Nacionalismo español

por Rafael L. Bardají, 22 de octubre de 2019

Frente al separatismo, el nacionalismo catalán excluyente e independentista, no cabe oponerle ni la razón ni el soborno. Después de todo lo que hemos vivido ya deberíamos tenerlo claro. La infraestructura del odio a España, aceptada durante años por Madrid, ha vuelto imposible el diálogo político dentro de los límites que marca la Constitución, pues lo único que quieren los Torra y Rufianes es acordar el cuándo y el cómo de eso que el Tribunal supremo ha llamado “la ensoñación” separatista. Tampoco cabe ya extender cheques, cada vez con más ceros, porque la política extractiva de gran parte de la clase dirigente catalana ya no está ahí. Del chantaje a Madrid se ha pasado al odio a España, por mucho que la violencia en las calles les incomode. 

 

Por eso, las políticas que promueven nuestros grandes partidos, PSOE y PP no pueden surtir efecto, porque se basan en presupuestos del pasado, cuando se creía que el nacionalismo catalán se podía moderar con buenas palabras, reuniones y partidas presupuestarias.  Podemos cree a pie juntillas en el principio del derecho de los pueblos a la autodeterminación, establecido como arma táctica por el Lenin pre-revolucionario y olvidado enseguida que triunfó su golpe bolchevique en Rusia. 

 

Ninguno puede en verdad resolver el problema que plantea el separatismo catalán. Porque hemos dejado que evolucione, crezca y se radicalice hasta tal extremo que lo único que puede triunfar sobre él es, guste o no reconocerlo, una ola de nacionalismo español.  El pueblo español salió a la calle y adornó sus balcones con banderas españolas, roja y gualdas, como expresión  natural frente al golpe de estado del 1-O. La querella de Vox contra los golpistas –hoy condenados por sedición- alimentó en buena medida esa llamita pro-España que había surgido de manera espontánea tras años de represión.

 

Si, represión. Porque ni el partido socialista ni el partido popular han promovido el sentimiento de nación, de españolismo, de nacionalismo español. Los socialistas porque la única que manejan con orgullo es la suya propia, la de sus ciento y pico años de existencia. Existencia que, como Santiago Abascal nos ha hecho recordar recientemente, está lejos de ser ejemplar, democrática y pacífica. Los populares porque no han sido capaces de quitarse los complejos de derechona, post-franquistas y otras zarandajas empleadas hábilmente por la izquierda y encontraron su salvación en la gestión económica por un lado y, en diluir España en Europa, por otro. El españolismo era un sentimiento atávico, iliberal, anti-globalización y euroescéptico. Algo a relegar a los minúsculos y desprestigiados círculos de la extrema derecha del águila en la bandera y el saludo hitleriano brazo en alto. El pueblo español un magma de incultura, atavismos y atraso al que sacar de su error. ¿Cómo? Contentándolo con más dinero en su bolsillo y con más opciones de acumular más bienes. Esto es, mercantilizándolo. Que es lo que han querido hacer siempre nuestros liberales. 

 

Pero negar el alma de las naciones no es lo mismo a que ésta no exista. El pueblo español es una realidad histórica y la Historia siempre vuelve, como farsa o como drama, pero vuelve.

 

Y éste es el dilema actual: nuestros post-nacionalista de izquierda y de centro-derecha  mientras rechazaban defender cualquier cosa que se relacionara con el españolismo, la identidad nacional, el sentimiento de patria y el orgullo del pueblo español, alimentaba toda una infraestructura para potenciar la ideología separatista anti-española, en el País Vasco y, sobre todo, en Cataluña, ya que allí la ausencia de una ETA autóctona permitía una mayor laxitud desde Madrid. El moderantismo, eso que no se cansa de repetir hoy Sánchez, se podía sostener en Cataluña. Un craso error, como he visto con los años. 

 

Por desgracia en el actual panorama político español sólo hay partido que se reivindica españolista y que defiende abiertamente la identidad de nuestra nación y habla de pueblo español sin complejos. Es Vox. La última prueba: a pesar de ser quizá la fuerza más institucionalista de todas, no ha titubeado ni un segundo a la hora de criticar y condenar la sentencia del Supremo, frente a un líder como Casado que se escuda en el debido respeto al poder judicial para evitar tener que hacer comentarios.

 

Vox es, además, la única formación que encara el problema catán estratégicamente. Sánchez defiende su dejación frente a los desórdenes y la violencia en la calle porque quiere forzar que ERC eche a Torra, se haga con la Generalidad, crezca en las elecciones y le sirva de apoyo para su investidura;  el PP se mantiene en una tibia línea de pedir al gobierno firmeza, porque está convencido de que cuanta más violencia en las calles, más perderá el PSOE y más se podrá beneficiar él en términos de votos. Porque si el PP no supera los 100 diputados esta vez, su cúpula dirigente está muerta y enterrada; Ciudadanos ve la situación como maná caído del cielo para contrarrestar los malos augurios de las encuestas. Unos por otros, pero pocos por España y por todos los que se sienten y saben españoles.

 

Durante cuarenta años la izquierda y el centro-derecha ha maltratado la idea de  España y de pueblo español mientras que jugaba con los nacionalismos periféricos, del vasco al gallego, catalán, canario o, incluso, andaluz. Ellos han alimentado la enfermedad anti-española a la vez que nos privaban de los debido anticuerpos para combatirla eficazmente.  Nada nos debe llevar a pensar que van a remendarse ahora que España está en peligro. Han sido y siguen siendo parte del problema. Y ni pueden ni quieren ser la solución.