La izquierda y Europa

por Miguel Ángel Quintanilla Navarro, 26 de marzo de 2004

El inesperado resultado de las elecciones generales del pasado día 14 de marzo va a hacer posible el regreso del PSOE al gobierno de España. Una de las ideas que con más frecuencia han sido expuestas desde ese momento ha sido que el PSOE ha ganado casi sin querer y con un programa que no estaba diseñado para ser cumplido sino para desgastar al gobierno del PP; en consecuencia el PSOE se estaría encontrando ahora en la obligación de moderar las expectativas creadas durante la campaña electoral y de abandonar algunas de sus intenciones originales. Así se dice, por ejemplo, del empeño manifestado por J.L. Rodríguez Zapatero en rectificar la actitud de J.M. Aznar de defender rigurosamente los acuerdos de Niza sobre la ponderación del voto en el Consejo (que entrarían en vigor automáticamente a finales de año) y de facilitar la rápida aprobación de la nueva Constitución Europea, como desean Alemania y Francia. Ahora -se dice- Zapatero cambiará su actitud y protegerá los intereses de España defendiendo los acuerdos de Niza.
 
Quienes se hacen estas ilusiones pierden de vista que para la izquierda española la Unión Europea no es, como para casi toda la derecha, una institución supranacional destinada a promover conjuntamente los intereses de los Estados nacionales que participan en ella, sino un instrumento al servicio de la reordenación de las relaciones internacionales, particularmente al servicio de una tarea que se considera principal: oponerse a los Estados Unidos, crear un núcleo de poder alternativo. En este punto, el nuevo responsable de la política exterior del PSOE guarda una similitud alarmante con una corriente del pensamiento europeísta de la izquierda que dominó al PSOE hasta 1985, y de la cual Fernando Morán, titular de la política exterior socialista después de la victoria electoral de 1982, fue su más importante valedor. Vale la pena aportar algunos testimonios al respecto.
 
En 1976, Manuel Medina, que como diputado socialista presidió la Comisión de Exteriores del Congreso entre 1982 y 1986, expuso del siguiente modo la visión que la izquierda debía tener de Europa:
 
“La integración europea proporcionaría un amplio campo de maniobra a una planificación socialista del continente, que no estaría tan expuesta al chantaje del capital internacional como lo está en la actualidad. Un área económica con 300 ó 500 millones de habitantes con amplios recursos tecnológicos y naturales podría efectuar innovaciones de desarrollo económico socialista que hasta ahora sólo han podido llevar a cabo los colosos soviético y chino.”[i]
 
Unos años antes, en 1971, Cuadernos para el Diálogo, argumentó del siguiente modo:
 
“El fortalecimiento de Europa occidental, saludado con beneplácito desde hace meses por Pekín contribuye a erosionar un sistema político mundial establecido exclusivamente en función de los intereses y temores de “los dos grandes”...por caminos insospechados puede trazarse una senda por la que transiten bastante cercanos los chinos de Mao y los europeos que intenten encontrar nuevas formas de democracia socialista”[ii]
 
En el mismo año, Gregorio Peces-Barba, asesor de la última campaña electoral del PSOE, se expresaba en términos muy parecidos en la misma publicación, y afirmaba que las instituciones comunitarias encarnaban mejor que cualquier otra el ámbito en el que podía tomar cuerpo “la liberación socioeconómica, por la igualdad, que surge del pensamiento socialista”[iii]
 
Pero sin duda, fue el propio Morán quien con más claridad explicó los fundamentos de su visión socialista de Europa y dejó constancia de los malos efectos que ese modo de pensar tuvo sobre la negociación de la adhesión española a las Comunidades Europeas, liderada en su fase final por el propio Morán  y por Manuel Marín, quien a partir de ahora será probablemente presidente del Congreso de los Diputados:
 
“Lo que obstaculiza el camino hacia el socialismo es una estructura de poder que bloquea los intentos de cambio general y democrático...Los Estados y los mercados nacionales no tienen  envergadura suficiente para oponerse a esta dominación bipolar, imponiéndose las consecuencias de una economía de escala...(La izquierda percibe que) la Unión Europea, de desarrollarse con ímpetu y plasmarse como ideología auténticamente política desembocará de modo inevitable en una definición estratégica y posicional específicamente europea...Esa posición terminará por definirse hacia un grado de autonomía global mínima que le permitirá construir la síntesis que se encuentra en embrión en su acervo cultural:  la consolidación de una libertad real apoyada en  el respeto de un ámbito individual ajeno a las agresiones del Estado, pero basada en una socialización de los bienes esenciales...”[iv]
 
Esta vocación socializante de Europa es respetable, pero no lo es el efecto que ese predominio de la ideología tuvo, según reconoció el propio Morán, sobre la posición negociadora de España. El empeño en construir una tercera vía europea que fuera capaz de resistir la “maligna” presión de EE.UU llevó a Morán a buscar la adhesión casi a cualquier precio, despreciando o desconociendo el impacto que nuestra incorporación iba a tener para la economía y la sociedad españolas. En 1980 Morán afirmó:
 
“La necesaria consideración sector por sector no puede, sin embargo, evitar encarar el hecho de que la adhesión es una opción general. En el terreno meramente económico, aparte de los índices de error de la prospectiva de un sector determinado, la interacción de los cambios de todos los afectados por la zona de libre comercio, la barrera común y las políticas comunitarias, significa la introducción de tantas variables que la conclusión solamente puede ser global y aproximada. Y ello sin introducir otra variable más y de magnitud considerable, la misma evolución de la Comunidad ante una coyuntura internacional que ella no crea”[v]
 
El deseo de estar en Europa no tiene por tanto una justificación económica, un interés nacional, sino ideológico: una Europa socialista. En 1988 Morán insistió en lo mismo:
 
“Los objetivos socialmente deseables a escala nacional exigen la dimensión europea.[..] (Por esta razón, a las fuerzas de la izquierda les convino la adhesión y les conviene seguir favoreciendo el proceso de constitucionalización de Europa) con independencia  de que la operación pueda resultar en el incremento de las diferencias  económicas y sociales “ad intram”: entre las regiones, los países, las clases. La nueva consecución, por ejemplo, del mercado interior único iría en el sentido del progreso aunque el resultado se lograse sin la aplicación de medidas correctivas favorecedoras de la cohesión entre las economías nacionales o regionales”[vi]
 
La resucitación de este tipo de pensamiento en la figura de los nuevos responsables de la política exterior socialista, justo en el momento en que Europa está viviendo uno de los momentos más importantes de su historia, cuando es necesario negociar el peso de cada Estado miembro en las instituciones y cuando se negocian las perspectivas financieras y presupuestarias de la próxima década, no puede sino generar una gran inquietud. Felipe González tardó unos años en comprender la imposibilidad de mantener en el gobierno a Morán y a lo que representaba. Por desgracia, Zapatero no dispone de tanto tiempo. Por el bien de todos, es necesario que de inmediato entienda qué es realmente Europa, abandone la tentación de secundar el antiamericanismo suicida de Francia y se ponga firmemente a la tarea de defender los intereses nacionales de España, que pasan por la defensa de los acuerdos de Niza o por una negociación que proporcione un resultado equivalente. De igual manera, el cumplimiento de la Agenda de Lisboa debe ser promovido intensamente, frente a cualquier tentación de oponerle la defensa de un supuesto “modelo social europeo” que ya no es posible mantener sin adaptaciones muy profundas, y que si ha existido ha sido en buena medida porque la protección militar norteamericana ha permitido a Europa detraer de sus presupuestos de defensa los recursos que ha destinado a otras políticas. Otra cosa podría ser justamente considerada como un abandono del interés general a favor del interés del propio partido, de su parte más radical y de peores y más duraderos efectos.

* Miguel Ángel Quintanilla Navarro es Doctor en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid (Instituto Universitario Ortega y Gasset) y profesor en el departamento de ciencia política de la Universidad Carlos III de Madrid.


[i] Medina, Manuel: “El socialismo y la unidad europea”, en Sistema, nº 15, octubre de 1976, páginas 12 y 13.
[ii] “Gran Bretaña dice sí a Europa”, Cuadernos para el diálogo, nº 98, noviembre de 1971, página 6
[iii] Peces-Barba, Gregorio: “Problemas jurídico-políticos de la integración de España en Europa”, Cuadernos para el diálogo, nº extraordinario XXII, febrero de 1971, página 84
[iv] Morán, Fernando: Una política exterior para España, Planeta, Barcelona, 1980, página 301
[v] Id, página 325 y siguientes
[vi]  Morán, Fernando: “Proyectos conservadores y proyectos progresistas para Europa”, Sistema, nº 86-87, noviembre de 1988, Monográfico España-Europa, página 64