La OTAN, en serio

por Rafael L. Bardají, 25 de agosto de 2023

El miércoles que viene, 12 de julio, la OTAN vuelve a celebrar una de sus cumbres al más alto nivel. Unas reuniones de presidentes y primeros ministros que originalmente se pensaron para momentos de profundos cambios estratégicos y que más recientemente se institucionalizaron cada dos años, para convertirse ahora en cumbres anuales donde el principal problema es cómo decir lo mismo de forma que parezca algo novedoso y atractivo.
 
Si la OTAN fuese una organización seria, posiblemente esta cumbre de Vilnius, un año después de la de Madrid, y año y medio tras la invasión rusa de Ucrania, tendría mucho sentido: algo se podrá haber aprendido sobre la disuasión, la solidaridad aliada y todas esas cosas en medio de una guerra en el Viejo Continente. 
 
En Madrid, por ejemplo, la OTAN celebró haber salido del estado comatoso en el que se encontraba, primero denunciado por Trump y luego por Macron, y haber podido responder a la agresión rusa reforzando la defensa territorial de sus miembros más expuestos, amén de celebrar el giro sueco y finlandés para perder su tradicional neutralidad e incorporarse a la Alianza. Pero la OTAN nunca quiso plantearse el por qué de su fracaso en disuadir a Putin de lanzar su mal llamada «operación militar especial». Por una sencilla razón: tendría que admitir su gran error de dejar en el limbo estratégico primero a Georgia y después a Ucrania. Aún peor, la razón de ello: el miedo a provocar una reacción desmesurada por parte del Kremlin. En Georgia no se evitó una guerra que desgajó aquel país; y en Ucrania no se evitó una invasión que estamos lejos de saber cómo va a acabar.
 
En segundo lugar, por mucho que la OTAN se atribuya el fracaso de la invasión rusa, conviene recordar los titubeos iniciales a la hora de suministrar ayuda militar y financiera a Kiev y, sobre todo, la gran disparidad en la cantidad y calidad de ayuda quye cada estado miembro aporta. Como siempre, la España de Sánchez no deja de ser una ficción en este terreno, estando a la cola tanto en el material bélico como en el dinero enviado directa o indirectamente a Ucrania. Por el contrario, los Estados Unidos, como siempre en la historia de la OTAN, siguen siendo el país que más ayuda suministra.
 
Realmente, la Alianza se ha autoimpuesto unos límites operáticos que no se corresponden con su retórica pública: institucionalmente, la OTAN sólo refuerza el territorio contemplado en el artículo 6º de su carta magna, teóricamente para reforzar la disuasión y evitar, así, que Rusia ataque a uno de sus miembros. Haber evitado ese asalto ruso es el gran activo que se vende ahora, pero no sabemos si en verdad Rusia se planteó hace un año o se ha planteado en estos meses un ataque de esa naturaleza. La ayuda a Ucrania está canalizada a través de sus miembros. El por qué se ha dicho repetidamente: para evitar una posible escalada. O lo que es lo mismo, evitar provocar aún más a Putin.
 
Aunque, al mismo tiempo, se aplaude cada derrota de las tropas rusas sobre el terreno, se desea que la siempre por llegar ofensiva ucraniana expulse de una vez por toda a los rusos del país y se anhela con tal ardor que Putin caiga que incluso se ve con buenos ojos que un animal como Prigohzin, intente un golpe de estado en Rusia, sin reflexionar que eso sería un cambio a peor. A mucho peor.
 
En esta nueva cumbre donde nuestros amados líderes se darán un baño de cariño mutuo, bien regado por buen vino y apetitosos platos, por no mencionar la de CO2 que verterán a la atmósfera, los aliados sólo reforzarán su discurso triunfalista, tan hueco como falso. Si de verdad fuesen valientes y coherentes con lo que dicen hacer, admitirían con carácter de urgencia a Ucrania como nuevo miembro de la Alianza, pues según ellos no hay mejor forma de reforzar la disuasión. Pero no se atreven a hacerlo por miedo. Y si de verdad fueran sinceros con nosotros, los ciudadanos que les pagamos, reconocerían que la guerra no se está ganando, como nos dicen machaconamente, y que estamos lejos de saber si se puede ganar a los rusos. La ofensiva ucraniana se mueve a un ritmo jurásico, sin poder anunciar grandes logros y teniendo que ocultar las enormes pérdidas de material y personal que está sufriendo. Quizá Zelenski tenga razón y la causa de su falta de avance sea que tiene que luchar con las manos atadas al no suministrarle elementos bélicos que se consideran imprescindibles en cualquier otro ejército, como los cazas que le aseguren una superioridad aérea. Y mientras Putin no cae, Rusia no padece los males que nos auguraban y nosotros seguimos pagando las consecuencias de estar metidos en una guerra no declarada.
 
La defensa europea en manos de un Borrell desquiciado, que promete aviones que no tiene, insulta a Putin pero acepta el programa nuclear de los ayatolas iraníes, entre otras cosas, es poco prometedora y nada atractiva. Pero la alternativa de siempre, la OTAN, para mí que ha dejado de ser creíble. Y no lo digo por haber permitido que corriera el bulo de que Sánchez se iba de España para hacerse con el cargo de secretario general (algo que hubiera dado la puntilla a la organización), sino porque se ha convertido en una institución alérgica a sacar las lecciones necesarias de sus propios errores, que son muchos. Entre otros, dejar desatendidas las necesidades de seguridad de sus miembros del sur. A mí, como español esta OTAN no me gusta nada.