¿Tiene futuro el PP?
Salvo Dios, nada es eterno en nuestro universo. Al menos eso es lo que a mi me enseñaron. Y los partidos políticos no escapan a esa ley de hierro. Particularmente los del centro-derecha español, habituados a canibalizarse, fragmentarse o, incluso, al colapso. Las encuestas electorales son una buena prueba de la fragilidad de las fuerzas políticas. Máxime en un entorno en el que el tradicional bipartidismo, esto es, un partido claramente hegemónico en cada bloque, único capaz de ser alternativa real de gobierno, está roto y, visto lo visto, sea imposible de reconstruir.
No deja de ser una terrible ironía de la Historia que cuando el Partido Popular cuenta con el menor apoyo tanto en términos de votos como de escaños, base su nuevo llamamiento electoral de cara al 10N en que es la única formación de centro-derecha llamada no sólo a liderar la oposición al socialcomunismo, sino con posibilidades reales de gobierno.
Debe ser porque todas las encuestas prometen que el PP va a llegar a los 100 diputados y seguirá siendo el segundo partido más votado, tras el PSOE de Sánchez. Pero para mi, salir del pozo en el que el PP ha caído y quedarse bien lejos de los mínimos históricos de ese partido, no es ninguna promesa de éxito. Es más, puesto a augurar, diría que el PP está condenado a desaparecer tarde o temprano, lenta o súbitamente. No puede ser la gran tienda que Aznar gestó en su día con aquello de unificar bajo su batuta todo lo que estuviera a la derecha del PSOE; y su futuro como partido centrista va a ser cada vez más discutido. No necesariamente por otros, sino por la dura realidad.
Empecemos: 100 diputados son un fracaso. Así de claro. 100 diputados era el mínimo que el equipo de Pablo Casado esperaba en las anteriores elecciones dada la premura de tiempo para prepararse desde su llegada a la cúspide del partido en julio de 2018. Su apuesta por recuperar los valores de siempre del PP no tuvo el tiempo para cuajar -o eso cuentan- y de ahí que cayeran muy por debajo de sus líneas rojas y, aún peor, de los peores suelos obtenidos por Mariano Rajoy, a quien se le achacaba primar la gestión sobre la política y preferir la espera a tomar la iniciativa. El Marianismo era el causante de la enorme sangría de votos que sufrió el PP mientras Rajoy estuvo a la cabeza del mismo. La corrupción explicaba parte de la erosión desde la mayoría alcanzada por Rajoy en 2011 gracias a la debacle de Zapatero, pero era su claro desinterés por la ideología conservadora la explicación del agudo descenso en las elecciones de 2015 y la levísima recuperación en las de 2016 y que colocaba al PP en torno a los 130 diputados, apenas dos docenas más que tras su creación en 1989, cuando Aznar logró romper la barrera de los 100 y llegar a 107 escaños.
A quien me niegue que Casado quiso dar un giro a la derecha y resucitar el aznarismo, le dejo la desesperada disposición a incorporar a Vox en su gobierno, lanzada públicamente a escasas horas de las pasadas elecciones de abril y que tan negativo impacto tuvo para todo el centro-derecha al alimentar la estrategia del miedo puesta en marcha desde el gobierno y sus acólitos, comunistas y separatistas.
Ahora Génova da un nuevo giro, pues los 66 diputados exigían una reflexión sobre lo logrado y lo que se puede lograr. Pero parece que la lección extraída consiste en, agotada la vía Aznar, recuperar la senda del marianosorayismo. Es decir, la eterna vuelta al centro. Y así y con todo, las mejores perspectivas electorales sitúan a este nuevo de nuevo PP rozando esa maldita barrera psicológica de los 100 escaños y del 20% de apoyo popular. No mucho que celebrar, sinceramente.
Particularmente si la esperanza de vida de este nuevo de nuevo PP se basa en la lenta extinción de Ciudadanos. Porque la política está trufada de sorpresas y dejar que el futuro de uno dependa en gran medida del fracaso de otro, dice más bien poco de esa estrategia ilusión ante y de futuro con la que se debería llegar al gobierno. ¿Y si el partido de Rivera no se precipita al vacío como todos esperan? Aún peor, ¿y si este giro al centro-izquierda sí, roba unos votos a C’s pero lleva a muchos otros a echarse en brazos de Vox?
Cierto, la esperanza de los populares es doble. Por un lado, que Rivera se la pegue; y, por otro, que Vox pierda fuelle y acabe convirtiéndose en una UPyD de derechas. En una reciente entrevista Aznar ha hecho de oráculo del PP y aventura que el sino de Vox es quedarse en un partido pequeñito, casi reducido a la nada y de naturaleza de extrema derecha. Justo ahora que hasta la TVE de Rosa María Mateo deja de calificarse así cuando se digna a menciona al partido de Abascal.
Pues yo me atrevo a afirmar todo lo contrario: cuanto más se deslice el PP al centro-izquierda y menos combate el consenso socialdemócrata y más progre se haga, más recorrido tendrá Vox y más indiscutible será su presencia y peso en todo eso que está a la derecha de la izquierda y de la socialdemocracia. A todo eso que es parte del establishment y, por tanto, parte del problema e incapaz de dar las soluciones que España y los españoles necesitan.
Si Casado cree, movido por sus asesores, que haciendo guiños a Sánchez y subrayando su papel responsable cara a la estabilidad de un futuro gobierno de este PSOE gana en respetabilidad y atractivo, no seré yo quien se lo discuta. Ya lo dijo Napoleón: “Nunca interrumpas a tu enemigo cuando está cometiendo una equivocación”. Puede que llegue a los 100, pero dudo mucho que vaya a ninguna otra parte. La alternativa a la izquierda y el consenso socialdemócrata no está ni puede estar en una marca rancia, atada a su pasado, que no sabe lo que es, que empieza a dar más giros que una veleta, que sólo defiende lo que está caduco y que, postrada ante la izquierda cultural, no se atreve a dar el combate de los valores. Ahí está Núñez Feijó aplaudiendo las risas cómplices de Mariano Rajoy y Felipe González. Foto apenas superada por el posado de Casado y Rajoy, ambos con la misma barba, la misma corbata y el mismo traje. Porque eso es el PP.