Hoy, igual que en los 70

por Miguel Ángel Quintanilla Navarro, 15 de febrero de 2006

“Hoy, al igual que a finales de los 70”, afirma Javier Rojo, Presidente del Senado, para explicarnos su posición ante la negociación con ETA[1]. “Lo que anhelamos es que no haya ni una sola víctima más”, continúa. “Hay que primar la convivencia frente a la venganza”, pide a las víctimas. Se lo pide, por ejemplo, a Pilar Elías, viuda de Baglietto.
 
Pero ni una palabra sobre ETA. Literalmente, ni una.
 
De otro modo, como estamos como en los 70, saliendo de un régimen autoritario (lo afirmó Zapatero cuando dijo que el Plan Ibarreche era una reacción comprensible “a un momento político determinado (el gobierno del PP), que ya ha pasado”), las víctimas deben entender que no pueden exigir justicia como si la situación fuera distinta de la de los años 70; por ejemplo, como si en España hubiera existido una auténtica democracia salvo donde ETA lo ha impedido. Lo que ha contaminado la convivencia -dice Rojo- ha sido “el debate sobre el terrorismo”, y eso no puede ser. “Debate”, sí; dice que el “debate sobre el terrorismo” ha contaminado la convivencia. No ETA (a la que no nombra, habla de terrorismo) sino quienes debaten sobre ella, han contaminado la convivencia.
 
Los asesinatos de ETA son -al parecer- el resultado del régimen político existente en España, y hay que cambiarlo para que no haya más víctimas. Por eso el PSOE “ha puesto en marcha un proceso de reformas mirando a 2030” que dará por resultado la paz, “la libertad para todos”.
 
La narración es absurda: por una parte pondera lo acontecido en los años de la Transición (al menos, para legitimar un poquito el cargo que ostenta), por otra afirma que estamos igual que entonces y que por eso hay que cambiar las cosas, y, finalmente, dice que hay que volver a hacer lo mismo que no sirvió de nada porque aquello fue muy útil y estuvo muy bien hecho (gracias a los socialistas y pese a la derecha, a cuyos muertos ignora en cada ocasión en que parecería lógico nombrarlos). El argumento acaba por ser éste: 1.) El PSOE entiende que en España no hubo auténtica transición a la democracia, lo que es causa del terrorismo; 2.) Además, cree que sí hubo Transición gracias al PSOE y que por eso nos ha ido tan bien; 3.) Como consecuencia de 1.) es preciso hacer una transición para que haya libertad para todos y, por tanto, paz; 4.) Como consecuencia de 2.) la transición que no se ha hecho debe ser como la que se hizo gracias al PSOE, lo que aseguraría su éxito. Puro talante.
 
Pero lo más grave es el modo de hablar a las víctimas de ETA, como si no lo hubieran sido de una banda terrorista y en una situación de perfecta democracia salvo por ETA. El argumento de situarlas en el pasado y pedirles que entiendan que no pueden pedir justicia según la ley, dada su condición de servidores o simpatizantes de un régimen defectuoso, como, al parecer lo ha sido la democracia española desde 1978, no sólo es una indecencia sino que es un gravísimo error de perspectiva sobre la relación que el terrorista guarda con sus víctimas. Son los vivos, no los muertos, los que sienten terror y dolor. Las víctimas no son algo propio del pasado. Cuando Rojo afirma que lo más importante es que no haya más y que eso justifica cualquier iniciativa y descalifica cualquier resistencia, pierde de vista lo fundamental. Los muertos están muertos, sin duda, pero la razón de su muerte todavía está por decidir, el sentido de su vida y de su sufrimiento todavía no ha sido asignado, y no recae sobre ellos sino sobre nosotros; en determinarlo -¿qué es morir a manos de ETA?- consiste precisamente la lucha antiterrorista. Desde el momento en que alguien es víctima del terrorismo la vida ofrece -a la víctima misma, a sus familiares y a todos nosotros- dos opciones: servir al bien o servir al mal, ser herramienta del bien o ser instrumento del mal. O la víctima es el ejemplo heroico de la España que significa libertad -y en el hecho de que los familiares hayan renunciado a la violencia hay un compromiso milagroso y realmente nacional, aunque Rojo lo ignore: ricos, pobres, letrados o no, madrileños, vascos, andaluces...- y con la ley justa, o son la materia con la que se construye la victoria de quienes hacen del desmembramiento de seres humanos vivos un “modo alternativo de expresión”; el cuerpo humano como soporte de la comunicación. El pequeño cuerpo de Fabio Moreno (dos años) era, al parecer, como uno de los cuadernos que llevaba en su mochila el día que ETA voló su coche, como una voz o una materia que se puede usar para explicarse, un “mensaje” que los españoles no hemos sabido entender, porque no miramos “más allᔠdel propio Fabio, “no supimos” penetrar hasta lo que se escondía detrás de lo superficial: el cadáver, el dolor de la familia; su hermano, herido también.
 
Ahora, la lucha contra ETA nos pide que no dejemos que la vida de un niño de dos años -sus manos, su boca, sus ojos, su sangre- sea empleada para dignificar un delirio gruñido por una cuadrilla de alucinados, como lo es, sin duda, todo lo que ETA piensa sobre el modo deseable o posible de ordenar la vida social. Serán Fabio y cientos como él quienes “hagan posible” con su muerte el triunfo de ETA si el Gobierno no rectifica. Porque el asunto no es el precio que estamos dispuestos a pagar por obtener de ETA lo que llevamos años pretendiendo -precio que las víctimas probablemente pagarían con gusto, puesto que han acreditado sobradamente que conocen lo que es el bien común y saben cómo servirlo-, sino que el Gobierno ha puesto en venta lo que ETA lleva años pidiendo, y ésta se está pensando el precio que paga, dado el empeño que el vendedor pone en que le compre el género. En esta operación, las víctimas no son moneda sino mercancía, como lo somos todos, transformados por el Gobierno en parte de un régimen totalitario que se resiste a desaparecer. Ésa es la novedad histórica: no la disposición de ETA a someterse, sino la del Gobierno a reconocer que el terrorismo etarra tiene causas políticas de las que los españoles somos responsables.
 
En estas circunstancias, negociar sobre las víctimas (o sobre el destino penitenciario de sus victimarios, que es negociar sobre lo que son las víctimas y por qué fueron asesinadas) es convertirlas en parte de ETA, en uno de sus instrumentos, ligarlas para siempre a la historia de su triunfo. Es verdad que Fabio está muerto, pero algunos nos resistimos, y lo haremos siempre con lo que la ley nos deje, a que su vida sólo sea “lo que ha hecho posible que Otegi gane”. Y gana si el Gobierno declara que ETA mató para la libertad que él ahora va a hacer posible, “igual que en los años 70 pero por primera vez”; es decir, como entonces pero ahora sin que la derecha participe.
 
Eso no está cerrado, eso está por decidir. Lo que se discute es nuestra biografía, lo que hemos sido desde 1978. Si el Gobierno sigue adelante seremos “los que permitimos que la vida de Fabio y de cientos como él quedaran puestas, para siempre, al servicio del triunfo de ETA”, eso a lo que el Gobierno denomina paz. Fabio será para siempre de ETA, como la bala que atravesó el cráneo de Tomás y Valiente o de Blanco. Una vida percutida sobre nosotros para herirnos y aterrarnos, una sonrisa de dos años que nos mató. Y Fabio, de un asesino, como un casquillo.
 
Ya son víctimas “de” la locura de ETA; importa ahora que no lo sean “para” la locura de ETA. Lo primero está dado, lo segundo, no. Todavía.

 
Notas


[1]Javier Rojo. “Paz, acuerdo y memoria”. El Correo, 13 de febrero de 2006