Los hashtags y las declaraciones no son suficiente

por Rafael L. Bardají, 16 de noviembre de 2015

(Publicado en El Mundo, 16 de noviembre de 2015)

“La guerra –decía el general Sherman mientras incendiaba implacablemente Georgia en 1864- es el infierno”. Y tenía toda la razón: la guerra es dolor, destrucción y barbarie. “Sangre, sudor y lágrimas” en palabras de Winston Churchill. Con todo, la guerra no es un mero acto de locura, irracional y sin propósito. Como bien indicaba Clausewitz, “la guerra es la continuación de la política, por otros medios”.
 
Lo que sufrió Paris la noche del pasado viernes no fueron unos simples atentados terroristas. Fueron auténticos actos de guerra.  Sólo que por otros medios. Los tanques, cazas y destructores, esas plataformas que tan bien simbolizan a las Fuerzas Armadas, no definen lo que es la guerra. Como tampoco un suicida o un coche bomba definen lo que es el terrorismo. La guerra es el choque de  voluntades; los medios para imponerse no son más que meros instrumentos al servicio del objetivo final, vencer. Porque las guerras se ganan y se pierden, inexorablemente.
 
Para vencer en una guerra hay que cumplir algunos requisitos. El principal y más básico es identificar bien al enemigo. Algo que todavía no hemos logrado con claridad en el mundo occidental. A mí me provoca una amarga sonrisa ver cómo nuestros ministros españoles hablan de Daesh pero se niegan a pronunciar Estado Islámico siguiendo una recomendación de hace poco más de un año del servicio de inteligencia español a nuestros altos cargos. Creen que así no se da legitimidad al Estado Islámico aunque Daesh en árabe, lengua que no creo que se hable en el Consejo de Ministros, sea el acrónimo de  Al-Dawla Al-Islamiya fi al-Iraq wa al-Sham. O sea, en castellano, el Estado Islámico de Irak y el Levante.
 
Hollande, sin embargo, sabe ya de lo que habla. Ha culpado sin ambigüedades al estado Islámico, “un ejército terrorista, un ejército yihadista”. Y es que por mucho que se empeñe el CNI, los terroristas nunca conducen carros de combate, extraen petróleo de sus pozos, cuidan a sus enfermos en hospitales, gestionan escuelas, dictan normas, recaudan impuestos y gobiernan una población de casi 7 millones de habitantes sobre un territorio que iría de Barcelona a Huelva. Nos guste o no, el grupo encabezado por el califa Ibrahim, opera como un estado, ejerce su poder como un estado, se alimenta como un estado y se defiende como un estado.
 
El problema es que negar la auténtica naturaleza del Estado Islámico lleva a adoptar políticas erróneas para eliminarlo. Al conceder que solo es un grupo terrorista, al final todo se reduce a dos cosas: prevención vía inteligencia y actuación policial. Pero a estas alturas ya deberíamos saber que ni la mejor inteligencia del mundo, ni la policía más capacitada puede garantizar desbaratar los planes de los yihadistas. Responder con detenciones tras los ataques es siempre demasiado tarde.
 
París ha tenido que comprender brutalmente que ya no es la capital de Francia. Es Raqqa, en Siria,  donde se decide el futuro de los franceses. Y es sólo allí donde se podrán cambiar las condiciones de nuestra seguridad.
 
Impulsada por un Obama indolente, la campaña internacional de bombardeos contra el Estado Islámico en Irak y Siria ha sido durante su primer año un buen ejemplo de minimalismo. A forma de comparación, los rusos han atacado en una semana tanto como la coalición en el último mes y medio. El hecho de que cada país eligiese bombardear solamente a sus nacionales, como decidieron el Reino Unido y Francia entre otros, no añade sino más dudas sobre la seriedad de la operación y el conocimiento exacto de la amenaza a la que nos enfrentamos. Los brazos abiertos a cientos de miles de refugiados, la mayoría varones jóvenes –o en edad militar como se decía antes- también dice mucho sobre la falta de percepción de la amenaza entre los europeos.
 
La estrategia de desgaste con la que se combate al Estado Islámico no está dando sus frutos ni puede sostenerse en el tiempo. Sus muertos –que ya son miles- pesan menos que los nuestros. España se rindió a la yihad el 11-M de 2004. Nuestros vecinos europeos parecen aguantar aún, ¿pero hasta cuándo?  Si el Estado Islámico no pierde su control sobre el suelo que domina, sólo nos puede aguardar lo peor. Un rosario de atentados hasta nuestro agotamiento. Por eso es tan importante atacarlo y destruirlo allí donde está.
 
El ministro García-Margallo, ejerciendo en televisión de asesor de seguridad nacional, ha asegurado que se tomarán las medidas oportunas (sólo faltaría que se adoptasen las  inoportunas). El presidente Rajoy ha dicho que adoptará las medidas necesarias, si es que son necesarias. Ambos caen en el mismo error: Creer que nuestros cuerpos de seguridad del Estado son suficiente para garantizar la seguridad de los españoles. Nuestros militares están en Irak adiestrando al ejército iraquí para que luche contra el Estado Islámico; el Estado Islámico nos incluye en sus mapas dentro de su territorio, somos sus enemigos y tierra a reconquistar. Más valdría pararlos en Aleppo que en Vallecas.
 

 

Si, estamos en guerra, por que nos la han declarado. Nos guste o no. Podemos ganarla si actuamos en consecuencia; o podemos perderla si continuamos como hasta ahora. Los hashtags  y la grandilocuencia no nos van a traer la victoria.