Vaticano II

por Juan F. Carmona y Choussat, 15 de octubre de 2012

(Publicado en La Gaceta, 15 de octubre de 2012)

 Pablo VI dijo que el modelo del Concilio convocado por Juan XXIII era el Buen Samaritano. Quería, con sus constituciones y decretos, actuar espiritualmente así con el mundo.

 
Pretendía, cuando la humanidad entraba en la contracultura, atenderla solícitamente. No enseñarla, cuidarla.
 
El Evangelio no dice que el asaltado agradeciese el gesto; se supone. No es seguro, cincuenta años después, que el mundo, al menos Europa occidental, lo hiciera. Hubo, sí, más reciprocidad en Hispanoamérica, Estados Unidos y tierras menos históricamente cercanas a la Iglesia. Y hay hoy dos veces más católicos en el planeta.
 
Por una parte, el Concilio no logró sanarlo de su mal espiritual. Lo muestran declinantes cifras de fieles en Europa y el rechazo que suscitan.
 
Por otra, los frutos de la Iglesia maduran lentamente. Invita ahora a hacerlos presentes en el año de la Fe con la Nueva Evangelización. Lo fomenta precisamente un teólogo del Concilio convertido en Papa, que heredó a otro, cuya participación en este como obispo de Cracovia fue decisiva. El éxito de estos dos representantes de la corriente vencedora debe entrar en el balance. Ratzinger fue uno de los fundadores de la revista Concilium nacida al terminar este. La pretensión de algunos, como Küng, era convertirlo en permanente perpetuando los cuestionamientos teologales. No la de Ratzinger, de Lubac o von Balthasar que dimitieron para fundar la integradora Communio.
 
La Iglesia sigue hoy con naturalidad al Concilio, la separación del poder secular, la llamada a la santidad y la relación con las otras fes, especialmente la judía. Ha producido católicos más vigorosos, en especial allende el Atlántico, que otros. El Buen Samaritano lleva al viajero a la posada - la Iglesia - y todavía no se ha dicho la última palabra de cómo cuidó al caminante - el mundo - ni de su reacción.