Ucrania: Guerra y Paz

por Manuel Coma, 20 de diciembre de 2022

El logro de la paz no es tan sencillo como su deseo. Pero es mucha la gente que parece no saberlo, que cree que todo es muy sencillo, que si les dejaran a ellos lo resolverían todo en un momento. Incluso que es mucho más fácil entre las naciones o las potencias que a cualquier otro nivel, puesto que prácticamente nadie propugna que se suprima el derecho penal, las cárceles, las policías y los jueces. Más bien al contrario. Aunque por ventaja ideológica y descaro político pueda pretenderse que dulcificar ciertas penas amansará a ciertos tipos de delincuentes que lo único que necesitan es que se los trate con cariño.

Todavía menos frecuente es considerar la paz como un instrumento de guerra. No ya su difícil logro, que en definitiva es no sólo la aspiración sino el objetivo de todo conflicto, sino su ingenua propuesta. Como todo en este mundo, las guerras se acaban, aunque duren cien años, así que, dice ese angelical buenismo, ¿por qué no ya? Pero una paz puede llegar a ser la base de la próxima guerra, y no necesariamente el fruto de un acuerdo, sino la imposición del vencedor sobre el vencido.

 

Esa lógica aparece, cómo no, en algunas posiciones respecto a la guerra de Ucrania. Como en cualquier conflicto, las dos partes la desean, pero cada una la suya. Zelenski la quiere, pero primero que se vuelva al punto de partida. Los suyos no han invadido a nadie. Es más, por poderosas razones de política internacional, los obligan a defenderse con una mano atada a la espalda. Les está vedado responder a los devastadores ataques contra objetivos civiles que proceden desde mucho más allá del otro lado de la frontera, tratando de hacer no ya miserable, sino insostenible, la vida de sus ciudadanos. La ayuda que reciben, imprescindible, llega así condicionada.

Putin, cómo no, también la quiere, pero no se ha apeado de ninguno de sus absolutamente maximalistas objetivos de guerra. Inició el proceso sobre el cálculo de que sus ejércitos iban a ser recibidos con los vítores que corresponden a quienes vienen a liberar a un pueblo del puñado de opresores nazis que lo sojuzga. Putin dice y repite, desde hace mucho, que los ucranianos son tan rusos como los sucesores directos del medieval principado de Moscovia, a los cuales el dirigente del Kremlin considera, a su vez, como los auténticos descendientes de la originaria Rus kieviana del siglo IX, de la que unos y otros proceden por igual, sin, supuestamente, haberse nunca diferenciado en sus identidades nacionales. Con lo que se encontró fue con que la gran mayoría de los ucranianos resultaron ser nazis, porque, para él, en eso consiste afirmarse como ucraniano. No reconoce Ucrania como nación y por lo tanto tiene que destruirla.

 

De momento, y sin renunciar a nada, Putin habla esporádicamente de negociaciones que dejarían fuera las cuatro grandes provincias del Este y el Sur que se anexionó hace un par de meses, y que siendo ya parte de la madre patria, no pueden ser negociables. Lo problemático, para Rusia, es que desde el punto de vista militar no domina plenamente ninguna de esas provincias, en las que los ucranianos se han anotado considerables éxitos bélicos, con las consiguientes reconquistas territoriales.

Se supone que debería ser inherente a toda negociación de paz un previo alto el fuego, lo cual, a su vez, requeriría un arduo proceso negociador. Una congelación de posiciones durante, al menos, el invierno, sería sumamente deseable para los rusos. Paralizaría las contraofensivas ucranianas. Le daría a Moscú tiempo para fortificar sus posiciones actuales, como ya está haciendo, y de hacer efectivo el problemático reclutamiento de 300.000 nuevos soldados, así como el darles un mínimo de instrucción, aunque ya está enviando miles al frente sin apenas adiestramiento, como muy probable «carne de cañón», para contrarrestar con masa humana las líneas de avance enemigas. Por supuesto, Moscú no acepta detener sus bombardeos de infraestructuras civiles (electricidad y abastecimiento de agua), desde gran distancia, tras la frontera, y de alta precisión, con misiles de crucero y drones proporcionados por Irán, su aliado de facto, aunque esta es también una de las cuestiones en las que las tornas podrían cambiar a lo largo de los próximos meses. Parece que a Rusia se le están acabando esos misiles y los americanos ya anuncian la entrega de sus Patriots, el más eficaz sistema antiaéreo, ciertamente contra misiles atacantes, no tanto contra drones kamikaze, que cargados de explosivos se estrellan contra sus blancos.

 

El peligro para Ucrania, y la gran esperanza rusa, es verse combatiendo no sólo con una mano, propia, en la espalda, sino también con otra, la de sus amigos, en su garganta. Por un lado, el tabú de no poder traspasar la frontera para respetar las «líneas rojas» de Rusia respecto a la OTAN, por otro la posible, y por Moscú soñada y buscada, presión de las opiniones públicas occidentales, sobre todo europeas, sobre sus dirigentes, por el costo del apoyo a Ucrania.