OTAN: ¿Cumbre o Valle?

por Rafael L. Bardají, 16 de junio de 2021

Hace unos cuantos años, Henry Kisisinger, con su habitual sarcasmo estratégico, dijo algo así como que “cuando la OTAN aprieta un botón, sale disparado un misil. Cuando la UE aprieta un botón, sale un comunicado”. Ya no. Basta ver el larguísimo comunicado final tras la cumbre de esta semana de la OTAN en su flamante y apenas estrenado cuartel general de Bruselas. Frente a la concisión y el compromiso de aquellos primeros comunicados con los que la OTAN arrancó su andadura, cerca de 80 párrafos repletos de palabrería huera y ambigüedades. Cuando no crasos errores.

 

Es verdad que la institucionalización de las llamadas cumbres ha reforzado la tendencia a echarse flores sobre el propio tejado, sobre todo en todos estos años, en el caso de la OTAN, en los que andaba algo confusa al haber perdido sus señas de identidad tras la desaparición de la URSS. No olvidemos que fue la amenaza soviética lo que dio pie a su creación. La OTAN siempre nos recuerda que es la alianza militar más fuerte y exitosa de la Historia. Para su desgracia, dicha afirmación no pasa el más mínimo escrutinio serio. Por dos razones: la primera, que no es la primera o única alianza miliar permanente de la Historia (ahí está el caso, por poner un solo ejemplo, de la Liga de Delos, creada en el 407 AC por varias ciudades estado griegas y que duró 70 años, logrando no sólo vencer al imperio Persa, sino acabar con la piratería en el Egeo); la segunda, que el éxito de la OTAN son más que discutibles allí donde ha intervenido o incluso donde se ha negado a intervenir. No ha sido capaz de disuadir a Rusia de no intervenir en Ucrania, por ejemplo, ni de manipular procesos electorales hasta en los propios Estados Unidos, de creer a los líderes demócratas de aquel país. Su misión en Irak fue un desastre que no impidió el nacimiento del ISIS ni el establecimiento de su Califato, como también lo ha sido su presencia en Afganistán. La derrota del terrorismo allí, tal y como se dice desde esta cumbre, sólo esconde la impotencia aliada para garantizar el mínimo orden en aquellas tierras y la dependencia estratégica de la OTAN-Europa de América. Fuimos porque lo pidió un presidente americano y nos vamos cuando otro presidente lo ha decidido unilateralmente.

 

La OTAN ha vivido instalada en un cuento rosa desde 1989. Pero no, la OTAN no gano la Guerra Fría como suele afirmarse. Porque no la luchó. Fue un programa como el mal llamado “guerra de las estrellas” de Ronald Reagan y el acelerón tecnológico de los años 80 lo que agravó las múltiples contradicciones de la URSS, incapaz de acompasarse a los nuevos ritmos de innovación y económicos y que acabó por implosionar. La OTAN estaba feliz con el estatus quo y prolongar la situación 20 años más. La posterior intervención en los Balcanes dejó muchas sombras (casi pierde frente a Milosevic por Kosovo) y graves problemas políticos sin resolver (ahí sigue Bosnia dividida).

 

Pero a pesar de su más que deficiente rendimiento, la OTAN se sitúa en paralelo al nuevo Washington y muestra su grave preocupación por el ascenso militar y tecnológico de China (sin decir qué piensa hacer para limitar esta amenaza, lejana al área atlántica de su interés y sin medios militares de relevancia para el teatro de operaciones del lejano Oriente). Denuncia la agresividad y la injerencia de Rusia, que no ha sabido disuadir hasta la fecha; y, finalmente, acepta que el reto de nuestros días es el cambio climático. Sin olvidar el problema de la violencia sexual en los conflictos.

 

Históricamente, se puede decir sin rubor alguno que, a pesar de sus buenos propósitos, la OTAN sirvió para infantilizar a los europeos, quienes bajo el paraguas militar norteamericano nos podíamos gastar nuestro dinero en lo que nos diese la gana, desde coches más rápidos a invernaderos ecológicos. Lo militar nunc a fue parte del acervo comunitario. Ahora la OTAN parece encaminada no a regenerarse como alianza militar y de defensa, sino como escuela del pensamiento “woke”. Esto es, de lo que la izquierda considera que es políticamente correcto. De verdad que me gustaría ver a Putin y los líderes del partido comunista chino leyendo los resultados de esta mini-cumbre más bien valle por la falta de altura de miras de los aliados.

 

Y qué decir en cuanto al papel de España, con ese paseíllo-cumbre entre Pedro Sánchez y un Joseph Biden ausente y perdido. La desfachatez de nuestro presidente estaba asegurada y a mi no me extraña. Ya tuvimos la ocasión de oír a la bien colocada Leire Pajín hablar de “encuentro cósmico” entre ZP y otro presidente americano, sin que llegara a producir nada relevante semejante alineación de astros. Y es que, para España, la OTAN siempre ha sido un lugar mucho más político que militar.  Nuestra sed democrática y el colapso de la UCD hizo que cediéramos justo en lo que más nos debería importar militarmente, la defensa de Ceuta y Melilla (algo que no hemos dejado de pagar desde entonces). La obsesión antimilitar del PSOE, que veía en los ejércitos la madre de todos los golpistas llevó al socialismo español a cambiar y ver en la OTAN el juguete con el que mantener entretenidos en el exterior a los mandos de nuestras fuerzas armadas. También la Alianza ha servido a muchos gobiernos como justificación para mantener la mínima modernización de los ejércitos y el gasto en defensa, el más bajo de toda la OTAN a excepción de Luxemburgo, que, en verdad, no cuenta.

 

No es el momento de analizar y valorar los dos modelos de integración con los que España ha vendo funcionando en la OTAN desde nuestro ingreso en 1982. Sólo adelantar una conclusión: en términos defensivos, España ha dado mucho más a la OTAN de lo que la OTAN ha dado a España. Y eso es algo que alguien debería mirarlo detalladamente. El mundo es un lugar altamente complejo como para contentarnos con sacar sólo bonitas fotos en los pasillos de la Alianza persiguiendo un instante de gloria. La OTAN se ha convertido en otro pilar del enramado globalista y sería un error que por colocar a decenas de coroneles y generales en las estructuras de mando colectivas no se contemplara el riesgo de esta evolución. La lucha contra el globalismo no se puede quedar en la denuncia de Soros o Bill Gates.