente para países de segundo rango como son los europeos. En los EE.UU hay quien calcula que sin un incremento de más del 20% del presupuesto de defensa actual, al Pentágono le será imposible acometer toda la modernización que se plantea y que tendrá que optar y favorecer unos sistemas sobre otros. (4) No es fácil abandonar programas en los que se ha invertido grandes sumas de dinero y es impensable acumular varios cuando no se cuenta con los recursos imprescindibles para ello.

Por eso, la estrategia que adopten los europeos -y España- ante la RMA, debe ser particularmente precavida. Las necesidades estratégicas de americanos y europeos no son idénticas, por lo que el seguidismo ciego sólo podrá ser causa de disgustos. Al mismo tiempo, no es imaginable que los Estados Unidos avancen solos hacia la explotación de la RMA.

Los europeos deberán encontrar su delicado equilibrio entre dotarse de las capacidades tradicionales que estiman necesarias, aunque tal vez en menor número, a la vez que incorporan nuevos sistemas. Los ejércitos europeos no pueden seguir comprando eso que se denomina “sistemas legado”, productos del pasado y de una situación estratégica hoy superada, pero tampoco deben desmantelar sus escasas capacidades clásicas en aras a una apuesta de futuro incierta.

Una RMA colectiva

Por todas las incertidumbres y complejidades que acumula, el desarrollo de la RMA debería ser una acción cooperativa entre americanos y aliados. Los Estados Unidos puede que dispongan de los recursos suficientes para seguir aumentando su distancia tecnológica respecto al resto del mundo; los europeos, con su tendencia a la baja en inversiones militares, seguro que no.

La DCI (Defence Capabilities Initiative) es una buena oportunidad para hacer de la RMA un empeño transatlántico, aunque ello no excluye que los europeos intenten progresar en el mismo terreno entre ellos. No podemos descuidar que el aspecto industrial de la RMA es esencial para el futuro de la misma.

Además, el esfuerzo colectivo reduce significativamente los riesgos del empeño.

España y la RMA

España, como todas las naciones, ha basado su política de adquisiciones en sus propias decisiones nacionales, en su ciclo de planeamiento y en los requerimientos elaborados por sus fuerzas armadas, con más o menor sincronía con los aliados, pero esencialmente sobre la base de la decisión nacional.

Nuestro país, como es bien conocido por todos, camina en un doble proceso de modernización global (profesionalización de la tropa y marinería y modernización del material) que supone una factura creciente para el Estado. Embarcarse en una RMA, en un contexto presupuestario de austeridad exigirá una clara selección y jerarquización de las necesidades. Priorizar es sinónimo de RMA para las potencias medianas.

A continuación se exponen algunas de las implicaciones de la actual RMA sobre nuestra política de defensa.

La reforma orgánica

La RMA tiende a ser conceptualizada como un “sistema de sistemas”. Esto significa que si algo caracterizará el campo de batalla del futuro será su integración total. Un campo de batalla más integrado requiere a su vez de una estructura de fuerzas más conjunta.

Sin embargo, la falta de integración de nuestras distintas capacidades militares, particularmente de las capacidades terrestres, con las aéreas y marítimas, es uno de los grandes déficits actuales de nuestra defensa.

Solucionar este difícil problema requeriría, por un lado, una profunda reforma y simplificación de nuestra cadena de mandos, creando una línea unificada al margen de los actuales Cuarteles Generales de los tres ejércitos.

Por otro lado, es precisa también una gestión conjunta de los apoyos logísticos, creando para ello un organismo autónomo que adquiera, soporte y mantenga todo el armamento y material de las Fuerzas Armadas y libere a los ejércitos de toda labor logística para centrarse exclusivamente en las tareas operativas.

Junto a estos dos objetivos es preciso continuar dos procesos que ya se encuentran en marcha: desburocratización y externalización de servicios. Respecto a lo primero es preciso una reingeniería de las estructuras y procedimientos internos de las Fuerzas Armadas tratando de adelgazar al máximo sus estructuras administrativas. La externalización de servicios, que ya se produce en cuestiones como la limpieza o el mantenimiento de bases y cuarteles, debe extenderse y profundizar a cuestiones más complejas como el desarrollo de aplicaciones informáticas, el mantenimiento del material y todo tipo de servicios al personal. Parte de los costes de esta externalización pueden absorberse con la reducción de personal, especialmente el laboral.

Una tercera cuestión a abordar es el despliegue, que continúa siendo excesivamente diseminado, especialmente si se tiene en cuenta las perspectivas de evolución del personal. Es necesario poner en marcha un plan de racionalización y concentración de unidades que incluya el cierre de numerosas instalaciones tan inútiles como caras de mantener.

Implicaciones tecnológicas

La RMA incide sobre tres grandes áreas tecnológicas en las que nuestro país debe realizar un mayor esfuerzo del que viene realizando hasta la fecha: los sensores, los sistemas de comunicación, mando y control y las armas inteligentes.

En el campo de los sensores será preciso realizar un mayor esfuerzo en radares y sistemas de visión todo tiempo. En este terreno no son previsibles grandes avances, salvo en la utilización de biotecnología en algunos de ellos más a largo plazo. El objetivo debe ser por tanto disponer de los suficientes elementos de alerta temprana, observación, vigilancia y visión como para tener el mayor conocimiento posible del campo de batalla en todo momento.

Pero tan importantes como los sensores en si mismos resultan las plataformas sobre las que estos sensores se montan. En el futuro parece que dos de ellas tendrán preeminencia: los satélites y los vehículos no tripulados.

Los sistemas de comunicaciones, mando, control e inteligencia (C3I) constituyen el nudo gordiano de la RMA. El incremento del número y alcance de los sensores disponibles incrementan exponencialmente la información disponible sobre el teatro de operaciones. La verdadera dificultad a partir de ese momento es cómo ser capaz de transmitir toda esa información, integrarla, analizarla y dar respuesta a cada nueva situación mediante ordenes de actuación inmediatas a las distintas unidades.

Este tipo de operaciones requieren una nueva arquitectura de sistemas cada vez más integrados, rápidos, automáticos e inteligentes, pero al mismo tiempo perfectamente controlables. Estos sistemas requerirán cada vez mayor capacidad de transmisión de información y procesadores más potentes para analizarla y transformarla en inteligencia en el menor tiempo posible.

En todos estos campos nuestro país padece de fuertes carencias y será necesario redoblar esfuerzos. Sin embargo, reforzar estas capacidades no será una tarea fácil. Los planificadores militares tienden aún a inclinarse más por la adquisición de grandes y avanzadas plataformas de combate que elementos más intangibles como las comunicaciones o los elementos informáticos. Así, nuestro Ministerio de Defensa tiene comprometidos la práctica totalidad de los recursos presupuestarios futuros en la renovación de las grandes plataformas de combate terrestre (carro de combate Leopardo), aéreas (avión de combate EF-2000) y navales (fragata F-100). Sólo esos tres programas juntos superan un coste de dos billones de pesetas. El futuro apunta sin embargo por una reducción de los contingentes, el número y la dimensión de las unidades de combate y, por ende, del número de plataformas disponibles.

El tercer elemento esencial de la RMA es la utilización de armamento inteligente que permita golpear a la mayor distancia posible del enemigo, a fin de evitar bajas propias, y con la máxima precisión, evitando daños colaterales a la población civil del país enemigo. En este sentido, será preciso dotar a nuestros ejércitos de misiles cada vez de mayor alcance, más precisión y más “inteligentes” para evitar todo tipo de contramedidas o engaños.

El problema en este campo del armamento inteligente, terriblemente costoso, no es sólo la necesidad de disponer de las tecnologías y los modelos más avanzados, sino de hacerlo además en una cantidad suficiente como para poder afrontar conflictos de intensidad más o menos limitada pero de larga duración. Una segunda dificultad es que este tipo de armas tiene un ritmo de obsolescencia alto.

Implicaciones económicas

Toda revolución, especialmente cuando se trata de una revolución con un gran contenido tecnológico, es cara. Es un hecho innegable que los costes de los nuevos sistemas son cada vez más elevados. Sin embargo, está por ver cuál es el impacto económico final de la RMA. En síntesis, es muy posible que esta revolución signifique más una redistribución interna del gasto militar que un aumento neto del mismo.

Así, es previsible la necesidad de un incremento significativo de los gastos de adquisición de satélites, vehículos de observación, sistemas C4I y armas inteligentes. Pero todo ello puede venir acompañado de reducciones cada vez más significativas del volumen de las Fuerzas Armadas, lo que no sólo implica una disminución de los costes de personal, sino también de los de infraestructura, apoyo logístico, adquisición de plataformas de combate, entre otros. Un avión de combate será siempre más caro que un vehículo no tripulado, un portaaviones mucho más que un buque arsenal y las futuras pequeñas unidades terrestres especiales aún menos que una Brigada convencional.

Buena prueba de que la RMA no significa en un principio un incremento importante de los recursos dedicados a la defensa es que Estado Unidos está liderando esta revolución gastando un 35% menos de lo que lo hacía a mediados de los años 80. Es más, el desfase de las capacidades militares europeas respecto a las norteamericanas se está acelerando en un momento en el que la distancia entre sus gastos militares tiende a acortarse.

Esto no significa que España pueda afrontar con garantías de éxito la RMA con sus actuales niveles de gasto militar. En primer lugar, porque nuestro país es el aliado de la OTAN que realiza un menor esfuerzo en defensa. En segundo término, porque nuestras Fuerzas Armadas se encuentran inmersas en un proceso de profesionalización total que exige un esfuerzo económico añadido. Finalmente, porque los compromisos adquiridos en la renovación de las principales plataformas de combate, a las que antes nos hemos referido, comprometen nuestros recursos presupuestarios futuros que hace imposible afrontar los nuevos requerimientos tecnológicos de la RMA, sino es a través de un incremento de los recursos disponibles.

Sin embargo, conviene insistir en que afrontar presupuestariamente la RMA significa más una redistribución de las inversiones militares que un aumento significativo de las mismas. El problema español es que la sostenibilidad de sus Fuerzas Armadas resulta imposible tanto en el marco de la RMA como sin ella con los recursos actuales.

Conclusiones
 
En el momento actual existe un proceso de aceleración del cambio en las Fuerzas Armadas de los países avanzados que se conoce como RMA o Revolución de los Asuntos Militares. Este proceso tiene como primera causa los espectaculares avances tecnológicos logrados por las sociedades más desarrolladas, pero implica también cambios profundos en las doctrinas de empleo y en la organización de los ejércitos. En definitiva, lo que se está planteando es una nueva forma de hacer, conducir y ganar la guerra.
 
Esta rápida evolución de los asuntos militares está provocando un abismo entre las capacidades militares de los Estados Unidos, pioneros de esta revolución, y sus aliados europeos. El último conflicto de Kosovo puso claramente de manifiesto las crecientes dificultades que sufren los países europeos para realizar esta nueva forma de guerra e incluso para poder colaborar eficazmente con los Estados Unidos en este tipo de conflictos.
 
Las causas de este retraso europeo son diversas. Por un lado, las inversiones en armamento y material, así como en investigación y desarrollo militar, son en Europa muy inferiores a los de Estados Unidos. Pero además este gasto se hace de forma tan fraccionada que su eficiencia y su utilidad real son aún menores. Por otro, el diferencial tecnológico entre ambos lados del Atlántico se hace cada vez mayor y no sólo en el campo militar.
 
En Europa, sólo el Reino Unido realiza un esfuerzo suficiente como para no mantener unas capacidades de inter-operatividad razonables con sus aliados americanos, mientras que Francia realiza un gran esfuerzo por intentar desarrollar unas limitadas capacidades de actuación relativamente autónomas. España, con el nivel de gasto militar más bajo de Europa, no se encuentra en estos momentos precisamente a la cabeza de esta revolución.
 
Sin embargo, la RMA presenta para España algunas oportunidades que si son aprovechadas la pueden situar como un socio fiable y capaz en el marco de la defensa aliada. Por un lado, el proceso de profesionalización en marcha está obligando a un proceso de rediseño de nuestras Fuerzas Armadas que incluye entre otros aspectos una drástica reducción de dimensión y despliegue. Por otro, España está manteniendo unas capacidades militares limitadas pero relativamente competitivas con un gasto ciertamente bajo. Esto significa que futuros incrementos de gasto podrían ser aplicados a desarrollar nuevas capacidades relacionadas con la RMA más que a mantener estructuras o fuerzas obsoletas. Finalmente, la industria española de defensa, a pesar de su muy reducida dimensión, está sabiendo ocupar algunos de los nichos tecnológicos de excelencia en aspectos que tienen una gran incidencia en la RMA. Saber aprovechar estas oportunidades requerirá, en cualquier caso, tomar una serie de medidas como las que parcialmente se han pretendido recoger en estas páginas.


Notas
 
1.- Toffler, Alvin y Heidi: “The new intangible” prólogo del libro editado por Arquilla, John y Ronfeldt, David: In Athenas’s camp. Preparing for conflict in the information age. Santa Monica (Cal), Rand 1997. Pág. XIII.

2.- Citado en Murawiec, Laurent: la guerre au XXI Siècle.Odile Jacob, Paris 2000. Pág. 17.

3.- El concepto de RMA se utiliza por primera vez en el Informe Anual del Secretario de Defensa al Congreso de 1998; y la JCS lo emplea profusamente en sus documentos Joint Vision 2010 y Joint Vision 2020.

4.- Ver, por ejemplo, O’Hanlon. Michael: Technological change and the future of Warfare. Washinton, Brookings 2000. Pp.168 y ss.