Prestige, Iraq y elecciones

por Ignacio Cosidó, 28 de diciembre de 2003

(Publicado en el Diario Palentino, el 28 de diciembre de 2003)
 
El desastre del Prestige y la guerra de Iraq han marcado políticamente el año que termina. La paradoja es que ambas cosas han terminado por perjudicar más a la oposición que al gobierno. Las elecciones municipales y autonómicas de mayo pusieron de manifiesto la mínima capacidad del PSOE para rentabilizar electoralmente el desgaste del gobierno. Las encuestas muestran además una sólida ventaja del Partido Popular para las elecciones de marzo.

El Prestige fue la última de una serie de catástrofes ecológicas que se suceden con excesiva asiduidad en el mundo. La Unión Europea y la comunidad internacional son quienes tienen en su mano que este tipo de ‘mareas negras’ no vuelvan a producirse nunca más ni en nuestras costas ni en ningún sitio. El desastre en Galicia ha servido al menos para que la legislación internacional sobre el transporte de petróleo se revise y mejore.

La gestión inicial de la crisis fue controvertida. Mi impresión es que ante un desastre como ese, cualquier solución, meter el petrolero en puerto o llevarlo a alta mar, era mala. En cualquier caso, sí hubo un error de calibración inicial del alcance del desastre. Pero una vez consumada la desgracia, el Gobierno ha sido sumamente diligente en la ayuda a los afectados y en la limpieza de las costas. Este es un reconocimiento de los propios afectados.

El PSOE estuvo en esta crisis especialmente oportunista. Buscó por todos los medios desgastar al Gobierno incluso empleando malas artes, como la falsificación del documento de Caldera en el Congreso. Zapatero fue abucheado en alguna concentración por su oportunismo. Los socialistas se dejaron instrumentalizar por los radicales de ‘nunca mais’ que buscaban además otros objetivos.

La guerra de Iraq fue otra gran prueba para el Gobierno y otro gran fracaso para la oposición. Los Estados Unidos de después del 11-S no estaban dispuestos a correr el riesgo de un terrorismo dotado de armas de destrucción masiva. Creían además que el único modo de garantizar su seguridad en el futuro sería una transformación democrática del Oriente Medio, proceso en el que Iraq era la pieza clave.

La división de la Unión Europea rompió el consenso trasatlántico en la decisión de ir a al guerra. España se alineó con Estados Unidos y la mayoría de los socios europeos en contra de la posición de Alemania y Francia. La opinión pública española, profundamente pacifista y anclada en décadas de tradición europeísta liderada por ParÍs y Berlín no entendió la decisión y generó una gran movilización social en contra de la guerra.

Zapatero creyó encontrar su gran oportunidad de llegar al poder y se puso al frente de la manifestación. Adoptó sin matices un discurso rancio de pacifismo irresponsable, antiamericanismo visceral y oportunismo a ultranza. Alentó la radicalización de la sociedad y los radicales se aprovecharon de ello. Los insultos, las manifestaciones violentas y las pedradas a sedes del Partido Popular terminaron por ofender a una opinión pública que tiene en la moderación uno de sus grandes patrimonios.

A pesar de todo, el PSOE acudió a las elecciones de mayo convencido de que obtendría una victoria contundente, si no por sus propios méritos al menos por los errores del Gobierno. Pero la victoria fue tan pírrica que se transformó en una derrota. En las municipales los resultados se mantuvieron sustancialmente estables, con algún intercambio de capitales. En las autonómicas el PSOE perdió Baleares pero aparentemente ganó en Madrid.

El espectáculo del PSOE en Madrid terminó de hundir a los socialistas. La fuga de dos diputados de su grupo por incumplimiento de los pactos internos terminó afectando de forma grave al propio Zapatero. Las nuevas elecciones de octubre devolvieron la mayoría absoluta al Partido Popular cerrando una de las crisis más bochornosas de la historia democrática española. Con esta derrota, el balance electoral del PSOE era claramente negativo.

Cataluña era por tanto la única esperanza. Pero contra todo pronóstico el PSC de Maragall perdió las elecciones. La derrota, sin embargo, no fue lo peor para el PSOE. Salvar a Maragall del asilo político exigió una verdadera claudicación de un gran partido nacional ante un partido independentista que con un 15% de los votos es el verdadero poder de Cataluña. Los compromisos adquiridos para modificar la Constitución y acabar con la solidaridad interterritorial serán letales para el PSOE en el resto de España.

En las elecciones del próximo mes de marzo se enfrentarán un PSOE en crisis de liderazgo y sin un discurso para el conjunto de España frente a un Partido Popular con un liderazgo renovado, un gran balance de gobierno y una buena combinación de convicciones firmes y moderación en las formas que aporta Mariano Rajoy, su nuevo candidato. Pero eso será la historia del próximo año.