¿Ha hecho aguas el plan democratizador de Bush?

por Max Boot, 21 de julio de 2006

Si usted quiere seguir la reducción de la agenda de promoción de la democracia del Presidente Bush, examine la diferencia en su manejo de Egipto entre su primer y su segundo mandatos.
           
Allá por el 2002, cuando Saad Eddin Ibrahim, líder disidente liberal, se pudría en una prisión egipcia, la Casa Blanca reaccionaba con furia. Después de que Estados Unidos amenazase con retener 130 millones de dólares en ayudas, Ibrahim fue liberado por un tribunal egipcio.
 
Este año, el 'presidente vitalicio' Hosni Mubarak ha encarcelado a otro disidente liberal, que tuvo la temeridad de desafiar a Mubarak en las elecciones presidenciales semi-libres del año pasado. Muchos otros manifestantes pro-democracia también han sido encarcelados o maltratados.
El Departamento de Estado ha reaccionado con expresiones rituales de 'preocupación' y 'profunda decepción'. Pero las acciones dicen más que las palabras, e incluso mientras los sicarios de Mubarak propinan palizas en El Cairo, a su hijo Gamal se le concedía una audiencia informal en la Casa Blanca con el Presidente Bush, el Vicepresidente Dick Cheney y otros altos funcionarios. Esto era todo un honor para alguien que no ocupa ningún puesto gubernamental -- pero que es ampliamente considerado el sucesor consuetudinario de su padre.
 
Lo que es peor, la administración ha bloqueado cualquier tentativa de vincular la ayuda norteamericana a las mejoras en el decepcionante historial de derechos humanos de Egipto. Cuando el Representante David R. Obey (D-Wis.) intentaba a comienzos de este año retener 200 millones de dólares del paquete de ayudas de Egipto por valor de 1800 millones de dólares, el asistente de la Secretario de Estado, David Welch, acudía a Capitol Hill a presionar contra la iniciativa. 'Nuestra sociedad estratégica con Egipto es en muchos sentidos la piedra angular de nuestra política exterior en Oriente Medio', afirmaba Welch. 'Los Estados Unidos y Egipto comparten una visión común de un Oriente Medio en paz y libre del azote del terrorismo'.
 
Este tipo de aprobación ha estado emanando durante décadas de los arabistas del Departamento de Estado. Aparentemente, Bush repudió esta política de apoyo incondicional en un discurso del 2003 ante la National Endowment for Democracy en el que pedía a Egipto 'mostrar el camino hacia la democracia en Oriente Medio'. Tras hacer unos cuántos gestos en esa dirección, Mubarak vuelve hoy a los antiguos tiempos. Y aún así no sufre ninguna consecuencia -- ¡ninguna! -- por desafiar los deseos de Estados Unidos y, lo que es más importante, a su propio pueblo.
 
No hay duda de que los realpolitikers del Departamento de Estado se han convencido de que es mejor no agitar el barco. Después de todo, Mubarak proporciona 'estabilidad' y podría ser sucedido por un régimen antiamericano de la Hermandad Musulmana. Así caemos una vez más en la trampa de Mubarak. Muestra mayor tolerancia hacia los fundamentalistas islamistas que hacia los críticos liberales como Nour o Ibrahim porque los radicales son una herramienta útil con la que puede excusar las demandas occidentales de democracia.
La defensa de apoyar a Mubarak sería más firme si realmente fuera un aliado más sincero de Estados Unidos y de Israel de lo que el Departamento de Estado le hace parecer. Es cierto que Mubarak respeta los acuerdos de Camp David (¿qué otra elección tiene?), permite a los buques de guerra norteamericanos transitar por el Canal de Suez (un negocio lucrativo) y coopera en nuestra guerra contra los terroristas islamistas (lo que revierte por completo en su propio interés). Pero hace todo eso al mismo tiempo que su gobierno patrocina mezquitas y medios que vomitan propaganda virulenta antiamericana, antisemita y pro-jihad.
 
El Instituto de Investigación Mediática de Oriente Medio difundía una traducción de una perorata reciente impartida en un programa infantil de la televisión estatal por un imán empleado del gobierno egipcio. El jeque Mohammed Nassar contaba los infantes una esperanzadora historia de un adolescente de la Edad Media que se convierte en 'un mártir' mientras emprende la jihad contra los infieles. 'Esto, amigos míos, es una historia preciosa', proclamaba.
 
No hay duda del motivo por el que el ejército norteamericano informa que la mayor cifra de guerrilleros extranjeros capturados en Irak es la de los egipcios. Con el estancamiento en casa y llamamientos por todas partes a la jihad en el extranjero, la tierra de los faraones se ha convertido en campo abonado perfecto para los terroristas suicida.
 
Un egipcio autoproclamado 'pro-Estados Unidos, secular, libertario y crítico' que bloggea en sandmonkey.org sugiere que la respuesta occidental apropiada a este intolerable estado de las cosas es 'boicotear a Egipto financieramente... hasta que este gobierno deje de censurar a los disidentes'.
 
Estados Unidos podría empezar recortando o eliminando el subsidio anual de 1800 millones de dólares a Mubarak, que representa el 10% de los beneficios de su gobierno, y desviar el dinero a la promoción de la sociedad civil en Oriente Medio. Ese es el tipo de maniobra destacada que Bush - el líder visionario que proclamaba una vez que su 'objetivo último' era 'poner fin a la tiranía en nuestro mundo' - podría llevar a cabo. Caso de estar aún en el cargo.          

 
 
Max Boot es investigador decano del Council on Foreign Relations y ex editor de la página editorial del Wall Street Journal.