Ucrania: La guerra de Putin

por Rafael L. Bardají, 20 de julio de 2014

 El mundo contemporáneo se basa en la cultura televisiva, no en la cultura estratégica. Y por eso, se suele tener emociones fuertes y fugaces pero muy poca retentiva y memoria. Hace un tiempo, el espanto se centraba en la guerra de Siria; luego los ojos fueron a parar al califato instaurado por el ISIS en Irak; antes de ayer, todo era Israel y Gaza; desde anoche, Ucrania vuelve a los telediarios.

 
Sin ir más lejos, este mismo lunes, las milicias separatistas pro-rusas derribaban un avión de transporte ucraniano en la provincia de Luhanks y el miércoles, apenas 24 horas del derribo del Boeing 777 de Malaysia Airlines, un caza Su-25 también ucraniano era abatido con un misil aire-aire, supuestamente desde otro caza ruso, sobre Donetsk.
 
Y es que, aunque de manera desapercibida y si repercusión mediática, la guerra en Ucrania venía claramente escalando en violencia en las últimas semanas. El pasado domingo, un centenar de vehículos blindados y de transporte de tropas rusos cruzaban la frontera desde Rusia a Ucrania del este en Luhansk. Y no era la primera vez que ocurría algo así.
 
Antes, cuando fuerzas militares, tanques, blindados, soldados, cruzaban la frontera de un país vecino sin su consentimiento, se llamaba invasión y ataque. Que es lo que han venido gritando las autoridades de Kiev desde hace meses. Sin embargo, ni los Estados Unidos de Obama, ni los europeos de la UE, al menos los más importantes, han querido verlo así y siempre han hablado de hacer “esfuerzos por desescalar la tensión”, un eufemismo para la inacción.
 
No deja de ser una paradoja que cuando nos encaminamos hacia la celebración del 25 aniversario de la destrucción del muero de Berlín, nos veamos de nuevo inmersos en un clima de tensión con Rusia, la heredera de la URSS. Pero es así. El objetivo de reinicializar (reset) la relación US-Rusia del Presidente Obama pronto se vió frustrado por la política de realismo, de intereses y de poder de Vladimir Putin. Sólo el constante deseo de escapar a cualquier conflicto llevó a que Estados Unidos y sus aliados de la OTAN hicieran la vista gorda en lo que fue la primera gran expresión imperial y violenta de Putin, su agresión sobre Georgia para anexionarse Abjcia y Osetia del Sur con total impunidad.
 
Las alarmas volvieron a saltar cuando en la supuesta Disneylandia que es Europa, Putin recurría de nuevo a la pura y dura política de poder y se anexionaba Crimea el pasado mes de Febrero a la vez que instigaba a otras zonas de mayoría rusa a seguir los pasos de los independentistas de Crimea.
 
Lo que siguió ya lo conocemos bien. Presencia militar no declarada; unidades especiales camufladas y sin insignias, equipamiento y armas para los rebeldes pro-rusos, etc, etc. Nada de cuanto impusiera Putin sobre el terreno parecía alterar el curso de sus relaciones con el resto de líderes ocidentales. Cierto, no se le dejó ser el anfitrión de la reunión del G-8 a celebrarse en Sochi, pero durante el mundial de Brasil no ha dejado de acercarse a Merkel y otros dirigentes para convencerles de las bondades de su plan de paz, imponiéndose como el líder que desea la paz y alcanzar un acuerdo satisfactorio para una guerra que califica de civil y de la que culpa a Kiev.
 
El ataque contra el vuelo MH17 se produce justo un día después de que esa ofensiva de encanto y finura de Vladimir Putin fracasara en buena medida y los Estados Unidos y la UE acordasen imponer nuevas sanciones contra Rusia, esta vez de mayor calado y que afectarán a empresas energéticas (Rosneft y Novatek, aunque no la suministradora de gas a Europa, Gazprom), a dos bancos importantes (VEB y Gazprombank pero sin tocar todavía aquellos directamente relacionados con Putin, Sberbank y VTB) y algunas empresas de armamento.
 
Sabemos que el misil que derribó al 777 era un SA-11 de origen ruso, si no ruso directamente. Y si es cierto lo que han filtrado algunos agentes de inteligencia americanos, se tendría constancia del cruce de una unidad rusa de dichos misiles anoche, desde suelo controlado por los rebeldes pro-rusos a Rusia. Pero esto no es oficial. Ni creo que se haga nunca, pues sería un claro casus belli con el que nadie quiere tener que lidiar.
 
La pregunta que está en el ambiente es si este ataque responde a una estrategia deliberada de Putin, de seguir imponiendo sus términos, o, por el contrario, se produce por una equivocación o por el descontrol de algunas unidades de rebeldes pro-rusos. Es lógico, pero quizá no sea relevante. La pregunta crítica es qué va a pasar a partir de ahora. ¿Seguiremos negando lo evidente, como hasta ahora, o nos levantaremos ante las agresiones de Moscú?
 
La descripción que ha hecho el presidente americano de este ataque no apuntan a la contención. Ha hablado de una “atrocidad de proporciones indescriptibles”, a la vez que afirmaba que la investigación del siniestro sería larga y compleja. Y hacía un llamamiento a un alto el fuego entre las partes. Sin decir cuáles. Los europeos no han estado mucho mejor.
 
Esta tragedia podía haber provocado un ataque de seriedad en los miembros de la OTAN y haberse propuesto, por ejemplo, enviar instructores y armas al gobierno de Kiev. La UE podría en su próximo consejo de ministros de exteriores del martes condenar explícitamente a Rusia por su papel imprescindible en este ataque. Pero no lo hará porque los ministros, con Margallo a la cabeza preferirán condenar a Israel y no enfadar a Putin.
 
El derribo del avión malasio podría ser un detonante de una nueva política occidental hacia Ucrania y Rusia, pero mucho me temo que sólo va a producir más presiones para que Kiev y los rebeldes alcancen un acuerdo. Sobre las bases de Putin, no las de Kiev. Y es que olvidada la Guerra Fría como una reliquia del pasado remoto, Europa y la América europea de Barack Obama prefieren que Putin imponga su orden y recree sus esferas de influencia, a tener que recurrir a la confrontación y a la contención y hasta la disuasión. Todo lo que en el pasado se hizo contra una URSS fuerte y ahora da miedo llevar a cabo frente a una Rusia débil y en plena implosión.