Hamás y su estrategia del horror: ahora o nunca

por Óscar Elía Mañú, 13 de octubre de 2023

Con el ataque del pasado sábado, Hamás ha pasado de la estrategia del terror -el uso del miedo la violencia indiscriminada como arma psicológica- a la estrategia del horror. El uso de las perversiones sexuales, de las monstruosidades grotescas, del bestialismo: la violación sistemática de mujeres, el asesinato de bebés en sus cunas, la decapitación y mutilación de cadáveres y la retransmisión al mundo entero de todo ello a través de redes sociales supone un cambio cualitativo hasta para grupos así: el que separa el terror del horror. El horror es la negación misma de la civilización, en la medida en que implica la ausencia de cualquier límite humano en la conducta hacia el otro.

De ahí su impacto, consciente y subconsciente, en quien lo sufre; y la ventaja de quien lo perpetra. Pero, como el terror, el uso del horror como arma estratégica sólo funciona por un tiempo limitado: aquellas horas en las que la opinión pública se desorienta del todo, las instituciones se paralizan y el caos se apodera de un país. O se aprovecha el momento o se pierde. Y esto es lo que ocurrió el sábado día 7: fueron unas pocas horas, en las cuales Israel se sumió en la desorientación, fundamentalmente ante el desconocimiento del alcance cualitativo y cuantitativo de las atrocidades, y del miedo de que un segundo frente del horror se abriese en su frontera norte. En pocas horas las IDF se reorganizaron, se llamó a reservistas de manera decidida y las inhumanas ventajas fueron desapareciendo para sus ejecutores.

Hezboláh, por incapacidad, por indecisión o simplemente porque no lo tenía previsto, no se atrevió a cruzar la frontera. Aún tardaron los israelíes un par de días en asegurar la zona sur del país, descubrir el alcance definitivo del horror y darle sentido. A partir de ahí, la inhumana crueldad de Hamás comenzó a volverse en su contra: cuanto más detalles conocemos de su estrategia más en evidencia quedan sus perpetradores, que aún hoy utilizan una estrategia inhumana: desde enviar a los padres de los secuestrados vídeos desde el móvil de sus hijos, hasta anunciar ejecuciones en directo o forzar a los gaceños a no alejarse de sus hogares cuando éstos han sido publicitados como objetivos por la fuerza aérea israelí.

Cuanto más pasa el tiempo menos útil es para Hamás la estrategia del horror que explotó durante doce horas, y más se le vuelve en contra. Esto explica el cambio en el equilibrio de fuerzas en las opinión pública europea: la llamada causa palestina -que es más bien la causa de los palestinos terroristas y que es mayoritaria en sectores culturales, políticos y mediáticos- está en nuestras sociedades a la defensiva, mientras la solidaridad con Israel se extiende de país en país como nunca desde 1948. Las medidas puestas en marcha por el Reino Unido, Francia, Italia, Alemania contra el antisemitismo hubiesen sido imposibles hace una semana, antes de que Hamás mostrase su cara más cruel. Los países árabes guardan un estruendoso silencio, y hasta la ANP desde el West Bank se mantiene en una equidistancia llamativa.

Sólo las organizaciones internacionales, la UE y la ONU, con una burocracia propia y una agenda diferente y hasta contraria a la de los estados miembros han dado oxígeno a Hamás, forzando el vocabulario hasta el límite en sus comunicados. Dejo a un lado a los países y gobiernos izquierdistas patológicamente ideologizados -España entre ellos-, que responden a estímulos esencialmente anticivilizados y antioccidentales, y a las potencias revisionistas, desde China hasta Rusia.

Así las cosas, el Gobierno israelí ha reaccionado con prontitud y exactitud. Por las declaraciones de sus líderes, sabemos que Israel ha sacado razonablemente las dos conclusiones más importantes de esta crisis. La primera, que la a estrategia habitual de mantener la capacidad operativa de Hamas limitada y a sus líderes a raya acaba tarde o temprano en fracaso. La capacidad de innovación y los apoyos exteriores del grupo hacen que cada vez se recupere con más fuerza para acabar volviendo con ataques aún más mortíferos. El caso más claro es el del programa de parapentes, retrasado varios años tras la eliminación de su responsable: lejos de abandonarlo, Hamás retomó el programa con más garantías, hasta llegar a lo del sábado. Con los cohetes ocurre algo parecido: puede mejorarse el Iron Dome dotándole de mejor fijación de blancos y de capacidad de fuego, pero enfrente Hamás trabaja para lograr lo contrario. EL problema no es el estado del programa o el número de cohetes disponibles, sino la voluntad inequívoca de Hamás en mejorarlo con ayuda de sus socios.  En fin: si no es eliminada, Hamás siempre vuelve, y siempre lo hace con mas fuerza.

La segunda conclusión tiene que ver con la primera: el alcance y las ramificaciones exteriores de las actividades de Hamas y las brigadas al Qassam. No se puede acabar con ellas si no se acaba antes con los vínculos con Hezboláh y con Irán. Esto es bien sabido, y cortocircuitar estas relaciones ha sido objetivo básico, pero una cosa es interrumpir y otra eliminar: hasta ahora siempre han encontrado Hamás, Hezboláh, Siria e Irán la forma de sortear a los israelíes. La consecuencia la vimos el sábado.

No sólo eso: Hamás sobrevive por su red de inteligencia, financiación y logística exterior, que incluye países patrocinadores, países amigos y países neutrales que albergan grupos, empresas y ONGs de apoyo al grupo criminal. La dificultad diplomática de afrontar esto ha sido siempre un obstáculo para Israel, del que se ha aprovechado Hamás durante décadas. Eso puede, y debe, llegar a su fin. En su notable discurso ante la Knesset Netanyahu lo ha dejado claro: advirtió a aquellos países que albergan a Hamás o mantienen lazos con el grupo sobre las consecuencias de ello. Anunció sanciones y, horas después, la fuerza aérea israelí atacaba los aeropuertos sirios, recordando a Al Assad que el papel sirio de puente entre Gaza e Irán no es inocente. Queda por ver si esta lucha global contra Hamás se extiende a otros ámbitos, única forma de que sea definitiva, y si contará con el apoyo de Estados Unidos: de los europeos cabe esperar a medio plazo más bien poco.

Ciertamente, ambos aspectos constituyen un aspecto habitual del debate estratégico y de seguridad en Israel, desde hace décadas. Pero la matanza del sábado resuelve la cuestión: para evitar otro horror dentro de cinco, diez o quience años hay que, primero, terminar definitivamente con Hamás, y eso pasa, segundo, por perseguir a todos aquellos que desde el exterior proporcionan oxígeno a la criminal organización. Y la zanja más aún teniendo en cuenta que por primera vez en décadas, para esta labor la aprobación internacional es más alta que nunca. Ésta caerá, pero lo cierto es que  el golpe definitivo a Hamás es ahora o nunca.