Venezuela. El chavismo que se va

por GEES, 7 de enero de 2013

 Los regímenes personalistas se suceden mal a sí mismos. Chávez se siente apóstol de una revolución "bolivariana" que trasciende su país, y su partido se llama "socialista", (PSUV: Partido Socialista Unido de Venezuela), pero nadie se equivoca al hablar nada más que de chavismo. La ideología revolucionaria ha sido para él una retórica de poder y para las figuras de su régimen una vía de enriquecimiento. Su indudable popularidad inicial se debió al descrédito de una democracia cleptócrata, en un país de doscientas familias, a las que ahora hay que sumar las que se han promocionado bajo su férula. El abuso de poder y el latrocinio tradicionales han sido reemplazados por su mucho más enérgicas y voraces variantes militarizadas y pseudorevolucionarias.

Con el presidente recién reelegido en su lecho de muerte cubano, uno de los factores que determinará el futuro de Venezuela es si los de siempre han aprendido la lección, y con ellos toda la clase media que en los primeros tiempos puso sus esperanzas de regeneración en el teniente coronel golpista, para experimentar luego un tremendo desengaño. El derrotado candidato de la oposición el pasado octubre, Henrique Capriles, parece un renovador y consiguió, excepcionalmente, aunar las fuerzas antichavistas, pero sale de una de las familias tradicionalmente más poderosas del país. La derrota por once puntos porcentuales sumió a su coalición en el marasmo. Dos meses después, en diciembre, en las elecciones a gobernadores de los estados, no han conseguido más que tres puestos de los 23, pero Capriles conserva sus posibilidades al haberse renovado al frente de Miranda, segundo estado en importancia.

La incapacidad de unirse de los opositores ha sido siempre una de las importantes bazas políticas del régimen, el cual siempre ha conseguido que internacionalmente se trate sus citas con las urnas como si fueran limpiamente competitivas, en contra de todo lo que sabemos de personajes autoritarios y desaforadamente demagógicos como el caudillo bolivariano, que desde que se hizo con el poder no ha dejado de erosionar desde dentro la realidad democrática de las instituciones, dejándolas cada vez más en una pura fachada. Las esperanzas excesivas que los elementos anti régimen ponen en los procesos electorales y las tremendas decepciones que luego experimentan parecen indicar que se las toman en serio. Desde luego nadie pone en duda que las campañas previas están llenas de coacciones contra los rivales y abusivas ventajas para los oficialistas, pero que el voto refleje impecablemente la voluntad popular es algo difícil de admitir. Esto no significa que el dictador no cuente con sus masas. Su socialismo ha consistido en dilapidar la riqueza nacional en halagarlas y comprarlas. Pero es más que dudoso evaluarlas por medio de los resultados que se proclaman. Lo que sí es muy cierto es que el astuto comandante siempre ha tenido la suprema inteligencia de mantener el fraude dentro de límites creíbles, para los que se conforman con las apariencias.

Enfrentado el régimen con la desaparición de su creador, no sólo es muy difícil evitar que el tinglado se les venga abajo, sino que el soporte económico sobre el que se ha mantenido ha arruinado al país y no permite la continuidad.