La II Guerra del Golfo (1991): algunas lecciones para la III

por Rafael L. Bardají, 14 de noviembre de 2002

(Ponencia presentada al Seminario Lecciones de los conflictos recientes, organizado por el Grupo de Estudios Estratégicos con la colaboración del Instituto Español de Estudios Estratégicos del Ministerio de Defensa,
Madrid, 14 de noviembre de 2002)
 
Introducción
 
La guerra del Golfo de 1991, luchada para liberar a Kuwait tras su anexión violenta por Irak el 2 de agosto de 1990, fue a la vez la última guerra del orden salido de la Segunda Guerra Mundial y la primera de la “post-guerra fría”. Por un lado fue un enfrentamiento en gran medida diseñado para otros adversarios, la OTAN y el Pacto de Varsovia, sólo que aplicado y adaptado a un teatro de operaciones dominado por la distancia y el desierto; la masa, el peso de lo mecanizado, los elementos aplicados del Air-Land Battle, todo procedía de los planes ideados para defender Europa Occidental del avance del Ejército Rojo, sólo que en lugar de pintura blanca o verde, como la que camuflaba los carros aliados en Alemania, el color dominante era el de la arena del desierto. Las tácticas y doctrinas de las fuerzas enemigas, las iraquíes, se inspiraban, además, en las enseñanzas de las tropas soviéticas.
 
Al mismo tiempo, el campo de batalla presentaba la novedad de no ser la boscosa línea interalemana, sino las llanuras arenosas del Golfo, un teatro de operaciones alejado por miles de kilómetros de las bases de estacionamiento de las tropas aliadas.
 
Es más, la operación aliada, primero como Escudo del Desierto y luego como Tormenta del Desierto, fue también una novedad por el atisbo de la revolución militar y estratégica que se estaba calladamente fraguando: el uso de la alta tecnología, las respuestas asimétricas de cada contendiente, el uso de los Scuds como armas de terror de masas, la cobertura mediática de la acción en tiempo real, el peso decisivo del arma aérea, la guerra sucia y el ecoterrorismo, la utilización del espacio…
 
Es ese sentido que la guerra del 91 fue a la vez la última guerra tradicional, según los cánones de lo que hubiera sido un enfrentamiento Este-Oeste en Europa, y un precursor de la forma que podrían adoptar las guerras del mañana. Así como el Golfo del 91 fue el producto de la recuperación militar americana durante los años 80, Afganistán, por citar un ejemplo reciente, ha sido el producto de la experiencia y la reflexión emanada tras la guerra por Kuwait.
 
La literatura oficial y profesional al respecto es inagotable. Más de un centenar de libros y muchos más artículos. Descripciones del proceso de toma de decisiones en la Casa Blanca, análisis tácticos de los movimientos aliados o iraquíes, implicaciones industriales y comerciales, estudios del rendimiento de los sistemas de armas, valoraciones globales, poco queda por tratar o cubrir de un conflicto que supuso el culmen de la recuperación militar norteamericana tras la dramática experiencia de Vietnam.
 
Esta ponencia no aspira a extraer de manera exhaustiva las lecciones a aprender de la guerra del 91. Ni el marco ni el formato es el apropiado, pues son muchas y requerirían abordar aspectos demasiados dispares al mismo tiempo. Es más, repasar la experiencia de 1991 desde la perspectiva del 2002 obligaría a diferenciar claramente qué reflexiones surgieron entonces y cuáles son posibles con el conocimiento que nos da haber vivido la década de los 90 y todos los conflictos que han tenido lugar. Por otro lado, sacar lecciones en abstracto, sin referencia alguna a su posible aplicación, puede que sea un proceso ilusorio ya que si queremos aprender del pasado es porque el futuro inmediato nos fuerza a ello. Por eso, este trabajo aunque se  orienta a subrayar aquellas cuestiones que pudieran ser relevantes para la guerra actual, lo hace  siempre pensando no en un conflicto cualquiera -o de la guerra en general-, sino en el contexto de una posible y nueva guerra contra Saddam Hussein, esta vez no para liberar Kuwait sino para derrocarle y cambiar el régimen de Bagdad.
 
En cualquier caso, antes de discutir cuáles serían esas lecciones, conviene un breve recordatorio de una guerra reciente pero que, ocultada por otros conflictos posteriores, desde Bosnia a Afganistán pasando por Kosovo, muchos de sus detalles han caído en el olvido.
 
La Guerra del Golfo: un breve recordatorio
 
El camino a Kuwait City
 
El 2 de agosto de 1990 tres divisiones de la Guardia republicana de Saddam Hussein, a la 01:00 hora local, atravesaron la frontera de Kuwait camino de su capital. Media hora más tarde comandos y unidades de operaciones especiales, infiltrados con anterioridad, comenzaron a atacar los edificios gubernamentales más emblemáticos.
 
Ese mismo día, el General Schwarzkopf había avisado de los preparativos iraquíes al Secretario de Defensa, Dick Cheney. Las autoridades kuwaitíes también supieron de la invasión unas pocas horas antes gracias a la detección del arranque de los movimientos mecanizados iraquíes lo que permitió que el emir y parte de su familia, así como la práctica totalidad de su fuerza aérea y buena parte de sus tropas terrestres, escaparan a Arabia Saudí, donde encontraron refugio.
 
En cualquier caso, el aviso de la inminente invasión iraquí fue más táctico que estratégico, pues hasta ese mismo día, salvo unos pocos oficiales de inteligencia, que fueron desoídos, la mayoría creía que la concentración de fuerzas en la frontera respondía a una política mezcla de presión y de farol por parte de Saddam.
 
Saddam había venido mostrando su belicosidad en los meses anteriores a su anexión de Kuwait, pues denunciaba a ese país y a Arabia Saudí de utilizarle contra Irán sin querer cubrir su deuda económica (hay que recordar que la deuda de Irak en ese momento se acercaba a los 80 mil millones de dólares). Es más, el 17 de julio Saddam denunció a Kuwait ante la Liga Árabe, acusándole de mantener alta la producción de petróleo en una política de precio barato del crudo que le perjudicaba especialmente a él. Igualmente denunció la explotación Kuwaití de los pozos de Rúmiala, una zona en su opinión en disputa y cuyo resultado era un robo subrepticio de las reservas iraquíes.
 
Las razones de Saddam para atacar Kuwait fueron a su vez expresadas veladamente en una famosa y desdichada entrevista que mantuvo con la embajadora americana April Glaspie el 25 de julio, donde al parecer la diplomática americana no supo transmitirle clara y rotundamente la oposición estadounidense al uso de la fuerza entre países árabes.
 
Así y todo, la interpretación que se hacía comúnmente de las intenciones de Saddam no contemplaba una anexión de Kuwait como la 19 provincia de Irak. De hecho, Saddam contaba con tres opciones militares: ocupar los pozos de Rúmiala, controlarlos y pasar a explotar la producción de los mismos como suya; invadir, ocupar y anexionarse la totalidad de Kuwait; invadir Kuwait y avanzar hasta ocupar parte de los pozos limítrofes de Arabia Saudí. Si hubiera optado por la primera alternativa, más que probablemente hoy seguiría explotando a su favor los pozos de Rúmaila, pues no hubiera encontrado más que una escasa oposición internacional y sí muchos deseos de contentarle económicamente en sus vecinos. Sin embargo Saddam optó por el curso que inevitablemente provocaría una respuesta militar bajo el mandato de las Naciones Unidas. Paradójicamente, la opción que más seguridades militares le habría dado, la invasión parcial del suelo saudí antes de la llegada de las tropas americanas, no llegó a ejecutarla a pesar de contar con las capacidades para hacerlo entre los días 4 y 9 de ese mes.
 
La invasión de Kuwait dio lugar a todo tipo de condenas, inaugurando una actividad febril de la ONU, con su primera resolución, la 660 de 2 de agosto, destinada a restablecer el status quo ante. El día 6, tras conseguir la invitación de la familia real saudí, el Presidente Bush padre firmó la directiva presidencial que abría la puerta al despliegue de tropas americanas en la zona.  El día 9, tras 14 horas de vuelo ininterrumpido y siete repostados en vuelo (uno en la zona del Estrecho), llegó a suelo saudí el Primer Ala Táctica de Combate, procedente de su base de Langley. Ese mismo día arribaron los primeros elementos de la 82 Brigada Aerotransportada, cuya misión fue la seguridad de la base de Dhahran, la que luego sería el centro de mando de la coalición internacional. Se trataba de 48 cazas y unos 1000 soldados. La 82 completaría su despliegue el día 13, cuando ya una segunda brigada estaba en camino. Una semana más tarde Estados Unidos contaría ya con una presencia naval capaz de ejecutar el embargo decidido por las Naciones Unidas.
 
Operación Escudo del Desierto
 
El objetivo del despliegue temprano de las fuerzas americanas, la 82 y la 101, unidades ligeras sin capacidad para enfrentarse a unidades acorazadas, fue dar una señal clara a Saddam del compromiso americano en la defensa de Arabia Saudí y, por tanto, disuadirle de una posible invasión de dicho país. Cuando esta amenaza se disipó al cambiar el despliegue iraquí y comenzar la fortificación de la frontera sur de Kuwait y el recambio de la Guardia Republicana con unidades regulares del ejército iraquí, la llamada operación Escudo del Desierto pudo concentrarse en la ejecución del embargo y en la construcción de la coalición.
 
En cualquier caso, el principal problema de esta etapa fue esencialmente logístico: cómo desplegar el número suficiente de fuerzas, con todo su material, y sostenerlas en un ambiente de naturaleza hostil, como era el desierto. Schwarkopf recurrió a la aviación de combate como factor de compensación ante la carencia de tropas terrestres, mucho más lenta en sus desplazamientos y porque el terreno era especialmente propicio para operaciones aéreas de todo tipo, sin elementos naturales de protección para las unidades terrestres enemigas.
 
Dadas las dificultades logísticas, Schwarkopf estimó en 17 semanas el tiempo necesario para completar el despliegue del Escudo del Desierto. De hecho, los 240 soldados del Escudo del Desierto no se lograron hasta los primeros días de noviembre.
 
Para darse cuenta del enorme esfuerzo logístico vinculado a la proyección de fuerzas, basta recordar el peso y el volumen de lo transportado en esta fase: 250 mil personas y cerca de 300 mil toneladas de material y equipamiento diverso (algo más del doble si se suma la guerra en sí hasta finales de febrero de 1991). O si se prefiere, un batallón mecanizado del ejército americano pesaba entonces en torno a 2.500 toneladas y para transportar sus vehículos se requerían 60 C-141 o 5 C-5 Galaxy más 3 aparatos para el personal y otros 15 para material diverso. Si, además, la distancia al Golfo, unas 14 horas de vuelo, impiden más de un desplazamiento al día, con una extrema dependencia del repostado en pleno vuelo, el despliegue resulta aún más lento y complicado.
 
Una primera solución fue recurrir a la aviación civil, que jugó un papel extraordinario (hasta el punto de eliminar la pintura del fuselaje a fin de ganar en capacidad de carga). Así, la fuerza aérea voló 14.653 misiones de transporte en sus propios aviones, mientras que 10 compañías civiles lo hicieron en 4.083 ocasiones, la mitad de ellas en transporte de personal y la mayoría en las primeras semanas.
 
La segunda opción lógica consistió en el transporte marítimo. De hecho, el 90% de todo lo transportado al Golfo llegó por mar, lo que no estuvo exento a su vez de problemas. Para mover una división acorazada de entonces se requería una capacidad de carga de 260 mil toneladas de registro bruto y un espacio variable según la unidad en concreto.(Cabría añadir otras 50 mil toneladas para el sostenimiento). De ahí que el empleo de los 8 barcos superrápidos de transporte se vió monopolizado por el traslado de una sola división acorazada, la 24 División de Infantería, necesitando más de 10 días. Las deficiencias encontradas por el Mando de Transporte forzó acudir a la reserva y a cargos de compañías civiles, en ocasiones de otros países (como fue Trasmediterránea, por ejemplo).
 
Para completar la imagen de las necesidades de transporte hay que recordar también que no basta con desplegar una unidad en un terreno concreto, sino que hay que sostenerla y, como en este caso, prepararla para el combate.  Así, una división americana desplazada al Golfo exigiría unas 500 toneladas de munición y unas reservas cinco veces esa cantidad; unas 350 de combustible y 40 más de repuestos de todo tipo. Y como los mandos rápidamente descubrieron, el desierto requería cinco veces más de todo, agua, combustible, horas de mantenimiento...
 
Sea como fuere, la fase defensiva Escudo del Desierto fue un rotundo éxito en la medida en que logró realizar todos sus objetivos: disuadir a Saddam de seguir avanzando por el Golfo; permitir la puesta en marcha del embargo y, muy particularmente, comenzar la planificación y preparación de una segunda fase ofensiva para el momento en que las negociaciones diplomáticas se consideraran agotadas.
 
De hecho, esto último comenzó a diseñarse tan pronto como el mismo mes de agosto, pero no comenzó a materializarse hasta el 8 de noviembre, día en que el Presidente Bush autorizó aumentar los niveles de fuerza en la zona hasta el medio millón de soldados americanos. Días más tarde, el 29 de noviembre, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas pasaría su célebre resolución 678 en la que fijaba la fecha del 15 de enero como tope para la retirada iraquí de Kuwait a la vez que autorizaba el empleo de todos los medios necesarios para obligar a su cumplimiento llegado el caso.
 
Operación Tormenta del Desierto
 
Agotadas todas las posibilidades negociadas, la única alternativa fue la expulsión de Kuwait de las tropas de Saddam. La Hora H elegida fue la primera del  jueves 17 de enero (media tarde del 16 en Washington). Dos horas antes B-52 procedentes en vuelo desde Lousiana habían disparado dos docenas de ALCM, sincronizadamente con SLCM Tomahawks lanzados desde el USS San Jacinto en aguas del Golfo y del USS BunkerHill sumergido en aguas del Mar Rojo. Escasos minutos tras los impactos, fuerzas especiales y Apaches de la 101 penetraban en territorio iraquí para eliminar las primera línea de alerta temprana de las tropas de Saddam y abrir, así, corredores seguros para el resto de la aviación. Ajenos a lo que se les venía encima, los reporteros de la CNN desde la terraza de su céntrico hotel en Bagdad montaban guardia. A las 2:35 hora local anunciaron a todo el mundo, en directo, que el ataque había comenzado sobre Bagdad. Lo que los telespectadores estaban contemplando eran las trazas del fuego antiaéreo, porque los aparatos F-117 Stealth pasaban desapercibidos incluso para el mando iraquí.
 
La fase ofensiva, denominada genéricamente Tormenta del Desierto, en realidad comprendía diversas operaciones. Primero una campaña aérea, bajo el nombre clave de Instant Thunder, culminando en una operación terrestre, denominada Operation Sabre.
 
Las hostilidades duraron 43 días y con la excepción de las 100 horas de la campaña terrestre, durante las seis primeras semanas de la guerra, la acción fue esencialmente aérea. El ataque aéreo se concebía como un auténtico blitzkrieg destinado a crear un tremendo shock en el enemigo. Operacionalmente estaba planteado en tres fases diferenciadas: la primera, el ataque estratégico para neutralizar la capacidad de mando y control iraquí así como para eliminar las capacidades en armas de destrucción masiva; la segunda, el ataque a las fuerzas enemigas en el teatro de operaciones kuwaití; y la tercera, el ataque a las unidades de elite iraquíes así como a la cadena logística con el objetivo de aislar las tropas enemigas en Kuwait. Todas estas fases presuponían la superioridad aérea primero y, luego, la total supremacía en los cielos.
 
Contrariamente a lo que suele inducirse al hablar de fases, durante la guerra del Golfo de 1991 .-y esto es una novedad importante- las fases no se ejecutaron de manera progresiva y consecutiva, sino que, en la práctica, fueron conducidas en paralelo y con todo el poder utilizable para cada una de ellas. Así, por ejemplo, desde las primeras horas de la campaña aérea se atacaron todos aquellos sistemas de alerta, defensa aérea y mando y control iraquíes, cuya eliminación o incapacitación era requerida para asegurarse la superioridad aérea, pero también se llevó la guerra a los sistemas estratégicos de la autoridad nacional, esto es, se bombardeó la capital, Bagdad y en la primera semana de acciones también se bombardearon las dos centrales nucleares en Irak, instalaciones relacionadas con desarrollos de sistemas de destrucción masiva y los sistemas de transporte y comunicación, carreteras, ferrocarril y puentes. La guerra no se reducía al teatro de operaciones kuwaití, ni a las tropas invasoras, sino que se extendía a los valores estratégicos de Saddam.  En la Tabla I, con los objetivos alcanzados en Bagdad en las primeras 24 horas de los bombardeos, puede apreciarse el carácter estratégico de los objetivos de la coalición desde el primer momento.
 
Tabla I
Objetivos en Bagdad Día 1
 
Dirección de la inteligencia militar
5 estaciones de teléfono
Complejo informático del Ministerio de Defensa
Estación eléctrica
Ministerio de Defensa
Puente Ashudad
Estación de tren
Aeródromo de Muthena
Cuartel general del Ejército del Aire
Edificio central del servicio de inteligencia
Sede del partido Baath
Refinería de petróleo de Ad Dawrah
Puente de Karada
Fábrica de ensamblaje de misiles Scuds
Diversos ministerios (propaganda, industria...)
Estación central de televisión
3 palacios presidenciales
Sede central de la policía
Puente y autopista de Jumhuriya
Fuente: Gulf War debriefing book. An after action report
 
La campaña aérea se caracterizó también por su intensidad. A diferencia de Vietnam (y posteriormente Kosovo), no estuvo sujeta a una escalada progresiva, sino que todos los medios se emplearon con contundencia desde el primer momento. El día D ya estaban desplegados o con misiones asignadas los más de 1.600 aparatos de combate de la coalición internacional. Es más, las misiones estaban todas sometidas y planificadas según una única hoja de misiones (Air Tasking Order), lo que redundaba en su coherencia y eficacia.
 
Aunque oficialmente la supremacía aérea, esto es la capacidad de operar sin oposición aérea alguna por parte del enemigo, no se alcanzó hasta finales de enero, en la práctica se consiguió mucho antes. De hecho, y contra todo pronóstico, en la Operación Tormenta del Desierto no hubo una auténtica batalla aérea, el enfrentamiento en el aire de dos fuerzas opuestas, si acaso algún encuentro esporádico.  La mayoría de los aviones iraquíes destruidos fueron eliminados en el interior de sus bunkers mediante el uso de bombas de penetración y aunque sólo hubo 127 confirmaciones, se estima que fueron alcanzados 268 aviones. Otro dato de la incapacidad de la fuerza aérea iraquí para presentar la más mínima resistencia fue su huida en masa a suelo iraní. A finales de enero habían encontrado refugio en Irán 115 aviones de combate, dos AWACS y 33 aparatos civiles. Igualmente el dato de que de los 38 aviones aliados derribados, ninguna pérdida fuera debida a un enfrentamiento en el aire, sino a fuego antiaéreo diverso, también es revelador.
 
Tabla II
Comparación histórica de pérdidas de la aviación
 

Campaña

Pérdidas por 100 mil salidas

Segunda guerra mundial
620
Corea
440
Vietnam (1967)
300
Guerra del Yom Kippur (Israel)
900
Tormenta del Desierto
37
Fuente: James Dunnigan Strategy page
 
En este sentido, de supremacía aérea sobre los iraquíes, podría decirse que la Guerra del Golfo inauguró la era de los conflictos asimétricos no sólo por los fines que se perseguían (ocupar versus liberar) sino por los medios utilizados.
 
En realidad, que la guerra fue un conflicto asimétrico quedó claramente patente pues Saddam enseguida recurrió a estratagemas y tácticas orientadas a presentar batalla de una forma no convencional, primero con el recurso de los ataques con sus misiles Scud sobre Israel y, luego, con actuaciones de auténtico ecocidio, como el vertido de crudo a las aguas del Golfo o el posterior incendio de todos los pozos de petróleo kuwaitíes antes de su salida de dicho país.
 
Armas de distracción masiva
 
En un claro intento de obligar a Israel a entrar en guerra y poner así en dificultades la cohesión de la coalición internacional, Saddam Hussein ordenó el disparo de 7 misiles Scud contra suelo israelí menos de 24 horas tras el inicio de las hostilidades.
 
Irak contaba con experiencia práctica sobre el empleo de misiles balísticos de medio alcance, pues ya había disparado medio millar contra Irán en los 8 años que duró el conflicto entre ambos países. Es más, los ingenieros iraquíes habían modificado el diseño original para extender su radio de acción y poder alcanzar la capital iraní tras un vuelo de más de 600 kilómetros. En teoría también habían desarrollado cabezas químicas para ser portadas por los Scud, pero su falta de precisión (con un error circular probable de más de kilómetro y medio) y diversas complicaciones técnicas con los subcomponentes de la cabeza de guerra, hicieron inviable su carga química tanto contra Irán como contra Israel o Arabia Saudí. A falta de una carga nuclear (como en los modelos soviéticos) el principal valor de los Scud residía en su capacidad de aterrorizar a la población de las ciudades contra las que iban dirigidos.
 
Tabla III
Lanzamientos de Scuds iraquíes
 
fecha
Sobre Israel

Sobre Arabia Saudí

Enero 17-24

13
20
Enero 25-febrero 2
15
4
Febrero 3-11
3
3
Febrero 12-19
6
5
Febrero 20-27
3
14
Total
40
46
Fuente: USAF Gulfwar Air Power Survey
 
De la secuencia de disparos de misiles mostrada en la anterior tabla cabe realizar algunas consideraciones. La primera, la incapacidad aliada para prever el ataque iraquí sobre Israel, así como la sorpresa por lo que debía ser un número considerable de TELs (Transport Erector Lauchers), capaces de permitir que Irak disparara salvas de misiles en pocos minutos de tal forma que los lanzadores móviles encontraran rápidamente refugio frente a posibles incursiones aéreas de la coalición. Su estrategia era la “dispara y corre”, siendo el tiempo de huida a su escondrijo el factor determinante de su supervivencia.
 
La segunda es que, a pesar de dicha táctica de lanzamiento, los crecientes recursos aliados dedicados a la caza de los Scuds móviles complicaron enormemente los pasos iraquíes, cayendo considerablemente su utilización desde la segunda semana de la guerra.
 
La tercera se refiere al valor estratégico de los misiles. A pesar de su falta de precisión, su valor en tanto que armas de terror quedó sobradamente demostrada. Mientras el mundo entero se conmovía con las imágenes de ciudadanos corriendo a refugiarse en sótanos, todos intentando colocarse a tiempo su máscara antigás, los Estados Unidos tuvieron que emplear a fondo su persuasión diplomática para evitar una acción de represalia por parte de Tel Aviv, precisamente el objetivo estratégico de Saddam.
 
La necesidad de combatir la amenaza de los elusivos Scuds forzó dos decisiones. La primera, el despliegue de 29 baterías de misiles Patriot, originalmente diseñados como sistemas antiaéreos de alta precisión  pero capaces de interrumpir el vuelo de un misil lento como el Scud modificado. Aunque las baterías que se desplegaron (6 en Israel, 2 en Turquía y 21 en Arabia Saudí), tuvieron un rendimiento desigual, fueron lo suficientemente eficaces como para evitar pérdidas mayores y, sobre todo, se revelaron de un poder psicológico incalculable.
 
La segunda medida contra los Scuds consistió en detraer aviones de combate de las misiones que tenían asignadas para dedicarlos a la caza de los transportes móviles. Alertados por los sensores de los satélites, se confiaba en su capacidad de respuesta inmediata para localizarlos y destruirlos. Además de la fuerza aérea, también se desplegaron comandos y unidades de operaciones especiales en aquellas áreas desde donde se estimaba que estaban operando los lanzadores de misiles.
 
Todo ello contribuyó a dificultar la libertad y la impunidad de acción iraquí pero, sin embargo, no bastó para eliminar del todo la amenaza, ya que se produjeron lanzamientos hasta el final de la guerra, a pesar del esfuerzo y la dedicación de las tropas de la coalición. A partir del 18 más de 100 salidas de ataque se realizaron diariamente para dar caza a los Scuds y, en total, el 15% de todas las salidas de ataque a tierra o de bombardeo tuvieron como objetivo la destrucción de los transportes de los Scuds. Si se tiene en cuenta que sólo el ataque a las unidades de la Guardia Republicana fue más intenso, los Scuds más que armas de destrucción masiva, que era lo que se temía en el aquel entonces, fueron en realidad armas de distracción masiva, causando un más que probable retraso en la destrucción del resto de objetivos estratégicos.
 
La frustración por no poder acabar con los disparos de los misiles (el más letal  fue el que cayó el 25 de febrero sobre un acuartelamiento norteamericano en Dharan causando 25 bajas mortales y más de 50 heridos graves), sólo ponía de relieve un dato altamente significativo: frente a un enemigo elusivo es determinante la capacidad de escudriñar permanentemente y con diversos grados de precisión y resolución el campo de batalla, capacidad de la que no disfrutaba en esos momentos ningún general americano.
 
El peso del poder aéreo
 
Aunque numéricamente las fuerzas terrestres representaban el grueso del despliegue aliado en el Golfo, no puede caber duda de que el factor determinante para la resolución exitosa del conflicto fue la aviación. Los más de tres mil aparatos, entre aviones de combate y de apoyo, empleados en la operación Tormenta del Desierto gozaron de unas condiciones inigualables para el éxito de sus misiones. Para empezar, y a pesar de las habilidades de los cuerpos de ingenieros iraquíes y el esfuerzo dedicado en el establecimiento masivo de señuelos, las características naturales del desierto hacían de ese terreno un ambiente propicio para la conducción de operaciones aéreas estratégicas y de ataque a tierra. Siempre y cuando, eso sí, se contara con la superioridad aérea, algo que, como ya se ha mencionado, se logró en los primeros días de la campaña.
 
En segundo lugar, la aviación aliada y más particularmente la estadounidense gozaba de unas ventajas tecnológicas claras: desde las tecnologías de furtividad (el caso del F-117, por ejemplo), a sistemas de identificación de dianas en todo tiempo, día y noche, y municiones guiadas de precisión, entre otras cosas. Tampoco hay que olvidar la importancia de funcionar de manera conjunta e integrada en una única y diaria Air Tasking Order, de tal forma que se evitara que cada aliado o que la USAF o la aviación de la US Navy hicieran cada cual la guerra autónomamente.
 
El resultado innegable es que con medios relativamente limitados y, sobre todo, con un esfuerzo notablemente menor en comparación a conflictos anteriores, el daño infligido sobre el enemigo permitió su rápida degradación y una batalla terrestre en condiciones más benignas para las tropas de la coalición. Como apuntaban los planificadores de la campaña, la aviación de combate no estaba preparando simplemente el campo de batalla, lo estaba destruyendo.
 
Aunque en el momento surgieron numerosas críticas sobre la duración y la efectividad de los bombardeos, los análisis inmediatamente posteriores a la firma del acuerdo de alto el fuego pudieron demostrar que en gran parte el nivel de escepticismo estuvo motivado más por las discrepancias interdepartamentales en el proceso de valoración de daños (battle damage assessment), donde la CIA tendía a reducir las estimaciones de CENTCOM y CENTAF sistemáticamente, así como por la frustración de no poder eliminar por completo los lanzamientos de Scuds iraquíes.  Sin embargo, la valoración final, una vez finalizada la campaña terrestre y expulsadas las tropas de Kuwait, no puede más que poner de relieve la progresiva y constante degradación de las tropas iraquíes, muy por encima incluso de las estimaciones más entusiastas de CETCOM, como puede verse en la Tabla IV.
 
Tabla IV
Degradación del material iraquí por ataques aéreos
 
Fecha
Carros
Blindados
Artillería
22 de enero
14
0
77
27 de enero
65
50
281
1 de febrero
476
243
356
6 de febrero
728
552
535
11 de febrero
862
692
771
16 de febrero
1.439
879
1.271
21 de febrero
1.563
887
1.428
23 de febrero
1.688
929
1.452
24 de febrero
1.772
948
1.474
28 de febrero
2.435
1.443
1.649
Fuente: Pentágono The Conduct of the Gulf War. Final report
 
Estas cifras son aún más significativas si se tiene en cuenta que las fuerzas terrestres pudieron destruir en su avance unos 400 carros (aunque capturaron otros tantos) y una cantidad inferior de blindados. Sólo el fuego terrestre contra-artillería, con unas 1.000 piezas iraquíes destruidas o inutilizadas, podría acercarse a los resultados en ese terreno de los bombardeos.
 
Sea como fuere, en las seis semanas que duró la guerra de 1991, se realizaron un total de 112.000 salidas y se lanzaron 60.624 toneladas de munición diversa sobre cerca de 200 mil objetivos. La media diaria de misiones voladas fue de 2.600, lo que, en proporción respecto al total de aviones disponibles, ofrece que cada avión de combate realizó una media de 1’3 salidas diarias, cifra que se incrementa sustantivamente para algunos tipos de ataque a tierra (como F-16 y A-10)
 
En todo caso hay que aclarar que no todas las misiones eran de combate, sino que en el total de 112.000 se recogen las salidas de apoyo al combate y de transporte logístico. De hecho, solamente en torno al 20% de todas las salidas fueron de ataque y algo menos las consideradas como estratégicas. En la Tabla V puede apreciarse su desagregación según el tipo y la naturaleza del objetivo atacado.
 
Tabla V
Misiones Estratégicas
 
Tipo de objetivo
Número de salidas
Porcentaje sobre total

Estaciones eléctricas

215
1 %
Buques
247
1’3 %
Mando nacional
429
2 %
Defensas antiaéreas
436
2 %
Combustible
518
3 %
C3
601
3 %
Puentes/líneas férreas
712
4 %
Instalaciones NBQ
902
5 %
Unidades de apoyo
2.756
15 %
SCUDs
2.767
15 %
Aeródromos
3.047
17 %
Guardia Republicana
5.646
31 %

Total

18.276
 
Fuente: Pentágono The Conduct of the Gulf War. Final report.
 
También cabe recordar que de las 112 mil salidas, un 20% aproximadamente fueron realizadas por la aviación naval y los marines. Así como que dicha cifra no recoge la aportación de los helicópteros del Ejército de Tierra, que tuvieron un importante papel en la destrucción del arma acorazada iraquí. De hecho, como puede apreciarse en la siguiente Tabla VI, la cifra global esconde importantes diferencias en la intensidad de los diversos aparatos utilizados.
 
Tabla VI
Salidas por tipo de avión
 
Tipo de avión
Número disponible
Salidas
Porcentaje sobre el total
F-16
288
18.910
14’4
A-10
192
12.768
9’7
C-130
280
12.544
9’5
KC-135
180
9.828
7’5
F-18
224
9.408
7’2
F-15
144
8.729
6’6
AH-64
267
6.160
4’7
AV-8B
90
4.032
3’1
F-14
116
3.898
3’0
Tornado
130
3.640
2’8
F-15E
48
2.300
1’8
F-4G
40
2.156
1’6
RF-4
36
2.016
1’5
A-6E
60
1.848
1’4
B-52G
60
1.680
1’3
F-111
36
1.613
1’2
F-117
42
1.600
1’2
Fuente: USAF Gulfwar Air Power Survey
 
Es más, los anteriores datos no reflejan la importancia relativa de cada avión en la consecución de los objetivos globales. Por ejemplo, los tres tipos de aviones con el porcentaje más bajo de misiones voladas (B-52G, F-111 y F-117) fueron todos determinantes para el resultado de la campaña bélica. Así, los B-52G, bombarderos estratégicos de largo alcance, arrojaron un total de 25.700 toneladas de bombas sobre las posiciones iraquíes (lo que representa más del 30% de todas las bombas lanzadas durante la campaña y casi la mitad de las arrojadas por la USAF). Las posiciones de la Guardia Republicana, por ejemplo, fueron atacadas cada tres horas desde el segundo día de las operaciones, castigo al que se le atribuye buena parte de las deserciones de muchas unidades en el teatro kuwaití.
 
Igualmente, los F-111 jugaron un papel determinante en la guerra electrónica, sirviendo de acompañantes y apoyo activo en muchas de las misiones de penetración estratégica. En las dos últimas semanas de la guerra, sus sofisticados sensores hicieron que gozara de una probabilidad de “un disparo, una diana” en la lucha contra-carro en el teatro de operaciones de Kuwait, degradando severamente las unidades acorazadas y mecanizadas.
 
Los F-117, a pesar de ser un bombardero ligero, cuya carga útil se reduce a dos bombas de 2.000 libras o cuatro de 500, tuvieron una relevancia que no queda de ninguna manera reflejada ni en el número de misiones efectuadas, ni en la proporción de las mismas sobre el total. Su principal característica, el no presentar una señal clara en los radares, esto es, su furtividad, así como portar munición guiada de precisión, como eran las bombas GBU guiadas por láser, le destinaron a volar sobre objetivos bien defendidos por fuego antiaéreo y a atacar dianas robustas o reforzadas, tipo bunkers y centros de mando. Precisamente por estas características tan especiales los F-117 eliminaron cerca del 43% de los objetivos programados en el primer día y todos ellos fueron de carácter estratégico. Con una tasa superior al 80% en su letalidad, estos aviones fueron los causantes de una destrucción asegurada del más del 10% del total de objetivos.
 
Para comprender el grado de éxito de la campaña aérea es necesario, además, tener en cuenta la munición empleada. De acuerdo con los números absolutos, la segunda Guerra del Golfo no se revela como un ejercicio de bombardeo especialmente intenso y mucho menos cuando se recurre a una comparación histórica. En la Tabla VII puede verse el tonelaje de bombas arrojadas desde el aire en diversos conflictos.
 
Tabla VII
Comparación del esfuerzo de bombardeo
 
Guerra
Tonelaje
Duración
Media mensual
Segunda Guerra Mundial
2.150.000
45 meses
47.777 ton.
Vietnam
6.162.000
140 meses
44.014 ton.
Golfo 1991
60.624
1’5 meses
40.416 ton.
Fuente: Global security
 
Sin embargo, la gran diferencia entre la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, y la guerra del Golfo de 1991 estribó en los grandes avances en el bombardeo de precisión, incluso utilizando bombas de gravedad. Así, de acuerdo con el estudio de la USAF Historical trends in bombing accuracy,  mientras que para destruir un objetivo específico fijo de 20 metros por 30 de lado se necesitaban teóricamente casi 10 mil bombas y 3 mil salidas a comienzos de los 40, en 1991 bastaban 30 bombas no guiadas y 8 salidas.
 
Pero donde se vio con total claridad la mejora en la precisión fue con la introducción de los sistemas guiados por láser, televisión, infrarrojos o, como los misiles de crucero, por Tercom. Así, aunque el total de munición guiada de precisión no llegó al 10% del total de munición empleada, sin embargo fue la causante de la destrucción de cerca del 80% de los objetivos estratégicos.
 
El problema de este tipo de munición estuvo en la limitación de las plataformas para poder emplearlas. Sólo los F-117,  algunos F-111 y unos pocos F-16 estaban capacitados técnicamente para lanzar y guiar hasta su objetivo las GBU dirigidas por láser, por lo que este tipo de ataque tuvo que realizarse con el apoyo, en numerosas ocasiones, de otro avión encargado de “iluminar” el objetivo. Globalmente, la coalición internacional no contó más que con 200 aviones al día capaces de bombardear con munición guiada de precisión.
 
En cuanto a los misiles de crucero, los Estados Unidos dispararon 288 Tomahawks desde buques y submarinos en el Golfo Pérsico y el Mar Rojo, un 30% de ellos en la primera noche, así como un número indeterminado, pero inferior en todo caso, de ALCM desde los bombarderos B-52. Su sistema de guiado por contraste con el terreno les hacía a ambos modelos muy precisos, al igual que su fiabilidad mecánica cercana al 90%, pero su carga útil, inferior a 1.000 libras de explosivo, sólo permitía que se utilizaran contra objetivos no reforzados.
 
En todo caso, la importancia del uso de munición guiada de precisión no vino dado sólo por su habilidad para alcanzar exitosamente los objetivos, sino también por su capacidad para limitar los daños colaterales y el nivel general de destrucción. A pesar de los ataques, Bagdad nunca se pareció al Londres de la segunda Guerra Mundial, ni a Berlín ni mucho menos a Dresden en cuanto al grado de destrucción se refiere.
 
Las 100 horas de ofensiva terrestre
 
Justo un día después de que las fuerzas iraquíes culminaran su destrucción e incendio de los más de 660 pozos petrolíferos de Kuwait, a las 04:00 de la madrugada del 24 de febrero, las tropas terrestres de la coalición internacional comenzaron su avance y asalto sobre las iraquíes. Aunque el general Schwarzkopf contaba con unas reservas estratégicas suficientes para asegurar una campaña terrestre de 60 días, Operation Sabre, la denominación de la fase terrestre de Tormenta del Desierto, se detuvo, tras conseguir sus objetivos, a las 100 horas justas después de haber comenzado.
 
Sin embargo sería injusto limitar la ofensiva terrestre a las 100 horas que transcurrieron entre la madrugada del 24 y las 8 de la mañana del día 28, cuando se declaró el alto el fuego. En cierta medida puede afirmarse que la campaña terrestre comenzó, en la práctica, en la primera semana de febrero, siguiendo un calculado plan de engaño encaminado a confundir al mando iraquí. La estrategia de sorpresa de Schwarzkopf residió en tres elementos básicos: el primero, en el mantenimiento de una fuerte presencia de Marines frente a las costas de Kuwait City, lo que obligó a los iraquíes a concentrar sus defensas frente a un aparente intento de desembarco anfibio, típico de los Marines, pero que nunca llegó a materializarse; en segundo lugar, una serie de incursiones a lo largo de la línea de Wadi al Batin, encuentro occidental de las fronteras de Kuwait, Arabia Saudí e Irak, justo por donde el alto mando iraquí preveía que podría producirse un asalto sobre sus tropas en Kuwait. Desde el 13 de febrero, además, unidades de la 1ª y 2ª División de Marines, estacionadas en la frontera sur occidental de Arabia Saudí con Kuwait, comenzaron a realizar pequeñas incursiones también destinadas a hacer creer que estaban preparando un posible asalto; el tercer y decisivo elemento fue el desplazamiento, en total ocultación toda vez que los cielos estaban en manos de la coalición y los iraquíes no contaban con otro medio de inteligencia de teatro, del grueso de sus fuerzas terrestres hacia el oeste de la línea de Wadin al Batin. Tan al oeste, de hecho, que las líneas defensivas iraquíes eran apenas significativas y a 250 kilómetros de Kuwait, las posiciones eran meros montículos de arena, dispersos y no guarnecidos. En este despliegue, las fuerzas acorazadas y mecanizadas estadounidenses estuvieron acompañadas por la 6ª División acorazada, Daguet, francesa, y la 1ª británica, con sus famosos elementos los Desert Rats. Las fuerzas francesas ocuparon siempre la posición más occidental, a modo de escudo protector del avance del resto de los elementos aliados, logrando un notable avance y deteniendo su movimiento a tan sólo 150 Kilómetros de la capital iraquí, sin apenas más que dos brigadas enemigas entre sus posiciones y Bagdad.
 
Este plan engañoso adoptó el nombre de Hail Mary, tomado de una estratagema del football americano por la que las defensas enemigas se rodean a través de un flanco en el que se concentran todos los esfuerzos por llegar a la línea de disparo. La imagen de Schwarzkopf no era otra que rodear las unidades iraquíes en el teatro de operaciones de Kuwait, a través del sur de Irak, impedir así su huída y sorprenderlas bien en sus intentos de defensa frente a las fuerzas que avanzaban desde el sur, bien en sus desesperados movimientos de escape.
 
Hail Mary fue un rotundo éxito. Primero en términos de pasar desapercibida la maniobra y, sobre todo, en términos logísticos. Nunca antes una fuerza terrestre había sido trasladada a tanta distancia para comenzar a combatir casi de inmediato. Es más, en escasísimas ocasiones una fuerza asaltante había logrado un ritmo de avance tan alto, como puede verse en la Tabla VIII.
 
Tabla VIII
Avances en diversas campañas
 
Lugar
Fuerza
Año
Kilómetros recorridos
Días empleados
Kilómetros al día
Francia
Aliados
1944
880
32
28
Rusia
Alemania
1941
700
24
29
Francia
Alemania
1940
368
12
31
Rusia
Rusia
1944
400
8
50
Sinai
Israel
1967
220
4
55
Megiddo
Inglaterra
1918
167
3
56
Manchuria
Rusia
1945
820
10
82
Irak
24 mecanizada de EE.UU.
1991
368
4
92
Fuente: James Dunnigan Stragey page
 
El cese de hostilidades a las 100 horas justas del inicio de la ofensiva terrestre fue, sin lugar a dudas, una decisión política, tomada en la Casa Blanca, y motivada en buena parte por las imágenes retransmitidas por las cadenas de televisión de la destrucción que se estaba infligiendo a las fuerzas iraquíes mientras intentaban huir hacia posiciones al sur de Irak. También, qué duda cabe, al éxito de las tropas que asaltaron directamente Kuwait desde el sur y que lograron liberar Kuwait City en pocas horas a pesar de la resistencia, desigual según las zonas, que se encontraron. El temor ante un posible colapso del régimen de Saddam también tuvo que pesar, particularmente si las estimaciones que le llegaban al presidente americano incidían en la destrucción del material iraquí en el teatro de operaciones y el daño que eso significaba para el total de las fuerzas iraquíes.
 
En cualquier caso, los avances se sucedieron a un ritmo tan alto como inesperado y a pesar del valor que tuvo contar con bases logísticas aerotransportadas en el interior de Irak (la base Cobra, por ejemplo, un área de unas 60 millas cuadradas establecidas unos 110 kilómetros dentro de territorio iraquí por la 101 División aerotransportada), el resultado fue que la cola logística y las unidades de refresco quedaron muy rezagadas. En las unidades donde tuvieron que combatir el alto el fuego llegó en un momento delicado en sus stocks de munición y en donde el avance sólo se topó con soldados que se rendían por millares, el peligro estribó en la fatiga.
 
En realidad el único encuentro terrestre de envergadura fue la denominada batalla de 73 Easting (nombre de una línea de posicionamiento) en la que carros del 7 Cuerpo ( del 2º regimiento de caballería) se topó con la división mecanizada Tawakalna de la Guardia Republicana en un encuentro que duró 6 largas horas y en las que la peor parte se la llevaron los iraquíes.
 
Diversos elementos confluyeron para dar una victoria terrestre tan rotunda a las fuerzas de la coalición. Ante todo hay que considerar el castigo infligido sobre las posiciones defensivas iraquíes en las seis semanas previas por la aviación aliada. Schwarzkopf contaba con que de las 42 divisiones iraquíes en Kuwait o en sus cercanías, 14 estaban del todo desbandadas y que del resto, sólo 19 contaban con unos niveles de fuerza superiores al 60-70%. Como luego se sabría, desde el 17 de enero al 23 de febrero más de cien mil soldados iraquíes habían desertado, en torno al 20% del total desplegado en Kuwait. Así, una vez que los iraquíes vieron cómo las fuerzas aliadas superaban sin dificultad, gracias a diversas tecnologías y procedimientos, sus barreras defensivas estáticas, la moral se derrumbó, produciéndose rendiciones en masa. Casi otros cien mil soldados iraquíes se entregaron voluntariamente en los dos primeros días  del asalto terrestre.
 
A su vez, los rápidos avances por el desierto estuvieron favorecidos por la utilización de sistemas GPS, todavía sin su dimensión tridimensional (irrelevante en cualquier caso para una topografía llana) y en escaso número, pero el suficiente como para poder guiar a un batallón de carros en todo momento. Igualmente, la información aportada sobre el campo de batalla por otro elemento en fase de pruebas, el JSTAR, contribuyó decisivamente para el enfrentamiento con las unidades del enemigo. El superior alcance de tiro y la superioridad en visión nocturna, también fueron elementos muy relevantes.
 
Safwan: la paz de los generales
 
Tal vez el mejor recuento de las conversaciones para el cese de hostilidades, que tuvieron lugar en el sur de Irak, cerca de la frontera con Kuwait, concretamente en la villa de Safwan, se encuentre en el libro de Michael Gordon y el general Bernard Trainor The generals’war. A través de la descripción minuciosa de los preparativos y las discusiones del encuentro, la única conclusión posible es que Schwarzkopf no qui