Una política exterior y de seguridad de la España post-Zapatero

por Rachel Ehrenfeld, 28 de febrero de 2008

En política, los errores se pagan. En política internacional, muy caros. Estos cuatro años de Rodríguez Zapatero nos dejan una herencia complicada de manejar. El presidente español ha conseguido no hablarse con el presidente de los Estados Unidos; ser ignorado por los líderes de las grandes potencias europeas; e insultado por quienes considera sus amigos, de Chávez a Evo pasando por los Castro. Rodríguez Zapatero ha logrado en un tiempo record que España deje de contar en la escena mundial y que no sea considerada ya una nación seria y responsable.
 
Puede que la política exterior no le importe mucho, salvo en cercanía a las elecciones, cuando corre a hacerse fotos con quien se deje. Pero el mundo sí importa. La crisis de un sistema de hipotecas en América puede poner en peligro nuestra prosperidad y lo que ocurra en Pakistán, en el otro extremo, afecta y mucho a nuestra seguridad. Que se lo pregunten a los terroristas islámicos venidos de ese país para replicar el 11-M.
 
El mundo es mucho más complicado de entender y de gestionar hoy. Y la España de Zapatero no se ha preparado para lidiar adecuadamente con todos sus retos y amenazas. De hecho, hoy España es más vulnerable porque las amenazas que pesan sobre nosotros han crecido en este tiempo mientras que el gobierno ha estropeado muchos de los instrumentos con los que contábamos hace cuatro años para lidiar con ellas.
 
Mejorar la situación internacional de España no es una cuestión de capricho. Nos estamos jugando nuestro bienestar y nuestra seguridad. España, como cualquier otro país, no se puede enfrentar de manera eficaz a todos los problemas internacionales que la aquejan, necesita de sus socios y aliados para encontrar una solución a los mismos. Y para contar con nuestros aliados, éstos tienen que vernos como una nación seria, coherente y dispuesta a exigir pero también a contribuir solidariamente. Algo de lo que estamos ahora mismo muy alejados.
 
Poner fin al lastre de la política del actual gobierno exigirá tesón y dedicación, dejar claros nuevos principios y adecuar los instrumentos de la acción exterior y de seguridad y defensa a los objetivos de hacer de España una de las principales democracias del mundo, algo a lo que nunca debió renunciar este gobierno.
 
Así, resulta imperativo normalizar la relación con los Estados Unidos, sea quien sea el inquilino de la Casa Blanca. Ser un buen socio de América nos eleva ante el resto del mundo. Es más, sólo de la mano de Estados Unidos España puede llevar adelante una política de reforzamiento de las instituciones democráticas y de apertura de mercados en Iberoamérica. Ser un buen aliado no significa seguidismo. Implica mantener un buen diálogo a todos los niveles y querer cooperar en aquello que sea de interés mutuo y beneficie al resto del mundo. Servilismo es lo de Rodríguez Zapatero, que acepta alegremente una relación bilateral como la que tenía Franco en los 50: bases militares, cooperación policial selectiva y nada de reconocimiento político.
 
En segundo lugar, España tiene que recuperar su sitio en Europa. Y lo tiene que hacer a ofreciendo alternativas constructivas. Europa tiene que ser fuerte, pero nunca lo será si lo intenta contra América o si renuncia a sus raíces y valores. Los problemas de Europa van mucho más allá de los arreglos institucionales y Bruselas debe saber dar respuesta a las preocupaciones de la gente. España debe abanderar la agenda de reformas económicas para asegurar que el empleo crece y con él las oportunidades; debe luchar por una política común de emigración que sirva de freno a la inmigración ilegal y avance en el camino de una mejor integración de los residentes extranjeros; debe impulsar una defensa europea plenamente compatible con la Alianza Atlántica; así como defender una Europa firmemente anclada en los valores occidentales, en la dignidad humana y en la aplicación de la ley sin distinción de raza, género o religión. El multiculturalismo es un experimento fracasado, dañino y peligroso.
 
En Iberoamérica, ya lo he mencionado, España está obligada a abanderar la agenda de la libertad. Debe exigir seguridad jurídica para nuestros inversores y abandonar su apoyo a los regímenes totalitarios, populistas e indigenistas de la zona. En Cuba tiene que alimentar la transición democrática, no el inmovilismo de la dinastía Castro. El  apoyo activo a los disidentes es imprescindible y urgente. El objetivo último es ayudar a la región a integrarse en las grandes corrientes del siglo XXI.
 
En la cuenca Mediterránea, España debe dejar claro a nuestro vecino del Sur cuáles son los límites de nuestra relación, que nunca podrá justificar la corrupción y la falta de transparencia. Marruecos debe marchar en la senda de su apertura económica y política, así como respetar los planes de la ONU para el Sáhara. En el otro extremo, la defensa del derecho de Israel a existir y el apoyo a Israel frente a sus múltiples enemigos, tiene que marcar nuestra acción exterior. Es urgente que Irán entienda que los europeos nos alineamos con Israel. Y los palestinos deben saber que nuestra ayuda será condicional a que quieran avanzar hacia un estado democrático capaz de respetar las fronteras y la seguridad de Israel. La presencia de nuestros cascos azules en el sur del Líbano sólo puede entenderse en la medida en que resulte eficaz para desmantelar las capacidades militares de Hizbolá.
 
España está amenazada por el terrorismo islamista. El despliegue español en Afganistán es coherente con la contribución a la lucha contra el terror, pero no en la forma actual, con las tropas españolas constreñidas en su quehacer por decisiones políticas insolidarias con los aliados y que ponen en riesgo el éxito de la misión. El contingente español deberá contar con todos los medios necesarios para garantizar su seguridad en la medida de lo posible y poder cumplir con su cometido para la estabilización de aquel país. Sin tapujos ni mentiras.
 
La tarea del nuevo presidente de gobierno en el ámbito internacional será exigente dificultosa. Y además de unos principios de actuación claros requiere unos instrumentos ajustados a los objetivos. Dada la creciente complejidad de los factores externos, la difuminación entre aspectos de seguridad nacional e internacional, y la enorme demanda de atención que viene desde el exterior, sería aconsejable la creación de un Consejo de Seguridad Nacional al servicio del presidente. Podría así contar con el apoyo necesario para sus decisiones y con  una herramienta para asegurar la coherencia de una actividad que cada vez más debe ser interdepartamental.
 
Por último, no basta con tener buenas ideas o ejecutar buenas acciones. Hay que explicarlas y buscar el convencimiento por parte del pueblo español de que se está haciendo lo correcto. No estará de mas que el nuevo gobierno sigua los pasos de nuestros vecinos y elabore una Estrategia de Seguridad Nacional donde se fijen los retos para España y las opciones para lidiar con ellos. La tienen los holandeses, Brown la va a tener en breve, Sarkozy también la quiere y hasta es posible que la UE revise la suya de 2003. ¿Por qué contentarse con ser los últimos?
 
En todo caso, para ser alguien en la esfera internacional hay que ser fuertes en casa. Un país fragmentado, débil en su economía, poco competitivo y que se contenta con servir de balneario para los jubilados de Europa o receptor de turismo barato, poco tirón mundial puede tener. La tarea esencial del nuevo gobierno será, por tanto, conseguir sacar a España de la mediocridad y la marginalidad donde nos ha metido Rodríguez Zapatero y asegurarnos, así, un futuro mejor. Ni más ni menos.