Publicado en La Gaceta el 8 de noviembre de 2016

Al terrorista no se le convence, se le vence. Esta afirmación no es un eslogan vacío sino una evidencia ganada con la experiencia. Por un lado, el terrorista que ha dedicado su vida a matar, o a encubrir y ayudar a los que matan, no cambia de opinión y abandona el terrorismo así como así. En las escasas ocasiones en las que esto ocurre, es la conciencia moral del terrorista la que le obliga a abandonar el crimen, pedir perdón a las víctimas y colaborar con la justicia. A él no hace falta convencerle, ya que se ha convencido él mismo de la monstruosidad de sus objetivos políticos y de sus medios, está listo para la reinserción. Los casos son contados.

Pero al terrorista, al colaborador o al simpatizante no convencidos no se les convence. Ante la derrota policial, que él ve injusta, busca alternativas de actuación para vencer: busca ganar políticamente por otros medios lo no ganado por las armas, dejándolas atrás si es necesario. Por eso las democracias tienen problemas para terminar de vencer al terrorismo, incluso cuando han sido capaces de ponerlo contra las cuerdas. De voluntad perezosa y memoria olvidadiza, la opinión pública tiene tendencia a querer pasar página demasiado rápido, olvidando que lo importante no es la violencia, sino el proyecto que traen consigo los violentos. Al hacerlo, se proporciona al terrorista una última oportunidad de vencer, que la lucha policial no le habría permitido nunca tener.  nivel internacional, esto se observa en Colombia con la prisa para olvidar cuanto antes a las FARC a cambio de aceptar su proyecto político; y en Irak tras la apresurada y optimista retirada norteamericano de 2011 que permitió recuperarse al yihadismo.

Este es el momento en el que parece encontrarse España. La Guardia Civil y la Policía Nacional han roto el espinazo de la banda, que a duras penas puede mantener un puñado de supuestos miembros escondidos y amenazados permanentemente. Pero lejos de aprovechar esta derrota para vencer de verdad a la banda, los españoles parecen haber decidido dejar de luchar antes de darle el golpe definitivo: el de la deslegitimación de su proyecto y el de su derrota política e histórica. De ahí que hoy se perciba con claridad un hecho insólito: con los comandos de ETA derrotados, los históricos y los nuevos dirigentes batasunos muestran una euforia que ni quieren ni pueden contener en público. Con la supuesta “derrota de ETA”, sus víctimas muestran pesar, y los verdugos levantan el puño en homenajes continuos.

Lo que significa que en primer lugar algo no se está haciendo bien; que la derrota no es una derrota de verdad; y que por lo tanto si se quiere acabar no sólo con un puñado de comandos sino con un proyecto totalitario, hay que dar más pasos. Pues bien: ante el derrotismo político de unos y la vagancia de otros, hay que recordar que no sólo se puede: se debe derrotar a ETA.

En primer lugar, es necesario derrotar al proyecto político de ETA, lo que pasa por desorganizar las estructuras que su entorno ha construido con habilidad en los últimos años. El oxígeno que ha logrado tiene un origen que es el que hay que afrontar: la legalización de Bildu y del resto de marcas abertzales, por la imprudencia, la dejadez o el temor de los Gobiernos de Zapatero y Rajoy. Por eso es necesario retomar la letra y el espíritu de la Ley de Partidos: revisar las listas en busca de los candidatos contaminados, extender las investigaciones al entorno sindical y asociativo, reimpulsar la lucha contra las actividades de exaltación y apología del terrorismo como contaminantes. El trabajo de las Fuerzas de Seguridad, extenso y esclarecedor sobre la naturaleza de Bildu, es a menudo cortocircuitado tanto por la fiscalía como por los distintos gobiernos: es necesario que esto cambie, y que se recupere la presión legal y policial sobre el brazo político de la banda. Bildu debe ser ilegalizada.

En segundo lugar, el éxito del entorno de ETA a la hora de lograr el control de espacios significativos en el País Vasco y Navarra, tiene que ver con su capacidad para adaptarse a la situación local actual: el caso de Alsasua ha destapado que sin actividad terrorista, el entorno de ETA se mueve con más libertad con el terrorismo frío que con el caliente. Por ello es necesario recuperar el control de las calles para el Estado de Derecho: es necesario preservar y aumentar la presencia de la Guardia Civil en estas localidades, tanto en número como en actividades. Se ha demostrado que la presencia de la Guardia Civil elimina oportunidades de acción del mundo batasuno, mantiene el orden en las calles y evita la coacción de la mayoría silenciada por la mafia proetarra. Acelera y garantiza la normalización de las calles vascas y navarras, reblandece al entorno de ETA y aisla al radicalismo. Hay, por tanto, que reforzar la presencia de la Guardia Civil.

En tercer lugar, sólo será posible eliminar estos espacios seguridad si el PP y el PSOE salen de la marginalidad en estas regiones. A día de hoy los líderes del PP en el País Vasco y Navarra se pasan el tiempo lejos de sus militantes, simpatizantes y votantes, ocupados en sus ambiciones nacionales o internacionales. Desde este punto de vista, el PP-pop vasco, con su imagen puramente mediática, ligera y superficial ha resultado un fracaso: es necesario recuperar el espacio perdido ante los grupos abertzales, lo que pasa por garantizar la presencia constante del constitucionalismo en todas y cada una de las localidades vasco-navarras. El ejemplo de Gregorio Ordóñez en los noventa, o de Regina Otaola en Lizarza entre 2007 y 2010 muestra que un líder real, con apoyo del partido, moviliza a la militancia, atrae votantes y simpatizantes y acaba venciendo al miedo de los vecinos a la mafia proetarra. Para ello son necesarios no sólo líderes regionales nuevos, sino más recursos económicos, nuevas formas de organización y de estrategia política para disputar el electorado al nacionalismo vasco y a sus escoltas podemitas.

En cuarto lugar, la “joint venture” entre el entorno de ETA y el PNV en Navarra se ha convertido en el cinturón exterior que justifica, defiende, o excusa razzias como las de Alsasua. El gran sostén institucional actual de las actividades batasunas es el gobierno de Uxúe Barkos, a través del cual Bildu controla parte del presupuesto, de las políticas de personal y de actividades institucionales. Y sin embargo al PNV esta estrategia de connivencia y amparo le sale gratis. Desde este punto de vista, la estrategia liderada por la vicepresidenta del Gobierno de acercamiento al PNV es sencillamente suicida: premia la estrategia de la impunidad del PNV y su marca blanca en Navarra, Geroa Bai. Mantener el Gobierno de Barkos en Navarra debe tener consecuencias para los peneuvistas: es necesario aislar al PNV mientras éste trabaje con el brazo político de ETA para romper el marco de convivencia de la Comunidad Foral. Y por otra parte, UPN, socio de Rajoy, no debiera permitir el cortoplacismo, sino forzarle a lo fundamental: hacer caer un gobierno que para Navarra es institucionalmente aberrante.

En quinto lugar, urge combatir la estrategia de la violencia legítima contra las instituciones que se ha extendido por los medios de comunicación y por algunos partidos políticos. La facilidad con la que Podemos y los grupos antisistema a su alrededor ejercen la violencia -incluso llevando la propaganda de presos etarras a Madrid- no puede quedar impune: antes que en Alsasua, fue en las “Marchas de la Dignidad” podemitas donde se linchó a la policía.  Más allá de eso, es más grave la fascinación actual del periodismo español hacia la violencia callejera, normalizándola: esto se transmite de manera directa a las calles del País Vasco y Navarra. En este sentido, mientras en los dos grandes grupos de televisión privados y un buen número de televisiones públicas no se deslegitime la violencia callejera, el mundo proetarras se seguirá sintiendo legítimado  en su estrategia. En otros casos, el duopolio va más allá, como cuando Atresmedia homenajea a Arnaldo Otegui o a terroristas de ETA supuestamente arrepentidos, reinsertándolos moral y políticamente. Acabar con estas actitudes es labor necesaria del Gobierno, propietarios, accionistas y anunciantes. Hay por tanto que terminar con la normalización mediática de la violencia, y es el Gobierno quien debe tomar la iniciativa.

Impulsar la ilegalización de Bildu y del resto de sus marcas, incrementar la presencia de las Fuerzas de Seguridad, reintroducir a PP y PSOE en el País Vasco, acabar con el gobierno nacionalista en Navarra, y deslegitimar el empleo de la violencia callejera en los medios de comunicación son medidas de sentido común, que contrasta con la pereza moral de parte de la sociedad española. Esta dejadez se ha trasladado también a la clase política, permitiendo a ETA lograr los espacios de impunidad que periódicamente saltan a la actualidad. Lo cual será sólo necesario con un liderazgo fuerte. El liderazgo, como es sabido, se basa en dos aspectos: en unas ideas claras acerca de la superioridad del proyecto constitucional sobre cualquier otro; y en la voluntad de mantenerlas en circunstancias difíciles.

Desde este punto de vista, es bien cierto que el gobierno actual se caracteriza hoy por la debilidad: por el rechazo a ideas fuertes y por ello con una voluntad débil. Por eso el actual gobierno de Rajoy se muestra incapaz de romper las tendencias viciosas acumuladas: eso explica que no parezca tener conciencia de la necesidad de oponer una estrategia adecuada a la expansión del terrorismo frío por las distintas localidades. De hecho, el empeño del gobierno actual por arrancar a ETA una entrega simbólica de las armas constituye un error de gran calibre: la democracia no habrá ganado nada que no tenga ya (la ausencia de unos atentados que, de todas formas, ETA ya no está en condiciones de cometer) y a cambio ETA logrará legitimarse con un nuevo punto de partida, sin el lastre legal y ante un Gobierno que sólo podrá quedarse de brazos cruzados ante su nueva estrategia. Todo indica que ni PP ni PSOE ni Ciudadanos están interesados en un cambio de estrategia para vencer de verdad a ETA, a sus medios y a sus fines . Esto significa, por desgracia, que el proyecto de ETA no tiene visos de ser derrotado a corto y medio plazo. Hará falta otro gobierno con liderazgo, ideas claras y voluntad férrea.